Cada mujer es un mundo. No dejemos que la izquierda nos convierta en peones de sus políticas
NO se alcanza la igualdad desde la discriminación; es una contradicción «in terminis». Tampoco son buenos puntos de partida el miedo, la desconfianza y la sensación de superioridad o inferioridad. La perspectiva de género se empeña en destruir la evidencia de que cada persona, independientemente de su sexo, es única en su complejidad, soberana e irrepetible. De ahí que resulte insultante ese feminismo de secta empeñado en meternos a todas en un mismo saco, atribuirnos una ideología consustancial a nuestra condición femenina y convertirnos en marionetas al servicio de una causa perfectamente definida: la de la izquierda que se autodenomina «progresista» cuando los hechos demuestran que solo sus dirigentes progresan bajo su gobierno. Conmigo que no cuenten. Me niego rotundamente a dejarme utilizar.
Yo ejercía de feminista, en el sentido literal de la palabra, cuando Irene Montero no era ni un proyecto en la mente de sus padres. Escogí un oficio eminentemente masculino entonces, en una especialidad, el periodismo político de prensa diaria, en el que esa prevalencia se traducía en condiciones laborales prácticamente incompatibles con la conciliación familiar. A diferencia de la lideresa podemita, crié a mis hijos con dos meses escasos de baja y nulas ayudas a la maternidad. Mi generación trabajó muy duro para conseguir los derechos que ella ha disfrutado, exigir oportunidades, demostrar capacidad