Insaciables
Somos el alimento de los gobiernos depredadores que inventan mecánicas diabólicas para esquilmar nuestros ahorros
SOMOS el ñu que cruza el río Mara y termina en la panza del cocodrilo. Somos la gacela de ojos desorbitados que acaba entre las garras del guepardo. Somos la foca que remolonea en la orilla y termina entre las fauces de esa orca que emerge desde el mar con velocidad de misil. Somos, en fin, el alimento de los gobiernos depredadores que inventan mecánicas diabólicas para seguir esquilmando nuestros ahorros. Menos optimizar recursos, cercenar sueldos de enchufados y gestionar con sensatez, lo que sea. Si el talento que muestran a la hora de saciar su espantosa voracidad castigando a los contribuyentes una y otra vez lo aplicasen para encarrilar los recursos evitando despilfarros chorras, se respiraría otro ambiente.
Tenía razón Jim Goad cuando, en su incorrecto, irrevente y algo cafre ensayo ‘Manifiesto Redneck’ dice que los gobiernos son una suerte de malignos ectoplasmas que hunden sus manos en nuestros bolsillos para robarnos. Cristóbal Montoro, para satisfacer sus ansias vampíricas se atrevió a gravar los premios de la lotería, algo sagrado hasta entonces. Recaudó una bagatela, pero se cargó el símbolo de un país que sueña con cuponazos, primitivazos, quinielazos, bingazos y gordos navideños con regusto a cava desventado. Nuestro actuales cráneos privilegiados, si nadie lo impide, piensan recurrir a otra mordida cuando cobres la indemnización por un accidente. La ideíta, la ocurrencia, tampoco parece que vaya a cosechar sumas formidables, sino fruslerías del tamaño de un moco de pavo, pero están ahí, agazapados para repelar cualquier migaja suelta con el frenesí del tirano caníbal empeñado en devorar a sus súbditos. Si cuando sufres un descalabro que te deja los huesos quebrantados y la moral arruinada acaso te ayuda, sólo un poco, recibir una compensación económica, padecer el hachazo del impuesto te reconduce a la condición de cariseco, de cornudo y apaleado. Somos el indefenso roedor triturado por la insoportable tragaperras guberbamental y ni rechistamos de puro agotamiento.