¿Es un cheque la solución?
En la última década, el debate sobre las indemnizaciones lo agitó Ta-Nehisi Coates, uno de los intelectuales negros contemporáneos de mayor prestigio. Expuso su necesidad en un amplio artículo en la revista ‘The Atlantic’ en 2014. Entre otras cosas, proponía un paquete económico de miles de millones de dólares que duraría una o dos décadas. En la misma revista, un intelectual conservador, David Frum, defendió «la imposibilidad de las reparaciones» con todos los problemas prácticos de llevarlo a cabo, y no solo por su cuantía. Tendría que ampliarse a otros colectivos abusados y discriminados -nativos americanos e hispanos, por ejemplo-, provocaría un dolor de cabeza determinar quién recibe compensación –¿es lo mismo un descendiente de esclavos que un inmigrante de África?, ¿alguien que desciende en un 5% de esclavos frente a alguien que lo es en un 80%?–, acabaría en mayor distorsión económica y desigualdad. La idea de la indemnización es, además, muy impopular. Solo el 29% –y solo el 15% de los blancos– de los estadounidenses la ve con buenos ojos. Tras la muerte de Floyd, las reparaciones volvieron a aparecer en el debate político. El presidente de EE.UU., Joe Biden, ha defendido que está a favor de estudiar maneras de hacerlo y hay una comisión de la Cámara de Representantes dedicada a ello. El líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, siempre se ha mostrado contrario a la idea y ha defendido que ninguno de nosotros hoy en día «somos responsables» de los abusos del pasado, como la esclavitud. Coates cree que el problema para EE.UU. es que «la idea de las indemnizaciones da miedo no porque simplemente no seamos capaces de pagar. La idea de la reparación amenaza algo mucho más profundo: la herencia de EE.UU., su historia y su posición en el mundo».