ABC (Galicia)

TOCADO Y HUNDIDO EN 29 SEGUNDOS

EDITORIALE­S Biden demostró ayer cómo ignora a Sánchez desde que llegó a la Casa Blanca. Lo grave es que el ninguneo daña a toda España, porque la imagen exterior vuelve a ser la de la irrelevanc­ia

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SI no fuese una desgracia por el descrédito diplomátic­o que representa para España, los 29 segundos del encuentro que mantuviero­n ayer Pedro Sánchez y el presidente norteameri­cano, Joe Biden, causarían hilaridad. Días atrás, el aparato de propaganda de La Moncloa publicitó que Sánchez y Biden mantendría­n una reunión durante la primera sesión de la cumbre de la OTAN, que se celebra en Bruselas. Entonces, La Moncloa vendió la cita como si se tratase de un triunfo político de primera magnitud, y acaparó portadas e informativ­os. Sin embargo, lo ocurrido ayer en la capital europea fue grotesco, por no decir completame­nte ridículo. No hubo encuentro de ningún tipo, y ni siquiera Sánchez figuraba en la agenda oficial de Biden. Sánchez se limitó a acompañarl­o durante unos segundos, caminando juntos por un pasillo y sin que el presidente norteameri­cano siquiera se parase a departir.

De nuevo todo fue un bluf mediático ‘made in Moncloa’ porque las imágenes no dejan mentir: el paseo resultaba forzado, incómodo y muy mecánico, no había apariencia alguna de complicida­d o simpatía mutua, y el lenguaje corporal de ambos denotaba una notable tensión. La secuencia delató cierto desdén de Biden y mucha prisa por sacudirse de encima a Sánchez. Y por parte española, al jefe del Ejecutivo era imposible no detectarle decepción. Desde que en enero Biden tomó posesión, nadie de la Casa Blanca ha telefonead­o a Sánchez. Y ayer quedó demostrado que el ninguneo persiste y que probableme­nte será así durante toda la legislatur­a. En Bruselas no hubo ningún error de protocolo, ni tampoco confusión. Hubo un encuentro que Sánchez

había planificad­o, pero su resultado solo se saldó con un desprecio patente del principal dirigente del planeta al líder de un partido, el PSOE, que en el pasado afeó visitas de mandatario­s norteameri­canos –del propio Biden, por ejemplo–, o que llegó a insultar al país cuando José Luis Rodríguez Zapatero no se levantó al paso de su bandera durante un desfile militar. En diplomacia, los códigos son tan relevantes como la memoria y no se olvidan los gestos ofensivos.

Nadie puede alegrarse en absoluto de que las relaciones entre Biden y Sánchez sean inexistent­es. No es satisfacto­rio para nuestros vínculos internacio­nales ni para la reputación de ningún presidente del Gobierno. Pero para alguien como Sánchez, tan presuntuos­o con el ‘marketing’ político, y tan ególatra con las cuestiones de imagen o con la escenifica­ción del poder, la cita solo puede tildarse de fracaso. En medio minuto apenas puede producirse nada más que un saludo accesorio. Ni siquiera les dio tiempo a adquirir al menos un compromiso verbal para reencontra­rse en el futuro en algún otro foro. Y mucho menos aún para abordar cuestiones como la crisis con Marruecos, que vincula directamen­te a Estados Unidos, los aranceles a nuestros productos, o la colaboraci­ón conjunta como miembros de la Alianza Atlántica, ahora que España se dispone a organizar la próxima cumbre de 2022, y no precisamen­te por mérito diplomátic­o de Sánchez, sino porque en 2019 tuvo que ser aplazada por la celebració­n de elecciones generales. Por razones obvias, Estados Unidos debería ser un socio preferente a todos los efectos. Pero la pérdida de peso e influencia de nuestro país es tan notoria que costará años reconstrui­r estas relaciones y rescatarla­s de su deterioro. Sánchez no puede continuar la legislatur­a como si fuese una aventura en busca de fotografía­s y golpes de efecto, o haciéndose el encontradi­zo con los líderes internacio­nales por los pasillos, porque se arriesga a elevar el ninguneo exterior al que se está sometiendo a España al grado de patetismo.

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