Desterrando los estigmas de los menores tutelados
De media, los gallegos se independizan a los 29 años. Ellos, a los 21, deben buscar trabajo y pasar el «duelo» de abandonar su hogar
espertarse cada mañana, desayunar con los compañeros de piso, acudir a la asamblea con ellos: hoy te toca a ti hacer la comida para el resto. Mañana, pasar la mopa y lavar los baños. Clases, comida, actividades en común y a las 11 de la noche, toque de queda. No son las restricciones del coronavirus, sino los horarios de las casas tuteladas en las que viven cerca de 2.000 jóvenes en toda Galicia. «Será una persona conflictiva», «si están en un centro tutelado, algo habrán hecho». Son los prejuicios a los que se enfrentan. Pero nada más lejos de la realidad: Monse, Diógenes o Francesca son como cualquier otra persona de su edad. La diferencia es que su familia no puede hacerse cargo de ellos. Los motivos son diversos: factores económicos, incapacidad, orfandad… pero en las casas tuteladas, los jóvenes encuentran un hogar donde asentarse. Al menos, hasta los 21 años.
Desde la ONG Igaxes han lanzado la campaña ‘Non nos xulgues’, que tiene por objetivo disipar los prejuicios que se ciernen sobre ellos. «Una chica tuvo una entrevista de trabajo y le dijeron: como es que estás en un centro si no tienes cara de mala?» cuenta Carlos Rosón, director de Igaxes. «Estamos combatiendo ese estigma, porque se identifica erróneamente el sistema de reforma con el de protección». Y el objetivo del sistema de protección, como bien indica su nombre, es defender a quien, por sus circunstancias, no tiene una red familiar o de apoyos.
«A veces decía orfanato, que está mal dicho, pero si dices centro de menores la gente piensa que es porque has estado a punto de matar al profesor de matemáticas en el recreo», explica
DZahira, que estuvo hasta los 18 años en un piso tutelado de Aldeas Infantiles. El estigma que recae sobre los jóvenes tutelados les da problemas día a día. «Muchas veces, les es difícil alquilar una vivienda porque piden el aval de sus padres», explica Rosón. «Uno de cada cuatro jóvenes gallegos cae en empleos precarizados, y uno de cada tres, en empleos temporales, así que imagina ellos, que cargan con todos estos prejuicios».
La vida en una vivienda tutelada no es sencilla. El objetivo es «que aprendan autogestionarse» para que puedan transicionar «a la vida adulta de manera rápida y ágil», explica Jacobo Rey, director general de Familia, Infancia e Dinamización Demográfica. «Que aprendan a hacerse adultos, a asumir responsabilidades». Es algo que los jóvenes tutelados saben: «Con 18 o 19 años, asumimos más tareas que una persona de la misma edad que viva en un piso con sus padres» explica en la campaña Diógenes, uno de los protagonistas. Todas las semanas, realizan una asamblea donde se reparten las tareas. Las reglas son bastante limitantes, pero para Mar Ferreira, que vive en una vivienda de Trinitarias, «gracias a ellos soy quien soy hoy en día».
Su sueldo son las ayudas que perciben, que «en ningún caso superan los 400€ al mes», explica Zahira. «Ahorro bastante, suelo siempre comprar lo necesario y no pasarme», detalla Mar. Esa actitud es fruto de la «cultura del ahorro» que les inculcan desde pequeños las asistentas sociales que supervisan los pisos, explica Pilar
Ramallal, coordinadora de las viviendas tuteladas de Igaxes. «A su alrededor suele haber muchas dificultades económicas y es muy importante sobre todo para cuando salgan del sistema de protección».
El sistema de protección termina cuando cumplen 21 años. «Los jóvenes gallegos se independizan, de media, con 29», recuerda Carlos Rosón. Para ellos, abandonar el ‘nido’ es «como un duelo», explica Ramallal, «porque es abandonar una etapa en la que se sintieron protegidos».
Lo que más asusta a José Rodríguez, que está en el piso tutelado de Arela, es «no ser capaz de tener un trabajo y una vida independiente buena» una vez avance por su cuenta. «Les da miedo por el sistema que encontrarán después, las dificultades económicas, la inestabilidad del mercado laboral, encontrar vivienda…» completa Ramallal. Para Rosón, sería deseable que tuvieran «deducciones en el ámbito fiscal o un fácil acceso a vivienda protegida» para hacer la transición menos abrupta. Jacobo Rey recuerda que siempre se sigue en contacto con los (ya no) menores tutelados, pero que «es un momento de mucha soledad». «Te pueden pasar dos cosas», explica Monse, una de las participantes en la campaña de Igaxes. «O tienes mucho miedo o tienes súper claro que todo te va a salir genial. Yo por ejemplo tengo mucho miedo».
Zahira, de 21 años, vive ahora en un piso en solitario mientras estudia Comunicación Audiovisual. Su paso por el piso tutelado supuso «los mejores años de mi vida». «Aunque sean casas que no tengan un funcionamiento muy hogareño o familiar, te dan mucho apoyo económico y emocional. Cuando vienes de una familia desestructurada, eso es una locura. No te tienes que preocupar por tu casa, tus facturas… solo por ser un adolescente. Tener ese privilegio después de venir de donde yo y la mayoría de mis compañeros veníamos, es como... wow», relata.
La vida en el piso tutelado tiene también sus partes negativas. «Tienes horarios muy estrictos. No puedes quedarte a hablar con nadie al salir de clase porque no te podías retrasar. Tenías dos horas de estudio diarias obligatorias, siempre. Después de los 16 años, teníamos que estar en casa a las 21h. Antes, a las 20h. A las 11, tenías que ir a la cama, aunque le quedaran 20 minutos a una película. Tenías muy poco tiempo libre, puramente tuyo, y eso nos pesaba mucho». Aún así, ella tiene claro que marcharse al cumplir los 18 fue «emocionalmente muy duro. Es como salir otra vez del útero. Lloré mucho».