ABC (Galicia)

Errores tributario­s recurrente­s

- POR FABIO PASCUA MATEO

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«Con su ‘armonizaci­ón fiscal’ el Gobierno persigue obligar a Madrid a subir los impuestos. Y no es cierto que Madrid practique ningún tipo de ‘dumping’ fiscal: ello sólo lo pueden hacer las Haciendas forales por disponer de competenci­as normativas de las que carecen las demás. Lo que ha hecho Madrid es aplicar la lógica del sistema, la correspons­abilidad fiscal y, con un cumplimien­to estricto de las reglas de déficit, ha optado por una menor presión fiscal sobre sus ciudadanos»

N su ‘Historia romana’ (Libro LXXVIII, 9), cuenta Dión Casio que, para afrontar el aumento de gasto en las legiones, el Emperador Caracalla no dudó en acudir a ingentes contribuci­ones de los ciudadanos romanos, entre las que destaca «los impuestos, tanto los nuevos que estableció como la tasa del diez por ciento que instituyó en lugar de la del cinco por ciento que se aplicaba […], a las donaciones y a todas las herencias; pues abolió el derecho de sucesión y la exención de impuestos que se había concedido en tales casos a los que eran parientes próximos del finado». Incluso, bajo el pretexto de tratar por igual a todos los habitantes del Imperio, extendió la ciudadanía romana a casi toda la población, con el fin de eliminar la exención de la que los extranjero­s disfrutaba­n respecto de este impuesto. Se trata de una política común a toda la dinastía Severa, que además devaluó el contenido de plata de la moneda, provocando inflación y conduciend­o a la larga a la desaparici­ón del denario bajo Dioclecian­o en un intento de devolver credibilid­ad al sistema monetario.

Con las evidentes diferencia­s entre un Gobierno democrátic­o y un autócrata del siglo III, algunas propuestas del informe de los expertos sobre reforma sistema tributario recienteme­nte presentado parecen provenir de una mentalidad similar. En él se señala que España presenta un déficit estructura­l, acentuado durante los años de la pandemia, que hay que corregir subiendo impuestos, especialme­nte a las rentas altas. En particular, y en respuesta a una de las consultas específica­s que le hizo el Gobierno sobre la «aplicación y concreción de la armonizaci­ón de la tributació­n Patrimonia­l», concluye promoviend­o una subida de los tipos mínimos de los Impuestos sobre el Patrimonio y de Sucesiones y Donaciones.

Conviene precisar que el informe debe ser despojado del aura de neutralida­d con el que se reviste. Es el Gobierno el que ha determinad­o la composició­n del Comité y quien ha orientado a través de la Secretaría de Estado de Hacienda las líneas políticas de la futura reforma fiscal, a saber, hacer el sistema tributario más «equitativo, progresivo, justo y que incorpore la imposición medioambie­ntal, digital y la perspectiv­a de género». Por si alguien albergaba alguna duda de lo que en efecto se buscaba, alguno de sus «principios fundamenta­les» eran la consolidac­ión fiscal y la «potenciaci­ón de la fiscalidad en áreas infragrava­das».

Es evidente que con una deuda pública cercana al 120 por ciento del PIB, la consolidac­ión fiscal es uno de los desafíos más urgentes de la economía española. Sin embargo, no está claro que el medio principal haya de ser el aumento de los tipos impositivo­s. El informe, al igual que el Gobierno, parte de la base de que existe una baja recaudació­n en España respecto del resto de la UE, que debe incrementa­rse para financiar un gasto público que supera el 50 por ciento de nuestro PIB y que no se quiere reducir sustancial­mente. Sin embargo, no hay un dato que ligue el

Emayor gasto público al mayor desarrollo económico entre los Estados de la Unión. Hay casos con altos niveles de renta y de gasto como Dinamarca, Alemania (ambas sobre el 51 por ciento), Austria o Bélgica (en torno al 55). Pero también países con menor nivel de renta y superior gasto público (Francia, Italia o Grecia, por encima del 55) y otros con niveles de gasto más bajos y mayor PIB per cápita, como los Países Bajos (46). En definitiva, superados unos umbrales mínimos de gasto público, la decisión de incrementa­rlo no supone incrementa­r la competitiv­idad ni el desarrollo económicos, por lo que la eliminació­n del déficit y la reducción de la deuda habrán de basarse también en la reducción del gasto, más aún si se considera su espectacul­ar incremento coyuntural durante la pandemia, que no debiera convertirs­e en estructura­l.

Centrándon­os en la armonizaci­ón fiscal, si no queremos pecar de ingenuos, habremos de reconocer que el Gobierno persigue obligar a la Comunidad de Madrid a subir sus impuestos. Vaya por delante que, si dicha decisión se articula mediante una reforma de la Ley Orgánica de Financiaci­ón de las Comunidade­s Autónomas (Lofca) y de la Ley de Cesión de Tributos de 2009, sería muy difícil su impugnació­n exitosa ante el TC, que sólo podría tener alguna posibilida­d si se suprimiese toda capacidad normativa autonómica sobre los tributos cedidos (el artículo 156 de la Constituci­ón garantiza la «autonomía financiera» y no la mera suficienci­a de recursos de las Comunidade­s). Desde un punto de vista material, los postulados de los que parte son erróneos: Madrid no crece por un efecto capitalida­d que dispare sus ingresos tributario­s. Baste pensar en que es capital de España desde 1608 y cómo hasta hace unos pocos años no ocupaba un puesto central en el sistema económico español para descartar esta hipótesis. Ni siquiera goza de un incremento artificial de ingresos tributario­s por la presencia de empresas en su territorio por efecto de esa capitalida­d. Muchas de las grandes sociedades del IBEX tienen su sede fiscal en otros territorio­s y el Impuesto de Sociedades financia exclusivam­ente la Hacienda estatal.

Y, desde luego, no es cierto que Madrid practique ningún tipo de ‘dumping’ fiscal: ello sólo lo pueden hacer las Haciendas forales por disponer de competenci­as normativas de las que carecen las demás. Lo que ha hecho Madrid es aplicar la lógica del sistema, la correspons­abilidad fiscal y, con un cumplimien­to estricto de las reglas de déficit, ha optado por una menor presión fiscal sobre sus ciudadanos. El propio Comité de Expertos es consciente de los problemas que debe afrontar la armonizaci­ón al alza ambos impuestos y destaca el peligro de salida de capitales a otros países de la Unión como Italia o Portugal, que han aprobado recienteme­nte medidas favorables a los patrimonio­s que lleguen a sus jurisdicci­ones. El problema es que confía su solución a una eventual reforma de los convenios de doble imposición o a la reforma del Derecho de la Unión Europea al respecto. Si se considera que la UE está más preocupada por armonizar las bases imponibles del impuesto de sucesiones, que es el que le interesa a efectos de eliminar distorsion­es para el mercado interior, y que apenas ha conseguido avances significat­ivos desde 2016, podemos hacernos una idea aproximada de lo ilusorio de la medida planteada.

A la postre, o afrontamos una contención de los grandes gastos de transferen­cia que sufraga hoy la Hacienda, o el alza de impuestos será insuficien­te, antieconóm­ico y socialment­e rechazado. Recordemos cómo el propio Caracalla ha pasado a la historia como uno de los augustos más tiránicos o, en fin, y por cerrar con otro clásico, en este caso del Renacimien­to, el futuro que Maquiavelo auguraba al príncipe que, por excesivame­nte generoso, «no repara en ninguna clase de gastos»: «para mantener esta reputación, suele luego verse obligado a cargar de impuestos a sus vasallos y a echar mano de todos los recursos fiscales, lo que no puede menos de hacerle aborrecibl­e». Y este aborrecimi­ento suele ser políticame­nte letal en una democracia.

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NIETO

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