Anatomía de una muerte en cadena
Familias indias pagan un dineral en crematorios de gas para despedir a sus parientes
X, un joven informático de 45 años, casado y con una hija de 16 años, se contagia de coronavirus en Delhi con el resto de la familia. Estamos en la segunda semana de abril y él no tiene ni la más remota idea de que le quedan veinte días para despedirse de sus seres queridos. Infectado, se esfuerza en llevar a sus padres, tíos y a su hija, todos enfermos, a las clínicas privadas de la capital india, que están totalmente desbordadas. X mantiene la esperanza de que con medicamentos y descanso todo vaya bien, como sucedió en la primera oleada cuando se contagiaron muchos parientes suyos sin mayor gravedad.
Pero esta vez, en la tercera noche de infección, entre noticias del caos, alboroto y pánico tremendos que hay afuera, mide el nivel de oxígeno de su padre y de una tía y decide el siguiente paso: llevarlos a un hospital reputado, ya sea privado o público. Pasa un día entero buscando camas libres en Delhi sin éxito. Pregunta a su red de parientes hasta que, por fin, alguien les asegura dos camas de las cien que tiene un pequeño hospital privado. Es en ese momento cuando X comienza a sentirse agotado y su pulsioxímetro muestra un nivel de oxígeno alarmante. Deciden que sea X y su padre quienes ingresen en las cotizadas camas, mientras tratan de conseguir otra plaza en otro lugar para la tía.
Padre e hijo ingresan en el hospital: su salud exige UCI, pero no está disponible. Para su tía, otro familiar encuentra una cama en la UCI de un hospital estatal a través de una médico conocida. Por entonces ya se habían llenado todos los hospitales de Delhi con pacientes con Covid.
Como un relámpago
La transmisión del Covid en esta segunda ola es como un relámpago y en la familia de X, que está formada por sus padres, la abuela octogenaria, un hermano de 27 años y una hermana de 32, un día tras otro comienzan a tener todos síntomas graves de la enfermedad. Otra persona les aconseja trasladarse a la ciudad de Rohtak, a 80 kilómetros de Delhi, para encontrar camas. Después de pasar cuatro días en el hospital, el padre de X –que ya sufría problemas cardiacos– comienza a delirar con la máscara de oxígeno. Pese a la agonía, el hospital insiste en que él y su hijo tienen que marcharse a un centro en mejores condiciones dado que son pacientes graves. No dicen dónde ni indican cómo se les podrá trasladar.
La influencia que X había utilizado para obtener las camas ya no sirve; ese contacto solo repite la narrativa del hospital. El quinto día la situación está al revés: es X quien tiene el oxígeno en niveles bajísimos mientras el padre muestra una mejoría. El hospital insiste en que los dos deben marcharse porque no tienen nada más que ofrecerles: no pueden tener al padre en el centro bajo ningún concepto porque parece estable, y con un cilindro de oxígeno por si acaso, en casa se recuperará bien, creen; para X indican que, si cambian el pago de su seguro, consentirán que siga ingresado y hasta le ofrecerán una cama UCI en cuanto se libere.
Mientras, la tía ingresada en Cuidados Intensivos del hospital público fallece cuando intentan quitarle el soporte de oxígeno. Tres sobrinos reciben el cuerpo inerte de la difunta en una ambulancia, alquilada y con dos asistentes que llevan puestos los kits de protección. Esta ambulancia les cobra un precio dos veces mayor del habitual para llevar el cuerpo. El gerente del mortuorio puntualiza que solo se permite que sea una estatal la que traslade los cuerpos de los muertos por Covid a los crematorios. Tras dos horas, el gerente se ablanda y les deja llevar el cadáver en la ambulancia que habían alquilado, rumbo a un crematorio de gas natural donde habrá menos cola para el funeral y todo será más rápido.
Otro pariente de X, trasladado a Rohtak, muere nada más llegar al hospital. En un tránsito paralelo, se llevan su cuerpo al mortuorio, donde para registrar esa muerte y entregar el cuerpo tardarán de 3 a 4 días. La razón es que quedan «un montón de muertos apilados. Están antes en la cola y hay que registrarlos todavía», dicen los responsables. Mientras aguardan esa entrega, su hija y su esposa también ingresan con síntomas graves de Covid.
Volvemos a la abuela de la familia. Tiene un poco de fiebre. Se queda con una asistente en el domicilio. Padece un poco de amnesia, como siempre,