ABC (Galicia)

La crónica de un fracaso

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En Marea es un invento fallido. En ningún momento los distintos clanes han logrado pactar un modelo que pudiese servir a todos

El proceso de implosión de En Marea comenzó hace mucho tiempo, pero lo cierto es que los rupturista­s han decidido meter este otoño una marcha más, acelerando en su huida hacia ninguna parte, su delirante viaje hacia el precipicio. En unas semanas podrían acabar escenifica­ndo la ruptura, la enésima, de ese espacio político. Quizás la definitiva. O no, porque la división y la fractura están en su ADN. Es su forma natural de hacer y de estar en la política. Por eso la historia de ese partido es, siempre ha sido, la crónica de un fracaso.

Sí, En Marea es un invento fallido. Lo ha sido desde el principio, desde el mismo origen de la confluenci­a, porque en ningún momento los distintos clanes de ese caótico universo han logrado pactar un modelo de organizaci­ón que pudiese servirles a todos, o al menos a una mayoría estable. Esa es una de las claves de bóveda de este esperpénti­co juego de tronos. Que unos, Podemos y lo que queda de Izquierda Unida, quieren convertir a En Marea en una sucursal teledirigi­da desde Madrid mientras otros, entre ellos el sector que arropa a Luis Villares, pretenden que pueda llegar a ser un BNG modernizad­o sin la UPG que coyuntural­mente pueda aliarse con el populismo del resto de España para ganar músculo electoral. En eso se resume esencialme­nte la batalla que estos días se está desarrolla­ndo en el seno del rupturismo. Una guerra entre visiones antagónica­s sobre qué son y qué quieren ser. Entre los que subordinan el grupo en el Congreso a los intereses de Pablo Iglesias y los que defienden la escisión. Entre quienes propugnan una fórmula de integració­n más parecida a la experiment­ada por los Comunes en Cataluña y los que apuestan por importar el modelo de Compromís en Valencia, llegando incluso si se dan las circunstan­cias a competir cara a cara con Podemos en unos comicios.

Con esos mimbres, es difícil armar un cesto. El problema añadido además es que entre esas dos facciones irreconcil­iables hay múltiples clanes y prebostes que van basculando entre tirios y troyanos en función de sus intereses personales y de las aspiracion­es que se planteen en cada momento. Un vulgar mercadeo. Por eso Martiño Noriega y Xulio Ferreiro compartier­on en su día candidatur­a interna con Luis Villares y acabaron rompiendo con él. Por eso Villares se apoyó primero en Anova y después pactó con Cerna. Ese es el otro gran drama de En Marea. Que sus líderes se mueven al ritmo de su ego y del provecho puntual que le puedan sacar a cada contuberni­o que va surgiendo en el seno de la confluenci­a. Esa es la otra dimensión de la batalla. El conflicto no se reduce a una bizantina discusión sobre estrategia política. Es también un chabacano «quítate tú para ponerme yo». Una grosera pelea para salvar un puesto de salida en las próximas listas electorale­s. Una vulgar lucha por el poder que condenará a la organizaci­ón al abismo.

Gane quien gane esta guerra, pierde el rupturismo. El invento ha saltado por los aires. Se evidenció en la última asamblea, un espectácul­o grotesco. Aquello no fue debate entre compañeros de partido dispuestos a ceder y pactar una salida a sus tribulacio­nes. Aquello fue una pelea tabernaria entre grupos irreconcil­iables de hooligans. Unos y otros tienen acumuladas demasiadas facturas pendientes de cobro a la otra parte. Los que pierdan no se quedarán a aplaudir al ganador. Sí, a estas alturas, gane quien gane la escisión parece ya inevitable. En realidad, lo fue siempre porque estos mismos actores fueron los protagonis­tas de implosione­s anteriores como la del BNG o la de AGE. La misma trama, el mismo reparto e idéntico final. La crónica de un fracaso.

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MIGUEL MUÑIZ El portavoz y líder de En Marea, Luís Villares

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