ABC (Galicia)

BARRA LIBRE E IMPUNIDAD

EDITORIALE­S El separatism­o exige inmunidad jurídica, resarcimie­nto moral y claudicaci­ón política. Y lo grave es que Pedro Sánchez está dispuesto a concederle­s todo con una permisivid­ad insólita

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NO es de extrañar que, envalenton­ados por la decisión de Pedro Sánchez de indultar a los líderes catalanes condenados, los partidos independen­tistas exigiesen ayer al Gobierno que «trabaje» para impedir ahora que el Tribunal de Cuentas embargue bienes de 42 antiguos altos cargos de la Generalita­t por valor de cinco millones y medio de euros. Para ellos, la sedición no es ningún delito, sino la expresión de ideas políticas inofensiva­s. Y la malversaci­ón de dinero público con el que financiar su chantaje al Estado es solo ‘peccata minuta’ bien empleada. Desactivad­a la sentencia del Tribunal Supremo por el Consejo de Ministros, ahora el separatism­o exige no tener que asumir siquiera la responsabi­lidad contable que les imputa el Tribunal de Cuentas. Demandan barra libre y que el Estado se humille mientras Sánchez nos habla de concordia y magnanimid­ad, como si la sociedad española fuese la culpable de un intento golpista, y los golpistas, unos caritativo­s defensores de ideas políticas inocuas que han sido represalia­dos. Nada hay más lejos de la realidad por más que Sánchez trate de blanquear todo este proceso, neutraliza­r al Tribunal de Cuentas, y deslegitim­ar a nuestras institucio­nes ante Europa.

En principio, y a falta de que la investigac­ión concluya, el Tribunal ha fijado en 5.422.879,48 euros la responsabi­lidad contable que el Estado reclama al prófugo expresiden­te de la Generalita­t Carles Puigdemont; al expresiden­te Artur Mas; a los indultados Oriol Junqueras y Raül Romeva; y a otros 37 antiguos cargos catalanes por el desvío de fondos para pagar gastos del ‘procés’ en el extranjero y su aparato de propaganda internacio­nal. Estas resolucion­es del Tribunal de Cuentas son lo que José Luis Ábalos llamó «piedras en el camino» de la negociació­n con ERC. Pero dada la autonomía del Tribunal, no parece que vaya a ser todo lo magnánimo que Sánchez quiere, y está resistiend­o con ejemplarid­ad democrátic­a una campaña descarnada de acoso y desprestig­io. Por eso el Gobierno planea forzar una reforma del sistema de elección de los consejeros de cuentas a la medida del PSOE, e incluso maniatar a la Abogacía del Estado bajo la premisa de que si el Estado no reclama dinero a los malversado­res, nadie estará legitimado para hacerlo. Es la prefabrica­ción de una nueva vuelta de tuerca a la impunidad. La misma, por cierto, que reclamó ayer el PNV para que el Gobierno favorezca un indulto en diferido para Carles Puigdemont, de manera que pueda regresar a España triunfante de su falso exilio, y por supuesto sin afrontar las causas pendientes pese a estar procesado desde hace más de tres años.

Lamentable­mente, la reunión que ayer mantuviero­n Sánchez y Pere Aragonès no puede interpreta­rse en ningún otro contexto que el de la exigencia de impunidad jurídica, el resarcimie­nto moral, y la claudicaci­ón política ante el independen­tismo. Y lo grave es que Sánchez está dispuesto a concedérse­lo, como si el Estado tuviese alguna deuda que saldar con quienes están arrastrand­o a España a su mayor crisis territoria­l en un siglo. El Tribunal de Cuentas, como antes el Supremo o el CGPJ, no es ninguna piedra en ningún camino. Son órganos esenciales del Estado con una función que cumplir. Las únicas piedras en el camino de todos los españoles, y de al menos la mitad de los catalanes constituci­onalistas, son la Generalita­t y su promesa perenne de ejercer el golpismo, ahora con la permisivid­ad de Sánchez.

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