EL ÁNGULO OSCURO
La forma más eficaz de dominación de las conciencias es la creación de una neolengua que niegue la realidad y cree una realidad nueva
NUESTRA derechita fofa se lo ha pasado pipa estos días mandándose por guasá el vídeo en el que Irene Montero dice «todos, todas y todes». Nuestra derechita fofa piensa que Irene Montero es una choni analfabeta a la que el macho alfa puso un casoplón y un ministerio; y, viéndola pegar patadas al diccionario, se regocija paulovianamente. Pero lo cierto es que Irene Montero es más lista que el hambre y una mujer con una hoja de ruta que desea imponer a la sociedad, sin importarle las risitas coyunturales de la derechita fofa (que pronto se helarán en sus labios).
Irene Montero sabe que, para instaurar la revolución antropológica a la que sirve, necesita cambiar las almas. ¿Por qué utiliza Irene Montero ese desquiciado lenguaje inclusivo, metiendo además en el guiso un género neutro inventado? Por la misma razón que el Gran Hermano introduce la neolengua en la novela de Orwell. Porque la vigilancia que se requiere para llevar a cabo esa gran labor de ingeniería social que cambie las almas no se basta con métodos de control tecnológico o de inducción de conductas a través de la propaganda. Porque, para que cambien las almas, hay primeramente que penetrar en ellas, donde tienen su nido las ‘palabras de la tribu’. Interviniendo el lenguaje, se interviene el pensamiento.
Foucault llamaba «microfísica del poder» a estas formas de dominación de los nuevos ingenieros sociales, que logran crear una sociedad disciplinar convirtiendo el cerebro de los sometidos en una cárcel. En efecto, a través de la imposición de una neolengua se puede someter a una sociedad entera; pues el lenguaje es el único instrumento que puede desgarrar el sentido común. El lenguaje, en fin, es el acontecimiento mismo del ejercicio del poder, el manual de instrucciones con el que se reformatean las almas. Cuando se logra que una persona, mientras habla, reprima el sentido común, para decir ‘todos y todas’, su propio cerebro se ha convertido ya en el carcelero de su pensamiento. La forma más eficaz de dominación de las conciencias –mucho más eficaz que cualquier artilugio tecnológico– es la creación de una neolengua que niegue la realidad y cree una realidad nueva; pues, una vez creada, surge el miedo gregario a salirse de ella. Y ese miedo de rebaño (miedo de todos, todas y todes) es el instrumento más formidable de la biopolítica, pues logra homogenizar las subjetividades, que pensando todas lo mismo se creen en cambio muy distintas porque pueden elegir rebanarse la polla o entromparse el coño (o simplemente ‘sentir’ que lo han hecho). Se trata, en fin, de ‘destruir el sentido común como asignación de identidades fijas’, tal como explica Deleuze.
Así se cambian las almas. Los hijos de esa derechita fofa que hoy se descojona de Irene Montero no sólo dirán ‘todos, todas y todes’ religiosamente (como ya dicen ‘todos y todas’, sin que sus papás se enteren), sino que desearán con toda su alma (reformateada) ser un ‘tode’ y no pararán hasta que sus papás lo acepten.
EL uso de latinajos por parte de quienes no somos duchos con el latín conlleva riesgos. Caneda, arrojado presidente del Compostela en su milagrosa etapa en Primera, era célebre por sus descacharrantes destrozos con las citas. Si el Compos sufría, en lugar de decir que estaba ‘entre la espada y la pared’, Caneda soltaba que «el equipo está entre la espalda y la pared». La expresión latina ‘peccata minuta’ la convertía en «esto es patata minuta». Sus pisotones léxicos debían resultar contagiosos. Un día iba yo en un taxi por Santiago cuando en la radio comentaron que Caneda se había desvanecido tras el partido. Como no se escuchaba bien, pregunté al taxista qué había ocurrido. «Le dio una popotimia», me respondió impertérrito el chófer, inventando así un nuevo término para ‘lipotimia’.
A pesar de esos precedentes, me voy a atrever con el latín para comentar que Gabilondo incurrió ayer en aquello de ‘excusatio non petita, accusatio manifesta’. Lo hizo con la siguiente frase: «Pedro Sánchez es Pedro Sánchez y yo soy Ángel Gabilondo, y a las elecciones me presento yo». Tan torpe aclaración supone un explícito reconocimiento de que quien se presenta en realidad a los comicios de Madrid es Sánchez, que está ejerciendo de cabeza de cartel del PSOE (Mi Persona lleva ya tres homilías electorales consecutivas, con Gabilondo de mero telonero). El 4-M va a convertirse en un plebiscito sobre el sanchismo, cebado en parte por el propio Sánchez.
Pasadas las elecciones catalanas no se preveían otros comicios hasta 2023, año del final de la legislatura. Así que Sánchez disfrutaba de un cómodo paréntesis. Antes de que los votantes pudiesen volver a opinar, le daría tiempo a completar la vacunación, superar la epidemia y empezar a regar voluntades con los fondos europeos. Pero el patinazo de su maniobra con Ciudadanos para hacerse con el poder autonómico del PP, que ha resultado una auténtica O.G.C. (Operación Gran Cagada), ha tenido el efecto secundario de unas elecciones anticipadas en Madrid, que permiten que el público pueda expresar ya su nivel de satisfacción con el sanchismo. Y todas las encuestas indican que el respetable utilizará el 4-M para explicitar que está frito de gobernantes amateurs, palanganeos con los separatistas, amenazas impositivas, alianzas con los tardoadolescentes sectarios de Podemos, tics satrapillas y propaganda atosigante.
Lo conveniente para Sánchez habría sido desmarcarse de Gabilondo, dejar que se cociese en su propia salsa, y seguir a lo suyo (que es levitar en La Moncloa en una nube de propaganda y como si fuese una suerte de jefe del Estado 2). Pero la principal característica de la personalidad de Sánchez, junto a su propensión a emborronar la verdad, es el narcisismo. Así que se ha creído que saltando a la cancha madrileña podría salvar a la marca PSOE de su inane candidato y doblarle la mano a Ayuso.
En efecto: el 4-M va a ser un ‘¿Sánchez sí o Sánchez no?’. Si sale ‘no’ comenzará su declive. Sus ostensibles nervios y marrullerías indican que es posible.
Sánchez se ha columpiado convirtiéndose en su cabeza de cartel en Madrid