ABC (Galicia)

Dubravka descorcha la botella de cava

▶ Un grosero error del portero abrió el camino para una goleada en la que brilló Sarabia El equipo recuperó la comunión perdida con los aficionado­s tras dos partidos de desconfian­zas y desplantes mutuos

- JAVIER ASPRÓN SEVILLA

España se destensó a tiempo para alcanzar los octavos, y buena parte del mérito hay que concedérse­la a Dubravka, guardameta eslovaco que se marchó con dolor de cabeza de la tarde sevillana, con un saco de goles encima y un fallo horroroso que le acompañará durante algún tiempo. El portero pasó de héroe a villano en cuestión de minutos, lo que se tarda en detener un penalti a Morata a meterse el balón en su propia portería sin que aún nadie tenga demasiado claro cuáles eran sus intencione­s. Aturdido aún por su error, Dubravka falló también en el segundo gol con una salida en falso que le impidió recuperar a tiempo para detener el cabezazo de Laporte. Por fin España se descorchab­a como una botella de cava, según la metáfora del propio Luis Enrique, y recuperaba su comunión con la afición de Sevilla, dañada tras dos partidos de desconfian­zas y desplantes mutuos que parecían llevar a un triste final anticipado.

Era el tercer partido y España se jugaba mucho, pero en la ciudad apenas se percibía ambiente de jornada grande. Se dejó todo para el escenario del partido. El calor se empezó a notar ya en La Cartuja. Apenas unos pocos jugadores se animaron a pisar el césped en la inspección que suelen hacer una hora antes del partido, momento de charla con la tranquilid­ad del estadio vacío. El termómetro marcaba entonces cerca de 35 grados. Sarabia, Pedri, Dani Olmo y Rodri fueron los más osados mientras sus compañeros permanecía­n a resguardo en el banquillo. También salió Luis Enrique, muy animado, casi espídico. Acompañado por parte de su cuerpo técnico, el selecciona­dor conversaba con Rubiales y Molina. Antes de abandonar el terreno de juego, el presidente de la Federación le dedicó un cariñoso abrazo a la vista de todos.

Al iniciar el partido aún seguía medio campo bañado por el sol. Era fácil adivinar dónde iba a ir el balón en cada saque de portería, pues todos los jugadores esperaban en el tendido de sombra, la zona que coincidía con la grada principal. Llegó la primera pausa de hidratació­n y Luis Enrique se transformó en Sergio Scariolo. Aquello se convirtió en un tiempo muerto de baloncesto, con el selecciona­dor dando instruccio­nes sin parar mientras sus jugadores se echaban agua por encima de la cabeza y se secaban cuello y cara con una toalla. Los eslovacos ya esperaban al sol y el asistente se impacienta­ba. Solo al segundo pitido del árbitro reaccionar­on los jugadores españoles mientras Luis Enrique, educado, se disculpaba por la tardanza.

El área de Dubravka también quedaba tapada por la cubierta del estadio, así que no pudo ponerlo como excusa cuando el pelotazo de Sarabia rebotó en el larguero y subió al cielo de Sevilla con suspense. En la bajada, Morata se acercó lo justo al guardameta eslovaco, que para más inri vestía de amarillo, y le provocó un estado de ansiedad. Cuando por fin llegó la pelota a su alcance no lo dudó. Le pegó un puñetazo mal dirigido y envió el balón a la red. Dubravka llevó mal el bochorno. Él, que minutos antes había despejado con una brillante palomita el penalti de Morata tras adivinar las intencione­s del delantero madrileño, se enfrentaba ahora al escarnio público.

El chaparrón que le cayó en la segunda mitad lo dirigió Sarabia, autor intelectua­l en el primer gol y material en el tercero, al que aún le dio tiempo paras asistir a Ferran en el cuarto. Un acierto de Luis Enrique.

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