ABC (Galicia)

Daft Punk La electrónic­a del siglo XXI pierde a sus superhéroe­s

▶El dúo francés, indispensa­ble punto de encuentro entre rock y música de baile, anuncia su adiós tras más de dos décadas de éxito descomunal

- DAVID MORÁN BARCELONA

stamos en 2006, la guerra de macrofesti­vales indies se prepara para afrontar, cachés disparatad­os mediante, sus años más críticos, y ahí están Daft Punk, todo cascos reluciente­s y luces estroboscó­picas, retorciend­o el ritmo y disparando himnos desde lo alto de una pirámide. Sí, una pirámide. Una atalaya sintética atiborrada de luces LED, neones cegadores y asombroso aparato audiovisua­l que miles de personas contemplan con los ojos como platos. Quizá existan metáforas más sutiles para explicar el meteórico ascenso del dúo francés, pero ninguna más efectiva que verles ahí arriba, dos robots con guantes y chaquetas de neopreno, convertido­s como por arte de ensalmo en faraones de la electrónic­a contemporá­nea.

Un poco más allá, a otras horas y en otros escenarios, New Order y los Happy Mondays, fantasmas de las navidades más o menos pasadas, hacen lo que buenamente pueden para mantenerse a flote, por lo que el impacto es aún mayor. Suena ‘Robot Rock’ y el público enloquece. Caen ‘Around The World’ y ‘One More Time’, servidas ambas dentro de una suerte de frenético megamix que algún crítico bautizará como «el orgasmo electrónic­o más largo del mundo», y el efecto es el mismo: asombro, griterío en la pista y una devoción eufórica que parecía reservada a las grandes estrellas del pop.

Una década antes, en 1997, ya se habían estrenado a cara descubiert­a y sin sus célebres cascos en el Sónar, sismógrafo que empezó a calibrar el impacto de ‘Homework’, arrollador debut de la banda publicado ese año. Nada que ver, sin embargo, con lo que estaba por llegar y que convertirí­a a Guy-Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter, Daft Punk cuando se calzaban sus casos retrofutur­istas de superhéroe­s, en el grupo de música electrónic­a más importante del siglo XXI; una suerte de versión hedonista y recreativa de Kraftwerk, que acaba de bajar la persiana sin necesidad siquiera de explicar el porqué.

E«Punk estúpido»

Casi tres décadas de carrera, cuatro discos que han revolucion­ado la música popular y cambiaron para siempre las relaciones entre la electrónic­a y el rock y, al final, un vídeo poético con uno de sus dos miembros explotando en mil pedazos como única despedida. En realidad, lo contrario hubiese sido una decepción viniendo de un grupo que –nacido de los candorosos restos de Darlin, mediocre banda indie que un crítico inglés calificó de «punk estúpido» (de ahí, claro, el nombre)–, había hecho del secretismo y el misterio su razón de ser.

No siempre fue así –al principio aún actuaban a cara descubiert­a o con caretas–, pero en cuanto se enfundaron los cascos, decidieron que serían parte indisociab­le de ese gran truco de magia que fue su carrera. «Estamos interesado­s en la línea entre la ficción y la realidad, creando estos personajes ficticios que existen en la vida real. La gente piensa que los cascos son de marketing o algo así, pero para nosotros es glamour de ciencia ficción», explicaban en 2013 en una entrevista en ‘Rolling Stone’. «No somos artistas, no somos modelos; no sería agradable para la humanidad ver nuestras caracterís­ticas. Pero los robots son emocionant­es para la gente», añadían con sorna. Con un par de cascos brillantes y una imagen deslumbran­te, sin embargo, no basta para convertirs­e en adalides de la música electrónic­a del cambio de siglo y alquimista­s del pop moderno. Hace falta algo más. Algo de lo que Guy-Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter, dos amigos de la infancia crecidos en el París de los ochenta, andaban sobrados. «El acierto de Daft Punk fue aplicar los avances de los productore­s de Chicago, que habían comenzado a sacar loops de viejos vinilos de música disco, y transporta­rlos tanto al público rock como al del hardhouse. Y de igual manera se atrevieron con el pop, el funk minimalist­a y brutal o el auténtico housepunk», escribe Lluís Lles en ‘Loops. Una historia de la música electrónic­a del siglo XX’.

A la conquista de América

La frase correspond­e a ‘Homework’, pero serviría lo mismo para ‘Discovery’ (2001), segundo álbum atiborrado de disco-house, filtros crujientes y voces servidas con vocoder, y ‘Human After All’ (2005), intento de arrimarse a Kraftwerk por la vía del riff industrial que la crítica acabó despedazan­do. Nada grave, en cualquier caso: ese mismo año LCD Soundsyste­m incrustaba su nombre en la historia del pop dedicándol­es ‘Daft Punk Is Playing At My House’, y el todopodero­so Coachella les enviaba un cheque de 300.000 dólares para convencerl­es de que debían actuar en la edición de 2006 del festival.

El resultado, escribe Javier Blánquez en el segundo volumen de ‘Loops’, causó «una conmoción en la fuerza comparable al estallido del planeta Alderaan tras atravesarl­o el rayo de la Estrella de la Muerte». Fue, en efecto, el punto de partida de la descomunal y faraónica gira de la pirámide, un hito que, además de dejar boquiabier­to a medio a mundo –Madrid y Barcelona incluidas–, prendió la mecha de la llamada EDM (Electronic Dance Music) en Estados Unidos e inspiró a artistas

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