El Gobierno se plantea amnistiar a Junqueras para evitar que tenga que pedir perdón
El precio a pagar por ERC serían pactos estables en Barcelona, Cataluña y Madrid
espetándole que en España, las leyes y las sentencias judiciales están para cumplirlas. No todas las puertas están igual de abiertas. Suárez Yllana quedó bien con su público y Mas, que flirtea con el PDECat para liderarlo si se escinde, tomó nota de dónde está el PP (y no sólo Pablo Casado) y volvió a su mesa con su esposa, Helena Rakosnik.
Apaciguamiento
En este contexto de apaciguamiento y colaboración –no tanto por buena fe sino porque como dice siempre el presidente Rajoy, «el mayor enemigo de un loco es la realidad»– los líderes independentistas presos son lo único que chirría y sobre todo Esquerra y el Gobierno están estudiando cómo resolver el problema. Cuando Joan Tardà dice que jamás pedirán el indulto, no lo dice como un desafío, ni desde el irredentismo, sino porque lo que están tratando de conseguir es que el Gobierno les conceda una amnistía. El indulto obligaría a Oriol Junqueras a pedir perdón, a mostrar arrepentimiento y a comprometerse a no volver a hacer lo que hizo. No es que Junqueras quiera volver a las andadas, ni que no entienda que la declaración de independencia fue un despropósito, pero las condiciones en las que tendría que pedir el indulto le inhabilitarían para la política porque su público independentista le vería como un desertor.
La amnistía que ERC le pide a Pedro Sánchez le brindaría al PSOE un sistema de alianzas estable en Barcelona, en Cataluña y en el Congreso, pero sería una peligrosa arma arrojadiza en manos de Vox, PP y Ciudadanos. Los negociadores del Gobierno creen que si esta amnistía llegara tras haber ganado las elecciones, tendrían margen para capear el temporal y que el escándalo se agotaría antes de que pudiera pasarles factura electoral. Esquerra entiende y comparte esta reflexión, pero no se fía ni del PSOE ni de Sánchez, porque recuerda cómo Zapatero enredó a Mas con la negociación del Estatut, y porque en general se hace cargo de la dificultad de la medida y asume que es desincentivar al Gobierno pagarle por anticipado. Por eso los apoyos de los republicanos son mayormente discretos y llegan con cuentagotas: su público más encendido no entendería una cooperación desacomplejada sin que los famosos «gestos» se hayan producido, y lógicamente el Gobierno no puede anunciar que tiene preparada una amnistía pero que no la promulgará hasta ganar las elecciones para que no le haga perder 20 o 30 escaños.
Decisiones complejas
Este tira y afloja es el que le da esperanza a Pablo Iglesias para decir que aún se pueden salvar los Presupuestos, en la esperanza de que ERC confíe en la palabra de Sánchez –y de Iglesias, que ve con buenos ojos la fórmula de la amnistía– y preste su apoyo sin tener aseguradas las ganancias. Esquerra tiene demasiadas dudas, pero también sabe que si precipita el final de la legislatura y las elecciones las ganan «los otros» sus planes se irán al traste y ni siquiera el indulto –y ya no digamos la amnistía– se contemplarían como una posibilidad. Los escenarios que el partido de Junqueras tiene a medio y largo plazo son seguramente los más halagüeños de su historia, pero en plazo corto, y hasta inminente, tiene que tomar decisiones de una gran complejidad y cualquier error podría ser fatal.
Mientras, Puigdemont agoniza cada vez más solo con su Crida, exclusivamente rodeado de sus irredentos, y todo lo contrario de Esquerra –cuya absoluta prioridad es la puesta en libertad de Junqueras– sabe que para el PDECat los presos y los fugados son más bien un estorbo folclórico que le impiden transaccionar con normalidad, y que nunca dejarían que un lacito les estropeara un buen negocio.