Sánchez hace de la rectificación seña de identidad para seguir en el poder
∑A pesar de su poco tiempo en la élite política ha pasado por todos los registros y corregido sus opiniones en función de los réditos que podía lograr
En la trayectoria política de Pedro Sánchez hay un componente importante de épica. Su historia tiene como epicentro la defenestración como líder del PSOE después de dos años de mandato en que los dirigentes de su partido no querían que fuese más que una marioneta. La recuperación meses después del poder orgánico en unas primarias constituye el punto de inflexión de una carrera que se consideraba amortizada. Un año después se convertía en presidente del Gobierno. En los cuatro años y medio que discurren desde su aparición en la escena política nacional hasta el día de hoy se escribe una historia de poder, traición y mentiras. Es la conquista del poder, su intento por preservarlo, lo que explica todo en Sánchez, marcado en su forma de hacer política por ese primer mandato en el que sentía que todos querían levantarle la silla.
Mantener el cargo, recuperarlo y convertirse en presidente. Poder, poder y poder. Y en esa evolución personal discurre en paralelo, retroalimentándose, una conversión ideológica. Esa batalla por cumplir sus objetivos le ha llevado a bailar con la contradicción y la rectificación como modo de hacer política. Tanto en cuestiones concretas como en todo un cuerpo ideológico que está en entredicho.
¿Quién es realmente Pedro Sánchez? En julio de 2014 ganaba las primarias del PSOE para suceder a Alfredo Pérez Rubalcaba en la secretaría general. Lo hacía esencialmente gracias al apoyo del PSOE andaluz de Susana Díaz y otras figuras que querían evitar que el partido cayera en manos de Eduardo Madina.
De ese candidato de estilo socio liberal hubo buena muestra en los primeros compases de su mandato a cuenta del gran debate que ha marcado los últimos años al socialismo español: ¿Cómo relacionarse con Podemos? Al inicio de su primer mandato lo tenía muy claro. Septiembre de 2014, discurso ante el Comité Federal: «Nosotros ni PP, ni populismos». Durante una entrevista en televisión ese mismo mes: «Ni antes ni después el PSOE pactará con el populismo. El final del populismo es la Venezuela de Chavez. La pobreza, las cartillas de racionamiento». Unos meses después, en enero de 2015, durante un acto de partido, Sánchez seguía firme: «Pablo Iglesias, el de Podemos, que hace de la mentira su forma de hacer política».
Tras las municipales y autonómicas de 2015, Sánchez encontró en los acuerdos con Pablo Iglesias el modo de aumentar el poder institucional del PSOE pese a haber obtenido unos resultados muy pobres. Una primera enmienda a sus propios compromisos que sin embargo no enmendó por completo lo que Sánchez pensaba de Podemos. En septiembre de 2015 la pregunta era con quién estaría dispuesto a pactar Sánchez. Así respondía cuando se le preguntó por si pactaría con Pablo Iglesias: «Bueno, vamos a ver, pactar con Podemos, ¿y por qué no pactar con Ciudadanos?». Aquel día se refirió a Rivera como «la derecha moderada» con «la que podía entenderse». Tras el 20-D efectivamente firmaron su acuerdo insuficiente y reforzaron la lealtad entre los dos partidos para tratar de sumar apoyos.
Solo tras la repetición electoral y viendo el distanciamiento de Rivera y con Iglesias lamiéndose las heridas del fallido «sorpasso», Sánchez empezó a priorizar el pacto con Podemos. Pero nunca se atrevió a explorar seriamente la posibilidad de ir a una investidura de su mano y bus-