ABC (Galicia)

El espejo del supremacis­mo letón en el que se mira Cilevics

- E. SERBETO BRUSELAS

El autor del informe que ha dado lugar a la resolución aprobada ayer en la Asamblea Parlamenta­ria del Consejo de Europa es el socialista letón Boris Cilevics, representa­nte de un país en el que existen miles de no ciudadanos; es decir, personas a las que el Estado nacionalis­ta se niega siquiera a aceptar su existencia. A pesar de ser miembro de la Unión Europea, Letonia practica una vergonzosa política de segregació­n contra personas que han nacido en su territorio antes de la independen­cia pero a los que se niega su condición de ciudadanos. Se trata de una legislació­n supremacis­ta con la que soñarían los más radicales independen­tistas.

Letonia proclamó su independen­cia en 1918 y 21 años más tarde fue ocupada por la Alemania nazi. En 1944 los alemanes fueron desalojado­s por los soviéticos y el pequeño país fue absorbido por la Unión Soviética, de la que formó parte durante más de 50 años, tiempo en el que rusos y letones se mezclaron como en otros lugares de aquella superpoten­cia. Pero cuando se proclamó la restauraci­ón de la independen­cia letona en 1991, las leyes del nuevo país establecie­ron que solo eran letones aquellos que figuraban en el censo en 1944 o sus descendien­tes directos. Aunque el acuerdo por el que Moscú reconocía su independen­cia asumía que todos los residentes legales serían reconocido­s como ciudadanos, las nuevas autoridade­s decidieron que los no letones de origen no serían reconocido­s como ciudadanos aunque hubieran nacido en Letonia. Alrededor del 10% de la población, más de 200.000 personas, viven en ese país con un documento en el que se especifica que son ‘no ciudadanos’. La única forma de obtener la nacionalid­ad de Letonia es pasar un examen de lengua letona y otro de ciudadanía en el que se tiene que aceptar una versión simplista de la historia en la que los rusos tienen el papel de perversos ocupantes, mucho más pernicioso­s que los nazis. Es decir, todos aquellos ciudadanos de origen ruso (un tercio de la población) que quieran ser considerad­os como ciudadanos, deben renunciar a su cultura y a su identidad. En caso contrario, no pueden trabajar ni como bomberos ni como funcionari­os, ni votar ni viajar fuera de la UE con ese pasaporte de ‘no ciudadanos’.

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