La debacle de un intelectual
A FONDO ▶ Sus pésimos resultados son la crónica de una muerte anunciada
Gobernar es pactar, transigir y renunciar a las ideas por los intereses. Por eso, los intelectuales han fracasado en la política. Sólo me vienen a la mente dos excepciones: André Malraux, que gozó de la amistad del general De Gaulle, y Benedetto Croce, ministro de Instrucción Pública antes de la llegada de Mussolini al poder.
Croce llevó a cabo una reforma de la educación que todavía se recuerda en Italia, algo que no pudo hacer Ángel Gabilondo cuando era ministro de Educación en la etapa de Zapatero pese a que estuvo muy cerca. Sus pésimos resultados en estas elecciones son la crónica de una muerte política anunciada porque este catedrático de Metafísica y exrector de la Autónoma ha tenido que hacer una campaña con las manos atadas.
No había más que verle anoche en su comparecencia en un hotel, sin presencia de ningún miembro de la dirección nacional. Solo, abandonado y derrotado, lamentaba que su mensaje no hubiera llegado a los votantes. Pero él no es el principal responsable de la debacle.
No han sido suyos ni la confección de las listas, ni los mensajes electorales, cocinados por Iván Redondo en La
Moncloa. Pedro Sánchez quería otro candidato para Madrid, pero finalmente se decantó por Gabilondo por razones puramente prácticas. No había nadie de peso en el partido que aceptara autoinmolarse en estas elecciones a mitad de legislatura.
Gabilondo era el candidato in pectore para Defensor del Pueblo. Sánchez ya había decidido relevarle, pero la imprevista convocatoria de elecciones trastocó sus planes. Por lealtad y coherencia Gabilondo aceptó encabezar la lista del PSOE, consciente de que sus probabilidades eran mínimas y que carecía del apoyo del aparato sanchista.
Nada más ser confirmado como candidato, Gabilondo realizó un interesante gambito de caballo al hacer público que no quería gobernar con Pablo Iglesias como socio. Pero Sánchez le obligó a rectificar, tal vez para salvar su propia alianza con Podemos. Ese giro fue desastroso porque permitió visualizar que quien pilotaba la nave era el presidente del
Gobierno. Además, la alianza entre el PSOE y Podemos movilizó al electorado de derechas, que temía una victoria de la izquierda con Iglesias en la sala de máquinas. Gabilondo no ha podido ser él en esta campaña marcada por la crispación y el cainismo. No se desenvuelve bien, por no decir que sufre, en estos debates en los que los insultos desplazan a las ideas. A él, como autor de una tesis sobre Hegel, le gustaría hablar de la dialéctica del amo y el esclavo y de la conciencia desdichada. Pero ha tenido que bajar a la arena y tirar de un argumentario lleno de banalidades y tópicos.
Muchos creen que hubiera sido un buen presidente de Madrid, pero su hipotética dependencia de los escaños de Podemos ha sido un lastre que le ha arrastrado hacia el fondo. Parece evidente que su carrera política está acabada, algo que seguramente no le importa mucho porque lo que quiere es tener tiempo para leer y disfrutar del fútbol, su deporte favorito. Hay una consecuencia adicional de la derrota: que el liderazgo de Sánchez queda debilitado, ya que, aunque Madrid no es el resto de España, la victoria de Díaz Ayuso supone la primera gran derrota del PSOE desde que accedió al Gobierno hace tres años. La cuestión es ahora si el presidente va a cambiar de rumbo, marcando distancias con Podemos, o si va a mantener sus alianzas. El tiempo lo dirá.