ABC (Galicia)

Una fecha para la historia

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En la madrugada del 11 de noviembre de 1918, en el interior de un tren que había transitado hasta el bosque de Compiègne, en la Picardía francesa, el mariscal Foch, aquel hombre que había dado la vuelta a la Gran Guerra a favor de la Triple Entente, y Matthias Erzberger, el político democristi­ano alemán que acabaría siendo asesinado en 1921 por unos nacionalis­tas en Kniebis –un pueblecito de Baden-Wurtemberg– y que encabezaba la delegación enviada por el Káiser Guillermo II, se firmó el Armisticio que ponía fin a la Gran Guerra.

Habían sido cuatro largos años en los que la población europea había pasado de la euforia – «nunca el continente había sido más fuerte, rico y hermoso», señaló Stefan Zweig– y la locura belicista, a despeñarse por el precipicio del horror y la destrucció­n masiva. Por vez primera en la historia, las víctimas civiles suponían dos tercios del total de los caídos en un enfrentami­ento militar. Mientras en la neutral España llegaba entonces la generación reformista liberal más importante de todo el siglo –Ortega y Gasset, Azaña, Cambó, Marañón, Gómez de la Serna, Pérez de Ayala, Menéndez Pidal, Blas Cabrera o Clara Campoamor, entre otros muchos–, para buena parte de los países de Europa –Inglaterra, Francia, Alemania, singularme­nte aunque no solo–, la generación del 14 fue una «lost generation». Los que no habían muerto en el frente habían quedado lisiados o tarados ante el horror que habían contemplad­o, como muy bien reflejó en su pintura el expresioni­sta alemán Otto Dix.

Francia, que había acudido al campo de batalla deseosa de revanchism­o tras la debacle sufrida en Sedán en 1870 y la humillació­n de ver proclamado Emperador al Káiser Guillermo I en Versalles, no dejó pasar la ocasión para impulsar un tratado de paz tan sumamente desproporc­ionado que el economista del Partido Liberal británico John M. Keynes no dejó de advertir en «Las consecuenc­ias económicas de la Paz» (1919) que las desmesurad­as condicione­s económicas impuestas a Alemania supondrían no solo su servidumbr­e, sino «la decadencia de toda la vida civilizada de Europa». Así fue. Lo impuesto en Versalles, no solo trajo para Alemania años de quiebra y zozobra, sino que en las dos siguientes décadas se asistió a la destrucció­n del bienintenc­ionado sistema de cooperació­n internacio­nal que se trató de vertebrar a través de la Sociedad de Naciones, a una oleada creciente de proteccion­ismo y desconfian- Hoy hace cien años, el 11 de noviembre de 1918, se firmó el Armisticio que ponía fin a la I Guerra Mundial

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M. ROL
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VIDAL

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