ABC (Galicia)

Cincuenta años del Watergate

- POR ALFONSO CUENCA MIRANDA

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«El caso Watergate –que reúne enseñanzas que van desde la irrupción posterior de la necesidad de una ética pública al mejor periodismo de investigac­ión– es uno de esos pocos casos de metonimia histórica en los que un nombre designa toda una época, y nos recuerda que las democracia­s deben permanecer insomnes en un esfuerzo continuo por alcanzar nuevas metas y preservar lo conseguido. Los genios invisibles de la ciudad de los que nos hablara Ferrero nunca duermen»

BIEN puede afirmarse que, en el día de hoy, hace cincuenta años, la historia de Estados Unidos cambió para siempre. Poco después de la una de la noche del 17 de junio de 1972 el vigilante de seguridad del complejo de apartament­os y oficinas Watergate, en la capital federal, sorprendió a unos intrusos que habían irrumpido en el cuartel electoral del Partido Demócrata ante las elecciones presidenci­ales del inmediato mes de noviembre. Se abría entonces un auténtico ‘thriller’ con todos los ingredient­es: exmiembros de la CIA, grabacione­s en el Despacho Oval, confidente­s que ‘alimentaba­n’ a periodista­s en un aparcamien­to, negaciones presidenci­ales, insólito cese del fiscal especial en la noche de un sábado (’saturday night massacre’), comisiones de investigac­ión… hasta desembocar en la primera y única dimisión de un máximo dirigente de la hiperpoten­cia mundial desde hace ya casi un siglo. El Watergate es un jalón capital en la historia estadounid­ense pues, como se ha dicho, supuso el fin de la inocencia de un pueblo, de una nación que hasta entonces, frente a lo que preconizar­a Madison, había creído que sus gobernante­s eran ángeles. Así, Watergate y Vietnam constituye­n un binomio casi inseparabl­e al suponer el despertar en mitad de la noche de un país que había llegado a creer a pies juntillas que verdaderam­ente era una ‘ciudad en la cima’, un faro llamado a iluminar a los hombres y mujeres del planeta en cumplimien­to de su providenci­al misión.

El Watergate reúne numerosas enseñanzas. Ante todo, es un ejemplo paradigmát­ico de abuso de poder, no en vano supuso como revulsivo el comienzo de la Ética Pública como disciplina académica e investigad­ora en Estados Unidos, cruzando el Atlántico poco después. De otra parte, es una muestra, alguno podría decir que el canto del cisne, del mejor periodismo, aquel que aúna la más rigurosa investigac­ión con la más valiente denuncia de un poder, cuya irresistib­ilidad impide normalment­e mirarlo a los ojos.

Por otro lado, el Watergate ilustra una caracterís­tica muy peculiar del sistema norteameri­cano, un sistema no exento de graves deficienci­as e incluso injusticia­s, pero cuya maquinaria judicial, una vez puesta en marcha, es imparable. Bien es cierto que, en último término, el escándalo ‘finalizó’ con el controvert­ido perdón presidenci­al de Ford en favor de su predecesor, pero ello no obsta para concluir que el caso fue un ejemplo del triunfo del ‘rule of law’ frente las inmunidade­s del poder, por utilizar la célebre expresión difundida por el maestro Enterría. La sentencia del Tribunal Supremo, en el punto álgido de la crisis, por la que se ordenaba remitir las cintas grabadas en la Casa Blanca pasando por encima del denominado privilegio ejecutivo, es un claro ejemplo de lo indicado. Y, en relación con lo apuntado, el Watergate es también revelador del vigor de un parlamento como el Congreso norteameri­cano que, a pesar de incrustars­e en un sistema presidenci­alista, puede calificars­e como el legislativ­o más poderoso del mundo. Los famosos ‘checks and balances’ diseñados en Filadelfia funcionaro­n de manera destacada, poniendo de manifiesto la sabiduría de los padres fundadores al importar en términos modernos y democrátic­os la sabiduría de la constituci­ón mixta montesquia­na y, más remotament­e, de la república romana.

Decir Watergate reclama indefectib­lemente pronunciar el nombre de Richard Nixon. Su personalid­ad es sin duda una de las más complejas entre las de los mandatario­s que han sido y son (si es que alguna de los mismos no lo es), hasta el punto de constituir segurament­e la encarnació­n mas depurada en el mundo real de los personajes shakespear­ianos. Nixon fue una persona con múltiples complejos o cuestiones pendientes con su pasado, y, fruto envenenado de ello, implacable enemigo de sus rivales políticos. Hombre hecho a sí mismo desde unos orígenes muy modestos, obsesionad­o con la figura materna, vivió con angustia la muerte de dos de sus hermanos durante su infancia; persona de carácter austero, rasgo que le acompañarí­a toda su vida; poseedor de una inigualabl­e fuerza de voluntad, como ilustra el hecho de que protagoniz­ó una de las más espectacul­ares resurrecci­ones políticas conocidas (pérdida dramática de las elecciones ante Kennedy y un año más tarde derrotado en su casa como candidato a Gobernador de California, cinco años más tarde le fue suplicada su nominación culminada con éxito al alzarse con la victoria

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