Estatua tumbada o monumento del indio vencido

En las movilizaciones urbanas de los dos últimos meses en Colombia ha habido ataques a estatuas que conmemoran la conquista de Colombia por los españoles. Esto ha sido promovido por las autoridades indígenas que forman el Consejo Regional Indígena del Cauca, que se organizó desde 1971 para luchar por la recuperación de la cultura indígena, la devolución de tierras, etc. Las primeras que se tumbaron fueron las de Sebastián de Belalcázar, que derrotó a los indios de Popayán en 1536, cuando murió su cacique Calambás, y la de Gonzalo Jiménez de Quesada, conquistador de Bogotá, quien hizo torturar al último cacique, Sagipa, para que entregara su tesoro. Sagipa murió en 1539. Después se han atacado estatuas de Colón e Isabel la Católica.

Los indígenas, que pasaron de ser cinco millones en 1500 a menos de uno en 1600, desaparecieron casi del todo de la memoria del país y perdieron la mayor parte de sus tierras. En 1991 la Constitución reconoció que Colombia es un país multicultural, conformado por lo español y lo indígena, entre otros. Y se ordenó que se rescataran los idiomas de los indios, que se les devolvieran algunas de las tierras perdidas, que se defendieran sus comunidades, etc.

¿Tiene sentido que en un país que ha ignorado a los indios (solo se recuerdan su orfebrería y sus plantas alimenticias, como la patata o el maíz) haya en todas las ciudades estatuas para celebrar al conquistador español y no al indio vencido? Antes habría podido pensarse en hacer, al lado de las estatuas de los que ganaron, las de los derrotados, para contar dos lados del relato. Pero ahora será difícil, porque la polarización ya es muy fuerte, aunque textos escolares y museos ahora cuentan una historia diferente, que no es ni la leyenda rosa de los bienes que les trajeron los españoles a los indios (¿la religión y el idioma?) ni la leyenda negra de la masacre de todos los indios y su despedazamiento por los perros del conquistador.