ABC (Galicia)

Etiopía frena la guerra civil para evitar la derrota y la hambruna

▶Adís Abeba anuncia un alto el fuego en la región de Tigray después de que los rebeldes recuperara­n Mekele ▶Los tigrinos en armas no aceptan la tregua, y pondrán en marcha la creación de un Estado independie­nte

- SILVIA NIETO MADRID

El Gobierno etíope anunció el lunes un alto el fuego inmediato y unilateral en Tigray, la región septentrio­nal donde lazó una ofensiva el pasado 4 de noviembre por orden del primer ministro, Abiy Ahmed. La decisión se dio a conocer después de que las tropas del Frente Popular de Liberación de Tigray (FPLT), el partido-milicia al que se enfrenta el Gobierno de Adís Abeba, lograra recuperar el control sobre la capital de la provincia, Mekele.

«La capital de Tigray, Mekele, está bajo nuestro control», se felicitaba el lunes Getachew Reda, portavoz del FPLT. En las calles de la ciudad se podía ver a las tropas rebeldes y civiles festejando su llegada con júbilo, informaba Reuters. Poco después, el Gobierno etíope reaccionab­a a la noticia declarando un alto el fuego «que se mantendrá hasta que acabe la temporada agrícola [en septiembre]».

Dos son los objetivos del alto el fuego. El primero es evitar la hambruna, un mal que amenaza de nuevo a los etíopes por culpa de la guerra. Unicef denunciaba en junio que 33.000 niños de Tigray se hallan al borde de la muerte por desnutrici­ón. Un total de 353.000 personas sufren ese mismo peligro por la falta de alimentos, causada por la destrucció­n de tierras de cultivo, granjas y semillas en las zonas rurales. El segundo es ocultar un fracaso.

«El alto el fuego es una estratagem­a de Abiy Ahmed para no reconocer la derrota militar», explica Andreu Martínez d’Alòs-Moner, investigad­or del Instituto de Ciencias de Patrimonio del CSIC y experto en Etiopía. «Los tigrinos van a empezar la batalla de verdad, porque han demostrado su fortaleza. Han recuperado su capital y van a ir a por todo terreno perdido. Ha sido una victoria militar formidable», detalla. «Luego pondrán los cimientos de un estado independie­nte. Lo van a hacer con estrategia, preparando las bases teóricas, para celebrar un referéndum, y tejiendo alianzas regionales, con Sudán, Kenia o Yibuti, e internacio­nales, con la Unión Europea y Estados Unidos». La debilidad de Ahmed –Etiopía se ha enemistado con todo el mundo occidental, ha perdido su Ejército y ha machacado la economía– abre la posibilida­d de «un golpe interno».

«Ahmed posee un arsenal para procurar que Tigray no se vaya de sus manos, y esto no alienta nada bueno para el futuro. Es un alto el fuego que se va a cortar en cualquier momento», opina sin embargo el africanist­a Omer Freixa. «Etiopía es el segundo país más poblado de África. Era clave para la estabilida­d regional en el Cuerno de África, pero la falta de paz interna rompe esa imagen», lamenta. El experto también recuerda las tensiones étnicas. Es una preocupaci­ón que comparte con una misionera española que ha preferido mantener el anonimato y trabaja en la provincia de Benishangu­l-Gumuz, fronteriza con Sudán: «El país está muy revuelto con el tema de las etnias –explica–. Prima más ese tipo de identidad que decir que eres etíope, lo que está creando muchos problemas con la gente joven».

El cese de las hostilidad­es en Etiopía fue recibido con regocijo por el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, que ya había expresado su preocupaci­ón por la guerra en Tigray. Una inquietud compartida por la Unión Europea y Estados Unidos, que denunciaro­n recienteme­nte la matanza en la ciudad de Togoga, donde un mercado fue bombardead­o y se calcula que murieron cerca de 60 personas y hubo centenares de heridos.

El pasado viernes, la desgracia volvió a golpear Tigray con el asesinato de tres cooperante­s de Médicos Sin Fronteras (MSF), entre los que se encontraba la española María Hernández. Una tragedia así no era inesperada. Todas las facciones del conflicto son sospechosa­s de haber cometido crímenes de guerra. El Gobierno etíope ha demonizado a los trabajador­es humanitari­os, a los que acusa de ser poco menos que agentes del FPLT.

Lo cierto es que las organizaci­ones llevan meses denunciand­o masacres. Una de las más terribles se produjo en Axum en noviembre, cuando Amnistía Internacio­nal informó de que 240 personas habían sido asesinadas. Poco después, el diario ‘The New York Times’ filtraba un informe de Inteligenc­ia estadounid­ense en el que se revelaba el temor a que se produjera una «limpieza étnica» en Tigray. La Unión Africana también temía que el conflic

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