Cuando llevar la contraria a la izquierda tiene castigo
ue Ana Iris Simón reivindicara en ‘Feria’ (Círculo de Tiza) que la generación de sus padres vivió mejor que la de ella, e incluso que reclamara su derecho a mantener los valores tradicionales de su familia de labriegos y feriantes manchegos, la convirtió en sospechosa de conservadurismo. El recelo cayó sobre Sergio del Molino cuando describió en las páginas de ‘Contra la España vacía’ (Alfaguara) los desplantes que sufrieron sus padres por no hablar valenciano, un juicio que a muchos no les pareció todo lo progresista que se esperaba de un autor como él. Ocurrió lo mismo con Fernando Savater tras publicar las razones por las cuales votaría al Partido Popular en las elecciones madrileñas y también con Andrés Trapiello, acusado de revisionista por el PSOE de Madrid.
Cada vez que un creador contradice el discurso de izquierdas asociado a la cultura y la progresía, e incluso cuando aporta una opinión distinta en materia de discrimnación racial, igualdad de género, los derechos de homosexuales y colectivos LGTBI o la revisión del discurso colonialista, se cierne sobre él o ella la mirada escrutadora. La hoja de parra moral de la corrección política censura las paradojas que el arte está obligado a generar y convierte la tolerancia en un ejercicio furibundo. Las redes sociales agravan ese fenómeno sobre el que pocos escritores quieren pronunciarse de forma pública.
La ofensiva moral de determinadas causas parte de los problemas irresueltos en cada sociedad: si en los Estados Unidos gobernados por Donald Trump la muerte de George Floyd fue el detonante del movimiento antirracista #BlackLivesMatter, en la sociedad española los desencuentros giran alrededor de la memoria histórica, la Guerra Civil, el franquismo o la Transición. El debate se libra a ambos lados de la línea que separa la ideología de izquierda de la derecha hasta invisibilizar por completo la Tercera España de la que habló Manuel Chaves Nogales. Tras el
Q15-M, aparecieron nuevos actores políticos como el populismo de izquierda de Podemos y la opción liberal contra el nacionalismo catalán de Ciudadanos. Ambos se vendieron como alternativa al modelo político del 78; queda poco del uno y el otro. La inestabilidad institucional, la imposibilidad de llegar a consensos y la irrupción de partidos calificados de ultraderecha como Vox empeoraron el clima de crispación.
A lo largo de la última década los españoles han padecido una pandemia, una crisis económica, el destape de la corrupción institucional, la abdicación de Juan Carlos I y el cerco a una Monarquía que algunos ponen en cuestión. Tras cinco elecciones generales, una declaración unilateral de independencia y la posterior aplicación del artículo 155, la primera moción de censura exitosa en 40 años de democracia condujo al socialista Pedro Sánchez a La Moncloa gracias a un pacto de investidura con Podemos y las fuerzas nacionalistas, entre ellas el separatismo catalán y la izquierda abertzale. Desde la formación de un gobierno de coalición PSOE-Podemos, la izquierda ha retomado con más fuerza áreas tradicionalmente asociadas al progresismo: los derechos de homosexuales y colectivos LGTBI, el feminismo y el lenguaje inclusivo, la inmigración, la lucha contra la discriminación, la memoria histórica y la unidad de España frente a la autodeterminación.
En medio de ese caldo de cultivo, surgen señalamientos contra quienes critican algunas de las causas más emblemáticas del pensamiento progresista. Le ocurrió a Andrés Trapiello (1953), autor de una obra entre la que destaca ‘Las armas y las letras’, el libro que cambió la visión que se tenía de los intelectuales durante la Guerra Civil. «La izquierda domina desde luego el campo. La mayor parte de los escritores y gente de la cultura que conozco se dicen de izquierdas. Muchos se ponen una pegatina de ‘No a la guerra’, pero se niegan a colocarse una de ‘No a ETA’. Valientes, la verdad, no son mucho», asegura el escritor.
En el libro ‘Feria’ Ana Iris Simón (1991) opone la distancia entre centro y periferia como una forma de criticar la idea de progreso o lo que tal cosa supone. En el ensayo ‘Contra la España vacía’ el escritor Sergio del Molino (1979) retoma la reflexión sobre la despoblación de los pueblos españoles que abordó en 2016 en ‘La España vacía’ (Turner) y analiza las ausencias del Estado del Bienestar y sus representaciones aspiracionales en la clase media, así como el papel de los intelectuales y los ‘progres’ (término que alude a la impostura). «No sé qué es el discurso ‘progresista’ ni el discurso ‘conservador’. El conservador más que un discurso suele tener una actitud defensiva hacia lo que conoce y crítica con lo que desconoce, es como un párpado», opina Gonzalo Torné (1976), una visión que comparte criterio con Cristina Morales (1985), una de las escritoras más jóvenes en hacerse con el Premio Nacional de Narrativa por ‘Lectura fácil’ (Anagrama). «Yo no me siento cercana a tal cosa como un discurso del progreso. Mi primera novela, ‘Los combatientes’, la escribí con rabia política y existencial. Recién salía de la universidad, con unas notas excelentes, pero vivía sumida en la absoluta pobreza, pasando hambre y sin tener dónde vivir». «El conflicto es una buena noticia siempre. Entre la progresía que se llama progre y los conservadores que se creen progres lo que hay son luchas retóricas. Por mí que se maten». «Llevan una vida parecida a la tuya, ganan parecido a ti, viven en casas también parecidas, van a los mismos restaurantes, en asuntos que no comprometen su izquierdismo piensan más o menos parecido; incluso en privado pueden confesarte su desacuerdo con los nacionalistas, pero, ay, amiga, como les pidas que hagan públicas sus discrepancias, ahí se te echarán atrás. O reconocer que ese Sánchez es un vanidoso enloquecido y un embustero. Ahí se acabaron todas las bromas. En la cultura, fuera de la izquierda, se pasa mucho más frío».
En la campaña electoral del 4-M Antonio Muñoz Molina (1956) firmó un manifiesto que reclamaba una opción de izquierdas para acabar con los «26 infernales años que había perpetrado la derecha en Madrid». Muñoz Molina asegura que «el clima público en España lleva mucho tiempo siendo tóxico y autodestructivo». «La campaña de Madrid fue un ejemplo de todo lo peor: el sectarismo, y la negligencia hacia los problemas concretos, sustituidos por fantasías ideológicas: el comunismo, el fascismo, etc. Llevo muchos años ejerciendo la libertad de pensamiento y de expresión, estoy acostumbrado a recibir ataques muy agrios, unas veces de unos extremos y otras de los contrarios».