Un juramento hipocrático para los diseñadores de aplicaciones
«Estamos asistiendo al más grande proyecto de influencia sobre la conducta humana de la historia» «Los padres en Silicon Valley buscan limitar la exposición de sus hijos a las pantallas, pues saben cómo funcionan»
En Corea ya hay ‘celdas’ sin móviles de ingreso voluntario como expresión en cualquier sentido significativo. La libertad de atención es un requisito previo para la libertad de expresión. Esto ya lo señalaron John Stuart Mill y otros filósofos preocupados por la libertad. La razón por la que históricamente nos hemos centrado en afirmar y codificar la libertad de expresión es que, en un entorno de escasez de información, este tipo de libertad corría un riesgo grave y continuo. Aunque la libertad de atención es fundamental –por ejemplo, el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce la libertad de pensamiento– no ha sido tan necesario afirmarla, elaborarla y codificarla explícitamente. Hasta ahora. —A lo largo del ensayo repite la idea de que Internet es hoy un gran tablón de anuncios. Cita a Jeff Hammerbacher, antiguo jefe de datos de Facebook: «Las mejores mentes de mi generación están pensando en cómo hacer para que la gente clique en sus anuncios; es muy triste». ¿Estamos desaprovechando el potencial de la tecnología?
—No solo estamos desperdiciando el poder de la tecnología, sino también el potencial de muchas personas inteligentes y bienintencionadas que podrían pasar sus días trabajando en proyectos que elevan las capacidades humanas
James Williams no se considera un tecnófobo, sino todo lo contrario: él quiere que la tecnología sirva a los fines humanos, y por eso cree que hay que cambiar las derivas actuales del sector. Para ello, al final de su libro propone una suerte de juramento hipocrático adaptado para los diseñadores de páginas web y aplicaciones, en el que estos se comprometan, por ejemplo, a preocuparse por el bienestar de los usuarios y a no entorpecer sus proyectos vitales en lugar de erosionarlas... Creo que las cosas que hacen avanzar a nuestra especie tienen que ver con la razón, la justicia, la libertad, el amor, el conocimiento, la salud, etc. No puedo pensar en una sola forma en la que la captura industrializada de la atención humana y su manipulación haya mejorado ninguno de estos aspectos en su conjunto.
—Como usuarios, hemos entregado nuestra atención y nuestra privacidad para disfrutar de aplicaciones gratuitas con las que nos mensajeamos y nos mandarnos memes. ¿No hemos vendido estos bienes a un precio muy bajo?
—A un precio negativo, en realidad. Hemos entregado nuestra atención a cambio de facilitar que nos persuada. Hemos vendido nuestro yo presente por la posibilidad de perder nuestro yo futuro.
—Hay quien habla de la adicción a las redes sociales y al ‘smartphone’ como una drogadicción. ¿Qué le parece la comparación?
—Hay algunas cuestiones muy concretas en las que la metáfora de la droga privándoles de su atención. También tendrían que prometer, en su opinión, que respetarán la dignidad y libertad de las personas que utilicen sus productos. A nivel práctico e inmediato, propone dos medidas muy concretas: en primer lugar, la obligación de medir los efectos de las aplicaciones y demás creaciones digitales sobre las vidas de los usuarios; en segundo lugar, comunicar periódicamente las intenciones y metodologías de estas de forma clara y honesta. puede ser un punto de partida útil. Cuestiones sobre los efectos individuales de un estímulo extremadamente bien definido, y que se puede describir en términos de un modelo de dosis-respuesta. Sin embargo, como marco general para pensar nuestra relación con las tecnologías es una metáfora terrible. —¿Por qué? —En primer lugar, porque pone demasiado el foco en los efectos individuales, y no tanto en las transformaciones sistémicas y estructurales que estamos viviendo. En segundo lugar, porque la metáfora nos lleva inevitablemente a obsesionarnos con la cuestión de la ‘adicción’, lo cual, además de ser una completa pérdida de tiempo, es una discusión que lleva fácilmente a sustituir los estándares éticos por estándares clínicos (por ejemplo, si el diseño de una aplicación no encaja en los parámetros clínicos de la ‘adicción’, entonces nadie puede discutirlo desde el punto de vista de la ética). Y por último, la metáfora de la droga favorece un lenguaje y unas actitudes con un sesgo moralizante, lo que probablemente explica gran parte de su atractivo, pero también por qué acaba por complicar, en lugar de ayudar, la tarea de hablar con claridad sobre la tecnología. —¿Es cierto que los gurús de Silicon Valley llevan a sus hijos a escuelas libres de pantallas?
—Las escuelas ‘desconectadas’ existen en muchos lugares, pero sí, a menudo los padres en Silicon Valley buscan limitar la exposición de sus hijos a las pantallas. Parte de este deseo proviene de su conocimiento del funcionamiento de la tecnología. Pero antes que nada tiene que ver con que disponen de los medios económicos y educativos necesarios para prestar atención al tema del uso saludable de la tecnología. Gran parte de las investigaciones sobre los efectos de estas nuevas tecnologías en los niños aún están en pañales, pero sabemos lo que es verdaderamente bueno para los niños y, por lo general, esto no implica entregarse al sedentarismo durante horas mientras dos millones de píxeles proyectan un interminable juego de competitividad continua en sus retinas.
—Ya estamos notando los efectos dañinos de nuestro ecosistema tecnológico, tanto a nivel individual como social. Sin embargo, aún no hay una respuesta pública contra el problema de la atención. ¿Por qué esa indiferencia?
—Es muy útil considerar esta cuestión junto con la otra gran crisis mundial de nuestro tiempo: el cambio climático. Ya estamos sintiendo los efectos dañinos de eso también, pero nuestra respuesta sigue siendo lamentablemente inadecuada. ¿Por qué? No es porque la mayoría de la gente en el mundo quiera que el planeta se caliente. En parte, se debe a que el ‘statu quo’ beneficia a muchos de los que están en el poder. Una respuesta global coordinada es un desafío enorme, y nuestro ecosistema de medios no está posicionado para ayudarnos a brindar el tipo de atención adecuado que este tema requiere con tanta urgencia. Lo mismo ocurre con la crisis de nuestro entorno mental. La mayoría de la gente no quiere una tecnología que los distraiga, que polarice a la sociedad o que interrumpa las dinámicas de su familia o de su grupo de amigos. Ni que los incite a valorar la fama por encima de todo. Y así sucesivamente. Es solo que mucha gente gana mucho dinero con este ‘statu quo’.
—¿Es posible combatir esta situación?
—Internet es una red distribuida globalmente, y las dinámicas de la economía de la atención son muy buenas echando por tierra los esfuerzos que podrían generar una actitud crítica contra estos problemas. En ambos casos [el cambio climático y la erosión de la atención humana], el camino hacia el éxito en esta etapa parece bastante estrecho. Pero en ambos casos, la urgencia y la importancia no pueden ser mayores, por lo que debemos esforzarnos al máximo.
—Por cierto: ¿cuánto tiempo le dedica a las redes sociales?
—No dedico tiempo a las plataformas de redes sociales basadas en publicidad. Utilizo aplicaciones de mensajería y, a veces, juego juegos de PC en línea con amigos y familiares, que es algo diferente.
«No solo estamos desperdiciando el poder de la tecnología, sino también el potencial de muchas personas inteligentes»
James Williams. Editorial Gatopardo. 192 páginas. Precio: 18,95 euros.