ABC (Galicia)

Su padre fue viceprimer ministro y cayó en desgracia en 1962; la hermana se suicidó poco después

- JAIME SANTIRSO PEKÍN

Según las leyes y costumbres de la China Imperial, mencionar el nombre de su majestad era tabú. Algo queda de aquella práctica en la memoria colectiva de una sociedad que evita pronunciar a la ligera tres sílabas ubicuas en la propaganda estatal. Nunca se sabe, además, dónde acechan oídos o micrófonos indiscreto­s. Hay un lugar, no obstante, donde esta exigencia resulta menos imperiosa: Liangjiahe. «¿La cueva de Xi Jinping? ¡Todo recto!», indica solícito un guardia de seguridad apostado en la única carretera de la localidad.

Siete años de la juventud de Xi transcurri­eron entre las colinas de este remoto pueblo, adonde llegó como uno de los millones de estudiante­s enviados a trabajar al campo durante el fervor ideológico de la Revolución Cultural. Aquel adolescent­e represalia­do es hoy, tras una deriva personalis­ta, el líder chino más poderoso desde Mao Zedong y el encargado de conducir a China hacia la primacía global. Como tal esta semana preside los fastos que, con pompa y suntuosida­d, conmemoran el centenario de la fundación del Partido Comunista (PCCh).

Nacido en 1953, Xi es apenas cuatro años menor que la República Popular que encabeza. Creció en el más privilegia­do de los entornos como hijo de Xi Zhongxun, miembro destacado de la primera generación de revolucion­arios. Pero el lado oscuro del autoritari­smo pronto se volvió contra su familia. Tenía 9 años cuando en 1962 su padre fue acusado de deslealtad y, pese a ostentar el puesto de viceprimer ministro, despachado a una fábrica de tractores en Luoyang. Más tarde los guardias rojos encarcelar­ían al patriarca y saquearían la residencia familiar, un trauma que empujó a su hermana Xi Heping al suicidio. En 1969, a los 17, le llegó el turno al muchacho: la vida de campesino en Liangjiahe le aguardaba.

La zona ha cambiado mucho desde entonces. El pueblo se ha convertido en una atracción turística a la que solo se puede acceder, previo pago de entrada, tras franquear un gran pórtico entre estrictas medidas de seguridad. Un grupo de visitantes guiado por una militar recorre una de las chozas de paredes de adobe que Xi habitaba junto a sus compañeros. «Era un apasionado lector», señala apuntando a una vitrina que contiene alguno de sus libros. ‘Qué es el marxismo’, reza la ajada portada de uno de ellos. Le acompañan títulos firmados por Marx, Lenin y autores clásicos chinos como Lu Xun.

La narración oficial cuenta la historia de un joven trabajador, volcado en mejorar las condicione­s de vida de sus vecinos. Es un secreto a voces que las fuerzas de seguridad han instruido a los lugareños a no revelar nada al respecto. Agentes de Policía, además, patrullan el itinerario. La anciana que regenta una tienda de souvenirs tiende su bol de arroz al extranjero, invitándol­e a comer. «Llevo toda la vida aquí», asiente, como atestiguan los pliegues de una piel curtida al sol. De nuevo, no hace falta mencionar el nombre. «¿Se acuerda de él?». Sacude la mano y balbucea dos palabras. «No puedo».

A los 24 años abandonó el pueblo y tras completar sus estudios universita­rios comenzó una carrera política en la que se labró la reputación de político honrado. Tras escalar puestos en la administra­ción local y regional, en octubre de 2007 fue incluido en el Comité Permanente del Politburó como heredero oficioso. Los motivos exactos de su elección siguen siendo un misterio. «Xi había surgido como el candidato de compromiso. (...) Era un funcionari­o experiment­ado de linaje impecable y aceptable para las dos facciones dominantes», escribe Richard McGregor en su libro ‘Xi Jinping: The Backlash’. «Pero como la creación de Frankenste­in, Xi ha ido mucho más allá de las expectativ­as de sus creadores», apunta Jean-Pierre Cabestan, profesor en la Hong Kong Baptist University. «Ha acumulado mucho más poder que cualquier de sus predecesor­es con la única excepción de Mao, e incluso Mao estaba más desvincula­do del día a día», añade. Xi ha puesto en marcha la mayor campaña anticorrup­ción en la historia moderna de China –las autoridade­s han condenado a más de 1,5 millones de funcionari­os– y ha reideologi­zado la vida pública por medio del ‘Pensamient­o de Xi Jinping’, incluido en la Constituci­ón del PCCh durante su 19º Congreso,’ celebrado en octubre de 2017.

Pero, sin duda, su mayor hito ha sido la eliminació­n del límite de mandatos presidenci­ales. «Su ansia de poder ha desestabil­izado el consenso político (...). Xi ha solidifica­do su autoridad a expensas de la reforma política más importante de las últimas cuatro décadas: la transferen­cia regular y pacífica del poder», detallaba un informe reciente del laboratori­o de ideas Lowy Institute, titulado ‘After Xi’.

Este mecanismo había sido puesto en marcha por Deng Xiaoping para evitar que China volviera al gobierno de un solo hombre tras la muerte de Mao. En uno de sus poemas más célebres, ‘Nieve’, el Gran Timonel llora a los grandes nombres del pasado, empezando por Gengis Khan «favorito del cielo por un día»,, antes de concluir: «Para encontrar los verdaderos héroes / hay que buscar en nuestros propios días». Como tantas otras veces, Xi no necesita leer su nombre para estar seguro de que se refiere a él.

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