Se trabaja, se llora, se reza

La tragedia del pequeño Julen, y la lucha contra el reloj para rescatarlo del pozo en el que ha quedado atrapado, han despejado por un instante el clima tóxico que invade con tanta frecuencia nuestra conversación nacional. El bien precioso de la vida de este niño no admite rodeos ni controversias; reclama toda la inteligencia, toda la energía, todo el corazón de un país que, hasta ayer, no había oído siquiera su nombre, y que sin embargo comprende aquí hay un motivo para darlo todo, de una vez y sin reservas.

Mientras las máquinas taladran sin descanso la dura tierra de Totalán para abrir el paso a una esperanza frágil pero no extinguida, los padres de Julen necesitan urgentemente, radicalmente, un abrazo fuerte que llegue más allá de la mera compasión, que sepa comunicar la vida como un bien que ningún dolor puede llegar a eliminar. Ahí se dan cita amigos y vecinos, el buen hacer de los sicólogos, y tantos mensajes desde todos los extremos de nuestra geografía. Pero si no tenemos la certeza y el coraje necesarios para decir a estos padres que la vida, pase lo que pase, no es un gran absurdo, si no estamos dispuestos a acompañarles en esa perspectiva que se abre al infinito, mejor que nos ahorremos las palabras.

En este pueblo malagueño estos días no se duerme, no se discute, apenas se descansa. Se trabaja, se colabora, se llora, se espera, se reza. Un país entero contiene la respiración y ha decidido expulsar sus viejos demonios, al menos mientras dure la brega, mientras se siga perforando la tierra palmo a palmo, mientras se busca un rayo de luz en ese túnel inmensamente oscuro.