As Catedrais y temporales naturales
Son tan exuberantes algunos reportajes sobre fenómenos naturales que a veces pareciera trascender en ellos una cierta complacencia con las catástrofes que conllevan. Claro que uno lo repele aunque, precisamente por tratarse de fenómenos naturales, no se les pueda por menos que admirar, junto a imaginar empero su atenuación o remediación. En la semana anterior, a caballo de enero y febrero, la televisión se ha explayado en mostrar la dramática reducción del arenal playero de As Catedrais (A Mariña, Lugo), reciente emblemático lugar apenas conocido sólo hace veinte años, cuando no convencí al responsable de su edición para que su fotografía ilustrara la portada de mi libro (de bolsillo) «Las costas», parte de la reducida «Guía Física de España», de Alianza Editorial.
Ha coincidido el destrozo «natural» con una serie de temporales de alta intensidad y características insuficientemente explicadas a los que es fácil atribuir su causa inmediata, por lo que así se presentó el fenómeno en los reportajes. Situaciones similares son frecuentes en estas y otras costas aunque quizás no siempre tan impactantes, porque ni todos los mares son iguales, ni todas las costas responden de la misma forma ni las modalidades de vulnerabilidad suelen admitir comparación. Pero todos tranquilos ya: a esperar que reaparezca la arena, porque así se ha observado otras veces y así son «los ciclos naturales en nuestras playas», y a protestar y exigir después, si no reaparece suficientemente en unos meses, que alguien reponga la arena mediante costosos y a menudo dañinos dragados; dragados que son casi siempre estériles como se comprueba cada año en tantos puntos de nuestras costas mediterráneas, sin que nadie clame contra prodigalidad tan extendida como reiterada.
La verdad es que el problema es algo complejo de exponer porque requiere un espacio-tiempo mayor que el de este artículo, pero relativamente sencillo de analizar, diagnosticar y atenuar en este caso concreto, como también en otros; y esto, aunque parezca extraordinariamente difícil de abordar y resolver en la práctica, se puede demostrar a quien tenga interés en conocerlo y paciencia para entenderlo. Hay tres tipos de factores subyacentes en esa dificultad: el primero, en la vanguardia «política» de las decisiones, es la facilidad de presentar la demagogia como democrática cuando se ve normal confundir los intereses particulares con los generales y la ignorancia compartida con la sabiduría incontestable (¡qué bien lo explicó Wells! ¡Y qué bien se ve en Cataluña!); el segundo, en el centro del «estudio» del problema y así ya radicado en el conocimiento, es la dificultad para plantearse los asuntos con la suficiente globalidad o, dicho más retóricamente, de modo «holístico»; y el tercero, en la más absoluta retaguardia «moral» y que radica en el propio lenguaje, es la seguramente intencionada y perversa confusión de los significados de las grandes palabras, en particular aquí los de naturaleza, clima y ambiente (o medio).
Restringiéndonos ahora al tercero en puro aserto esquemático, se puede mostrar que muchos fenómenos que se llaman comúnmente naturales, llevan incorporado con frecuencia, y recíprocamente, una gran cantidad de antropogenismo, el cual difícilmente pudiera considerarse natural porque derive de las acciones directas del hombre. Del mismo modo se puede mostrar que lo que se atribuye muy comúnmente a un cambio climático se debe, las más de las veces, que no siempre, lo que aumenta la ceremonia de la confusión, al mero clima. Y se puede mostrar que en la común acepción del «ambiente» se excluye interesadamente lo social.
A partir de lo expuesto estoy en condiciones de afirmar que ciertamente la erosión de la playa de As Catedrais ha quedado groseramente evidenciada tras estos temporales y por su causa inmediata, que no primera; como también que estos temporales son naturales y habituales en esta costa, muestra del clima en sí más que de ningún cambio climático que, en su caso, debiera haberse estado estudiando de una manera mucho más completa en la morfodinámica de esta playa, lo que ni ocurre ni nunca ocurrió; pero también y sobre todo, que la causa segunda, o una muy relevante de ellas, es la mala gestión de la ría de Foz y, muy en particular, de la playa de A Rapadoira. Comprenderé que esto puede causar asombro en muchos, pero búsquense y repásense todos los documentos científicos, técnicos y administrativos relacionados con el puerto y la ría de Foz y el asombro se disolverá. Alternativamente, me ofrezco a pormenorizar en esta reflexión con el lector.