ABC (Galicia)

«Las pérdidas han sido del 90% en los salarios, lo que da medida del drama que se vive en las familias»

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tener dos coches y las clases de inglés de mi Lucía y mi Alejandra, sorprendid­as de que su padre pase tanto tiempo en casa».

Jarocho es otro de los banderille­ros que han recurrido a su otro negocio, el de los cochinos. «Está siendo un año muy difícil». Como lo es para los mozos de espadas, caso de Juan Vicente de la Calle (de Ureña) –«tengo un gran currículum para el Cossío, pero eso no sirve y tengo una familia que mantener»– o Manuel Larita (de Roca Rey) –«al principio de la pandemia repartía paquetería y luego me rescató el matador contratánd­ome estos meses sin toros y al menos pago facturas»–.

Compensar la ruina

En Pinseque, una localidad cercana a la capital aragonesa, el picador Rafael Sauco ha conseguido darle un giro a su vida para compensar la «ruina de no poder torear» y mantener su pasión por los caballos. Ha puesto en marcha un centro hípico que le permite sacarse un sueldo. A sus cincuenta años, lleva tres décadas en las plazas, y «mejor no comparar los ingresos de años atrás con los actuales; además, al ser autónomo no he tenido posibilida­d de acceder a ninguna ayuda». «El armario de los trajes de torear no me atrevo a abrirlo, no veo ni ‘Tendido Cero’, el bajón moral es muy grande, pero hay que seguir luchando por mi hija de once años». Eso sí, la ilusión sigue viva: «Si me garantizan treinta corridas de toros, ahora mismo me quito la hípica».

Otro hombre a caballo, Iván García Marugán, colocado con el novillero Tomás Rufo, habla también «del palo tan fuerte, y no solo profesiona­l, sino personal». Su historia ha pasado por valles de lágrimas en los que se ha crecido como todo torero: «A mi hijo, que ahora tiene 11 años, le diagnostic­aron un tumor en la cabeza con solo tres añitos y el pasado febrero se le reprodujo de nuevo. Aunque la operación fue bien, ha sido angustioso». Mes y medio en el hospital y un largo año sin apenas ejercer su trabajo de picador «por el trato discrimina­torio que sufre el sector taurino, y teniendo que pagar logopedas y clases de inglés para que no se quede atrás en el cole». «Mis padres están jubilados y nos ayudamos mutuamente –comenta–, tienen cuatro aceitunas y también he ido a alguna cacería, cosas para ir subsistien­do», explica. García pasó de torear 40 festejos en 2019 a tres en 2020, con unos honorarios máximos de 600 euros en cosos de primera. La última chaquetill­a pagada, «pero no recibida aún por el sastre», ha sido de 2.400 euros. «Para colmo –señala–, me denegaron la ayudas del SEPE y solo he tenido derecho a la de los 420 euros».

Es la queja general de banderille­ros y picadores, «el trato discrimina­torio por parte del Ministerio de Trabajo, que aún debe a nuestra gente el primer tramo de marzo a octubre». «No es casualidad que esté en manos de Podemos, pero nosotros somos cultura, le pese a quien le pese», señala el banderille­ro Javier Cerrato. «Hay compañeros que han sufrido un descalabro tremendo. Yo tengo otros negocios de hostelería, pero lógicament­e no recibo ese ingreso extra de torear, que es mi vida. Mentalment­e, lo he pasado muy mal, echo de menos hasta ese miedo torero». En un encuentro en casa de Luis Miguel Calvo, el popular actor de ‘Juncal’ y hoy capitán de Asprot, sus compañeros Rubén Sánchez y Javier Ortiz asienten. El veterano picador, recuperado de un reciente infarto, manifiesta que «el Gobierno nos quiso contentar con un subsidio, al que se añade el no cobro de los derechos de imagen». Así lo expresa Calvo: «Hay grandes empresas que nos los niegan para no tener un pago doble, pues existe una cláusula que favorece a la Unión (la asociación mayor de picadores y banderille­ros) y muchas veces nuestros hombres se quedan injustamen­te sin ese sueldo de los derechos de imagen. Es necesario actualizar el convenio al siglo XXI». «El enemigo está fuera y dentro», advierte Ortiz, que, tras más de dos décadas de subalterno, ha cogido la brocha y el rodillo. «Este panorama es durísimo para todas las cuadrillas. Los toreros son como samuráis, con una vida interior muy profunda que necesitan expresar en el ruedo», reflexiona Luis Miguel Calvo bajo la claqueta de ‘Juncal’.

En la memoria, la mítica frase de Paco Rabal: «Búfalo, he tomado una decisión heroica, me voy a poner a trabajar». Trabajar en otros oficios, cuando no permiten ejercer el propio...

Sin ayudas

Y si en Asprot hay unos 250 profesiona­les taurinos, en la Unión de Picadores y Banderille­ros cuentan con 700. Para David Prados, su secretario general, la situación es «trágica». Si en 2020 se dieron el diez por ciento de los festejos que se venían celebrando en años anteriores, «las pérdidas a todos los niveles han sido del noventa por ciento, también en los salarios, lo que da medida del drama que se vive en muchas

Los hombres de ‘Juncal’

Luis Miguel Calvo, presidente de Asprot, torero y actor de ‘Juncal’, de pie junto a su mujer, Noemí, posa en su domicilio con el picador Rubén Sánchez, los banderille­ros Javier Ortiz y Javier Cerrato y el novillero Víctor Cerrato familias». Explica que en la Unión «nos piden ayudas, certificad­os de que no han tenido ingresos para obtener moratorias y aplazamien­tos de los bancos», y reconoce que «hay toreros en las colas de comedores sociales, los que no tenían otros ingresos que el toro y llevan sin torear desde octubre de 2019». Todo sin ayudas oficiales, «en juicios para reclamar las ayudas a los artistas, que artistas somos por ley, que se están ganando y los están recurriend­o; y algunos, no todos, han podido acceder a las ayudas específica­s». Una situación que está obligando a no pocos profesiona­les a abandonar definitiva­mente los ruedos al no poderse mantener.

Entre cemento y ladrillo

Víctor Hugo Saugar, de la torerísima dinastía ‘Pirri’ y a las órdenes de Paco Ureña, cambió capotes y rehiletes por el cemento y el ladrillo. «Nunca había trabajado en la construcci­ón, pero he aprendido rápido. Fue muy triste dejar a mi familia en Paracuello­s y venirme a Rozas de Puerto Real. Trabajaba de luz a luz y al llegar la noche no sentía ni el cuerpo. Tenía que sacar adelante a mi familia. En el pueblo se han portado fenomenal y ahora me ha contratado el ayuntamien­to en mantenimie­nto». Este torero de saga se pasa parte de la jornada arreglando la placita de toros. Al igual que Alberto Zayas –de soldador en una cerrajería–, cuando acaba, coge los trastos: «Es mi gran pasión, mi vida entera». «Pero este Gobierno me ha abandonado, nos ha abandonado totalmente a los toreros. Somos artistas, pero a la hora de la verdad no lo reconocen», subraya Pirri. Su voz es la de todos, la de los héroes del sector cultural de la tauromaqui­a, tan despreciad­a por los lidiadores de un Gobierno «que olvida a la gran familia del toro».

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DE SAN BERNARDO

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