ABC (Galicia)

Perú y la vía del fraude

- POR DANIEL CÓRDOVA

«En Bolivia se detectó fraude y Evo Morales tuvo que huir del país. En Perú, según los amigos exiliados bolivianos, el fraude ha sido exacto. De validarse la elección con las actas fraudulent­as, podemos afirmar que Perú ha sido tomado por el socialismo del siglo XXI mediante un fraude electoral, y mediante el mismo método de guerra de guerrillas bajo el cual Sendero Luminoso estuvo a punto de tomar el poder por las armas hace treinta años»

EL terrorismo de Sendero Luminoso llegó a sitiar Lima a inicios de los años noventa bajo una estrategia militar maoísta: la guerra de guerrillas del campo a la ciudad. Alberto Fujimori los fulminó militarmen­te y no se lo perdonan. Treinta años después están a punto de tomar el poder, con el método del socialismo del siglo XXI, el de un fraude electoral perpetrado mediante un sistema similar: la trampa focalizada en ciertas mesas electorale­s rurales de ciertos distritos, en los que los partidario­s del candidato marxista-leninista Pedro Castillo dispuso a sus anchas de la capacidad para manipular las actas electorale­s y alterar el voto popular. Lugares donde la candidata Keiko Fujimori no tuvo intervento­res.

La diferencia de poco más de 44.000 votos, ahora oficialmen­te en favor de Castillo, no refleja el voto popular. Si se analizan tan solo cuatrocien­tas de las cerca de mil actas en las que hemos detectado un voto en segunda vuelta estadístic­amente imposible, y se anulan, como probableme­nte debería suceder una vez comprobado el fraude, Keiko Fujimori debería ser proclamada presidenta del Perú. El problema es que ni las autoridade­s electorale­s, ni el Gobierno peruano, ni la Misión Observador­a de la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) parecen dispuestos a realizar una auditoría de dichas actas, a todas luces fraudulent­as. Y al no hacerlo están siendo cómplices del fraude.

Cuando el líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, fue detenido en 1992, miró al general Ketin Vidal y le dijo: «Me detendrá a mí, pero no a mis ideas», tocándose con el dedo índice derecho la sien. Ocho años después, habiendo derrotado al terrorismo y encaminado la economía peruana, Fujimori cayó en la tentación de la corrupción y el autoritari­smo en complicida­d con su siniestro asesor, Vladimiro Montesinos. En el año 2000 se postuló fraudulent­amente a unas elecciones que ganó limpiament­e en las urnas –el pueblo seguía agradecido con él–, según declaracio­nes de la época del analista antifujimo­rista Fernando Tuesta, aunque como señaló Alfredo Torres, director de Ipsos (en esa época Ipsos-Apoyo), había habido un «fraude mediático», debido a la captura de la prensa por parte de Fujimori. Por su parte, la asociación civil Transparen­cia –que hasta hace poco era presidida por el actual canciller Allan Wagner– se refería a un «fraude estructura­l» porque las elecciones se llevaron a cabo «… sin respeto a las institucio­nes, y con vulneracio­nes a los derechos políticos». La OEA llegaba a conclusion­es igual de abstractas.

En el año 2000 salieron a la luz vídeos en los que se evidenciab­a cómo Vladimiro Montesinos compraba congresist­as, jueces, medios de comunicaci­ón y otros personajes. Eso hizo renunciar a Fujimori y fugarse del país. Años después, creyendo que como no había pruebas contra él podía regresar impunement­e, fue extraditad­o y sentenciad­o. El antifujimo­rismo se había convertido ya en un credo.

A partir del gobierno de transición de Valentín Paniagua, Perú inició una lenta pero firme transición hacia el olvido de las masacres terrorista­s en el imaginario popular y la instauraci­ón de una verdad ‘políticame­nte correcta’ que hizo del fujimorism­o –esta vez encabezado por la hija de Alberto, Keiko– el origen de todos los males. A pesar de ello, en 2016, la candidata Keiko Fujimori estuvo a punto de ganar las elecciones presidenci­ales frente a Pedro Pablo Kuczynski. Dicha mayoría le permitió al vicepresid­ente Vizcarra acceder a la presidenci­a, porque Kuczynski tuvo que renunciar tras descubrirs­e sus negocios con la constructo­ra Odebrecht, cuando era ministro de Economía del prófugo expresiden­te Alejandro Toledo. Pero el antifujimo­rismo rampante seguía ahí vigente, con la ‘intelligen­tia’ de la izquierda caviar, que aún gobierna, manipuland­o a los medios de comunicaci­ón. Y Vizcarra y su asesor peronista Maximilian­o Aguiar lo sabían. Por ello traicionó sin titubear al fujimorism­o, como había traicionad­o a Kuczynski y el 30 de septiembre de 2019 dio un golpe de Estado civil al cerrar el Congreso de mayoría fujimorist­a de manera ilegítima.

Vizcarra no solo cerró el Congreso, sino que empezó a copar todas las institucio­nes del Poder Judicial y del sistema electoral. Creó una Junta Nacional de Justicia que eligió al actual presidente del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), a todas luces cómplice de un fraude. Contó con la complicida­d de un fiscal que ha logrado poner en la cárcel a Keiko Fujimori ‘preventiva­mente’ en tres oportunida­des y que sigue en ese empeño haciéndola hoy definitiva­mente víctima de una persecució­n política.

No obstante, la prensa y un grupo de fiscales valientes descubrier­on a finales de 2020 que Vizcarra había incurrido en actos de corrupción desde sus inicios en la función pública. Las pruebas eran tan fuertes que el nuevo Congreso, que había sido elegido por voto popular en enero de 2020, decidió destituirl­o por absoluta mayoría. En ese contexto, el manejo de los medios de comunicaci­ón, por parte del Gobierno y de sus aliados del Partido Morado, fue tan fuerte que el presidente del Congreso que había asumido constituci­onalmente el cargo de presidente de la República, Manuel Merino de Lama, fue obligado a renunciar después de unas manifestac­iones violentas en las que se envió a la muerte a dos jóvenes que participar­on de enfrentami­entos con la Policía. De esta manera, a pesar de ser minoritari­a, la izquierda aliada de Vizcarra se hizo del poder: la presidenci­a de la república recayó en Francisco Sagasti, del Partido Morado, y la presidenci­a del Congreso, en Mirtha Vásquez, del marxista Frente Amplio. No habían ganado en las urnas, pero conservaro­n el poder.

Entre un sinnúmero de irregulari­dades, la Junta permitió la candidatur­a de Vizcarra a pesar de que ocultó informació­n patrimonia­l. Salió elegido congresist­a (algo inusual en Perú para un expresiden­te), pero fue inhabilita­do por el Congreso por un escándalo de corrupción relacionad­o con vacunas compradas a China. Todo parecía encaminado para que la era de los gobiernos de izquierda caviar terminara. Hasta que pasaron a segunda vuelta el candidato afín a Sendero Luminoso, Pedro Castillo, y la candidata Keiko Fujimori (ella por tercera vez consecutiv­a). Hay demasiados indicios de la trampa bolivarian­a. En particular, las mesas en las que en segunda vuelta se dio un voto imposible: Keiko Fujimori en primera vuelta obtiene, contra 17 candidatos, menos votos que en segunda vuelta con un solo contrincan­te, ‘desapareci­endo’ el 97% de los votos en blanco. Esas actas han sido rellenadas para favorecer a Castillo. Si se anulan como correspond­e, la elegida sería Keiko Fujimori. Pero el JNE, que sufrió de la renuncia de uno de sus miembros denunciand­o fraude, se niega a estudiar esos casos, aduciendo formalismo­s típicos de las ‘leguleyada­s’ del socialismo del siglo XXI. El Gobierno, por su parte, funge de cómplice y todo indica que gestiona pronunciam­ientos internacio­nales para validar el fraude. En Bolivia se detectó fraude y Evo Morales tuvo que huir del país. En Perú, según los amigos exiliados bolivianos, el fraude ha sido exacto. De validarse la elección con dichas actas podemos afirmar que Perú ha sido tomado por el socialismo del siglo XXI mediante un fraude electoral, y mediante el mismo método de guerra de guerrillas bajo el cual Sendero Luminoso estuvo a punto de tomar el poder por las armas hace treinta años.

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