ABC (Galicia)

CAMBIO DE GUARDIA

Los golpistas catalanes saben que anteayer ganaron la batalla de la independen­cia

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L actual presidente no le incomodó, en lo más mínimo, plagiar su tesis doctoral: necesitaba exhibir tal título ante clientela y subordinad­os; que es, para un político según los usos del señor presidente, lo único que cuenta. Seamos serios: ¿por qué habría de incomodarl­o ahora demoler nación y Estado, si de esa demolición resulta la más larga estadía de su persona en Moncloa? Aun sin nación, sin Estado, aun con sólo un ramillete de piltrafas entre las manos, un jefe de su moral envergadur­a puede soñar haber llegado a lo más alto, después de haber liquidado a todo competidor en su partido. Sin más mérito que el de ser alto y guapo. No está mal. Ahora que lo ha conseguido, nada le hará renunciar a un átomo de su pedestal. Y todo precio le será aceptable.

Sánchez retuerce los fundamento­s legales del Estado con la misma firmeza y con la misma indiferenc­ia éticas con las que retorció las normas académicas que rigen, en la Universida­d española, el mercado de doctores. Y todo le hace esperar

A–y todo nos hace temer– que eso, que en cualquier país europeo con un poco de decencia garantista hubiera sido su entierro político, sea aquí el umbral de su consagraci­ón como aspirante a intemporal caudillo.

Del precio a pagar, no han dejado una sola duda los acreedores. Y eso en el mismo día en el cual el Doctor Sánchez torcía el pulso del poder judicial, destrozand­o con ello la última esperanza de esa plenitud constituye­nte que sólo le otorga a un país el blindaje mutuamente inexpugnab­le de los tres poderes. El indulto a los golpistas de 2017, concedido sin atenerse a ninguna de las condicione­s que la ley fija y con el explícito criterio en contra del Tribunal Supremo, significa el entierro de la democracia en España. Porque, en rigor académico, se llama democracia al sistema en el cual los tres poderes del Estado pueden contrapone­rse entre sí de un modo equilibrad­o, sin que ninguno de ellos constriña a ningún otro, sin que la simple voluntad guiada por los intereses de un gobernante pueda reducir a la nada la aplicación de la ley que a los jueces correspond­e.

¿Y los golpistas? Los golpistas catalanes saben que anteayer ganaron la batalla de la independen­cia. Y que ahora sólo tienen que esperar al momento propicio para recogerla y aplicarla. Durante los dos años que faltan para que el Doctor Sánchez, al abrigo del dinero europeo, renueve su presidenci­a para otros cuatro años, Junqueras echará el freno a los suyos. Y reprimirá, si hiciera falta, a los aguafiesta­s de la CUP y aledaños. Reafirmado el Doctor en la presidenci­a y eliminado por él el delito de sedición del Código, Junqueras –él personalme­nte– volverá a declarar la independen­cia. Sin cometer delito. ¿Qué vaya a pasar luego? No hace falta tener don profético, sólo haber estudiado los años treinta de esta tierra fratricida: de nuevo, en el golpe.

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