CAMBIO DE GUARDIA
De la barbarie huye el anciano de Yeats. Hacia Bizancio. De la barbarie de esta gente quisiéramos huir. Mas no hay Bizancio
AL anciano que navega hacia Bizancio, en el poema de W. B. Yeats, no lo guía esperanza alguna de retorno. Y la eternidad a la que aspira es sólo estética: bello «artificio», escribe el poeta, gracias a cuya intensidad, los cantos de la leyenda bizantina pondrán el punto de cruce de pasado y futuro, trocándolos en místico presente continuo: «Lo que pasó, está pasando o pasará». Por esa constancia huye de su tierra el anciano de Yeats: «No es país para viejos». Para ellos, sólo la poesía está dotada de la virtud de recobrar «los monumentos del propio esplendor pasado». Bizancio, llama a eso el poeta: donde hallar a los que «deban ser cantores de mi alma».
Desde la radio me llega la voz de Fernando Simón. Que, además de licenciado, es portavoz epidémico del Gobierno en un país que se dice europeo. Me quedo atónito. Quiero pensar, al principio, que es una broma: un imitador brillante. Pero sé que no. Y me basta una búsqueda en Google para ratificar eso peor que suponía: es él. Y lo más aterrador no es –con serlo– lo que dice. Es la plácida beatitud con que lo dice. La unción, casi episcopal, con que reviste el acento de sus palabras. Su amable condescendencia. Matemos a los viejos. Por el bien común.
Simón literal: «Me perdonarán las personas mayores, porque es duro decirlo, pero no es lo mismo que fallezca una persona de 95 años o que fallezca una de 20». Vale, se lo perdono. O mejor, mire, caballero, tenga usted la bondad de irse a hacer puñetas. Con todas sus episcopales salmodias de ocurrente funcionario bien pagado. Si lo que quiere usted es dar razón del horror de ser viejo, tómese, por lo menos, la molestia de acercarse hasta una biblioteca –le juro que no hace daño– y dígalo con las litúrgicas palabras de William Butler Yeats: «Cosa mísera es un viejo, / raído gabán encima de una estaca, a no ser / que su alma dé palmas y cante». Pero no, un año y medio después de iniciada esta pandemia, todos sabemos que, de los viejos, este Gobierno no parece aguardar sino una extinción rápida. Nada de palmas, de cantos, de consuelo estético.
De la barbarie huye el anciano de Yeats. Hacia Bizancio. De la barbarie de esta gente quisiéramos huir. Mas no hay Bizancio para nosotros. Como mucho, el claustro de la biblioteca desde la cual saber que todo instante de vida –todo– es infinito. Sagrado, pues. Quien pone una interrogación a eso blasfema. Contra lo humano.
Me viene al recuerdo un viejo ‘clochard’ que agoniza en la calle. París. La Policía lo recoge. Con asco, supongo. Días después, sabrán que esa cochambre sin memoria de su propio nombre se llama Cioran y que ha sido el más grande de los pensadores de su siglo en lengua francesa. Muere. Y a los como Simón, les habrá traído al fresco. De nuevo Yeats: «Atado al animal moribundo / que ignora su ser, recogedme / en el artificio de la eternidad».
LOS incontables fontaneros monclovitas han sudado tinta ante la misión imposible de justificar unos indultos injustificables, que irritan a la mayoría de los españoles. Al final se les han ocurrido dos argumentos: 1.- Una apelación genérica a la concordia, que salvando todas las distancias evoca aquella estrategia de entreguismo de Chamberlain con Hitler. 2.- El mezquino reproche de culpar de los hechos golpistas de 2017 al Gobierno de España, que presidía Rajoy.
Sánchez lo ha vuelto a repetir: «Con el Gobierno del PP hubo dos referéndums ilegales de independencia, una declaración unilateral de independencia y las leyes de desconexión aprobadas por el Parlamento de Cataluña. Desde que gobierna el PSOE con Unidas Podemos, cero. Esa es la gran diferencia». Lamentable. Incluso para el estándar del personaje. Es como si a alguien se le ocurriese culpar a Suárez del ‘tejerazo’ de 1981, o al presidente aperturista checo Dubcek por la invasión soviética de 1968, que liquidó su Primavera de Praga. Los únicos responsables de la sedición de 2017 son los dirigentes separatistas, que envalentonados por la deriva del zapaterismo lanzaron el ‘procés’, cuyo móvil inicial fue el intento de Artur Mas de distraer la atención respecto a su pésima gestión de la crisis y los problemas de corrupción que acabarían con Convergència. Hubo reiterados intentos de apaciguamiento. Incluso excesivos, como cuando Rajoy envió a Santamaría a Barcelona para negociar con Junqueras en un momento en que el Gobierno catalán ya estaba embarcado en sus leyes ilegales ‘de desconexión’. Oriol le tomó el pelo a gusto a Sorayita Chamberlain mientras aparentaba buenrollismo con ella en paripés varios de ‘deshielo’, en realidad aprovechaba para prepararlo todo para el 1-O.
¿Por qué a Sánchez no le han montado (por ahora) ningún tinglado golpista? Pues porque tras lo de 2017 descubrieron que la fuerza del Estado era muy notable y que si burlaban la ley acababan en la cárcel. Por eso forofos independentistas como Torrent y Torra hacían grandes proclamas rupturistas, pero se cuidaban de no infringir la ley. El error de Rajoy radicó más bien en tardar demasiado en reaccionar ante los obvios prolegómenos de un golpe contra la unidad de España. Parte de su retraso se debió a que le costó horrores contar con el PSOE de Sánchez frente a la sedición, pues los socialistas ya arrastraban su proverbial empanada filonacionalista.
Dos errores capitales han minado la unidad de España: la transferencia de la educación y el acomplejado entreguismo del PSOE ante los nacionalistas. A partir de Zapatero, el PSOE ha elegido estar con los partidos que batallan por romper el país y en contra de los que defienden la unidad nacional. Si PSOE y PP hubiesen sellado un gran pacto contra el separatismo, si hubiesen endurecido las leyes, si hubiesen acordado un fortalecimiento serio de la presencia del Estado allí donde está amenazado, si hubiesen apoyado con fuerza a la cultura española... el independentismo hoy estaría acorralado y a la baja. No se hizo y ahora ya tiene mal arreglo.
El PSOE toca fondo al culpar al anterior Gobierno de España del golpe separatista