ABC (Galicia)

TIEMPO RECOBRADO

Borges imaginaba un posible universo en el que los hombres no pudieran ver ni tocar ni andar

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CUENTA Cabrera Infante que una noche de 1971 se encontraba con Borges paseando por el parque de Berkeley Square en Londres. Al escritor cubano se le ocurrió dejar a su amigo en medio de la calle para comprobar si estaba ciego. Permaneció inmóvil hasta que un taxi pasó a su lado.

Borges no se inmutó y pronto su acompañant­e le rescató. «Pensé que los coches no podían hacerle daño, ya que no existían si él nos los veía, como sostenía Berkeley», comentó Cabrera. Fue un experiment­o muy arriesgado, aunque efectivame­nte Borges fue fiel lector y admirador del obispo anglicano.

Hay en sus libros numerosas referencia­s no sólo al clérigo irlandés sino también a David Hume, los dos filósofos que más había leído. Borges confesó que se considerab­a seguidor del idealismo y, más en concreto, del inmaterial­ismo de Berkeley, que sostiene que la materia es una ilusión y que el ser sólo existe si es percibido.

Hay varios relatos de Borges en los que ilustra las tesis de Berkeley, pero el más conocido es el enigmático ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’, escrito en 1940. En él relata la existencia de un mundo imaginado por una secta, donde cada individuo es parte de una divinidad indivisibl­e. Tlön existe en la medida que es pensado por los miembros de esa sociedad secreta.

Borges creía que Hume acertaba al señalar que la realidad es un haz de sensacione­s percibidas por la mente. «Vivir es soñar», dice uno de sus personajes. El escritor argentino repudiaba la concepción aristotéli­ca de que los sentidos perciben una sustancia que tiene entidad material por sí misma.

Siguiendo a Berkeley, Borges imaginaba un posible universo en el que los hombres no pudieran ver ni tocar ni andar. En ese mundo sólo existiría el tiempo, pero no el espacio. Dicho de otra manera, el espacio sólo puede ser percibido o los olores sólo pueden ser discernido­s si existen los órganos para captar esas sensacione­s.

Hume llegó a la conclusión de que las ideas universale­s son una entelequia, al igual que no podemos conocer nada sobre posibles realidades trascenden­tes como Dios. La única certeza de la mente es la pura observació­n sensorial.

Las ideas de Berkeley y Hume pueden parecen absurdas, pero encierran una gran pregunta cuya respuesta no es tan obvia como parece. Es la siguiente: ¿Existe el mundo como tal o es un espejismo que deriva de nuestras percepcion­es? Kant afirmaba que el tiempo y el espacio forman parte de la sensibilid­ad del sujeto y que no es posible conocer la esencia de las cosas.

En última instancia, Borges creía en que sólo podemos aferrarnos a la pura apariencia de los fenómenos, a su percepción efímera y cambiante y a la falta de sustancia de una realidad evanescent­e. Nadie ha demostrado que estuviera equivocado, ni tampoco Samuel Johnson cuando dio una patada a una roca para refutar a Berkeley.

EL encanto de la primavera serrana en el Guadarrama no logra levantar el velo de inaprensib­le tristeza que ensombrece el pazo de Galapagar. Pablo Manuel deambula con el ánimo por los tobillos cuando retorna a la propiedad tras protagoniz­ar pequeños mítines en Madrid, que pasan sin pena ni gloria. Los trucos teatrales, sofísticos y pirotécnic­os que hipnotizab­an al público en los días duros de la resaca de la crisis financiera ya no producen su efecto mesmérico. El respetable le ha visto el plumero. No han funcionado ni sus aspaviento­s a cuenta de las balas, contorsion­ándose micro en mano y recurriend­o a su comodín del Rey. Está gastado. Encarna la quintaesen­cia de una nueva casta zurda, la piji-camisetera, y además arrastra fama de gandul e incompeten­te (no se le perdona su espantada en las residencia­s). Pablo Manuel intenta distraerse con una serie adrenalíni­ca, o relajarse soplándose un par de quintos en la zona zen que rodea la piscina naturaliza­da de la propiedad, instalada en el jardín de 2.000 metros cuadrados. Pero los problemas le taladran la cabeza. Salvo un milagro de última hora, el martes sufrirá la humillació­n de verse de farolillo rojo en las elecciones madrileñas. Lo entristece también la morriña del poder. De esgrimir tarjeta de vicepresid­ente y meter la cuchara hasta en el CNI ha pasado a un horizonte de presentado­r en nómina de Roures. Montará una especie de ‘Sálvame’ al rojo vivo. Ganará una pasta. Podría convertirs­e en el Jorge Javier de la política. Pero, ay, apearse del poder a los 42 años tras haberlo tocado es un trago amargo. Y luego están los jueces, todavía dando el coñazo. El lío con Dina, que sigue coleando en el juzgado de García Castellón, que no afloja. El lío de las chapuzas contables con Neurona...

Irene tampoco contribuye a mejorar el ambiente, la verdad, porque está que echa chispas. Le ha estallado el ‘Niñeragate’ en un juzgado de instrucció­n de Madrid. Han abierto diligencia­s para ver si ella y su asesora Teresa Arévalo incurriero­n en un delito de administra­ción desleal. El asunto es cutre: sospechan que Teresa, una empleada de Podemos que fue diputada entre 2016 y 2019, hacía de niñera de la ministra y era pagada con fondos del partido (o del Estado, que todavía no está claro). Teresa, que hoy tiene 40 años, era una chica de Ciudad Real que vino a estudiar Políticas a Madrid. Ni siquiera acabó la carrera, pero aquello le sirvió para entablar relación con el mundillo de lo que sería Podemos, donde ha tenido las únicas nóminas de su vida. La verdad es que Irene se ha portado con ella. Cuando no salió reelegida diputada, le inventó un cargo de relleno en Podemos (secretaria de Política de Cuidados) y una vez ministra la metió en nómina en Igualdad como ‘jefa de gabinete adjunta del Ministerio de Igualdad’. Si se confirma lo que sospecha la juez, Teresa sería la niñera con el título más rimbombant­e de la historia.

El sol se pone en Galapagar tras seis años de gas y arrogancia. Venían a arreglar el mundo. Al final solo arreglaron sus cuentas corrientes.

El sol se pone en Galapagar tras seis años de gas y arrogancia

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