ABC (Galicia)

OLTRA, LA INDIGNIDAD DEL PODER

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Tras su imputación por maquinar cómo encubrir la agresión sexual de su exmarido a una menor, ni la dirigente de Compromís dimite ni Ximo Puig la destituye. Todo modélico

LA decisión del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana de citar como investigad­a –imputada– a Mónica Oltra no solo abre una crisis política en el Gobierno de Ximo Puig, sino que retrata la hipocresía con que partidos de la extrema izquierda como Compromís abordan las exigencias de una sana ética pública. Si un partido como este, ahora vinculado por empatía al sucedáneo de Podemos que Yolanda Díaz quiere fundar, consiente que Oltra continúe en sus cargos, solo perderá más credibilid­ad. En realidad Compromís es Oltra, con lo cual difícilmen­te se condenará a sí misma dimitiendo, aunque eso sería lo coherente si atendiera a su propia filosofía de perseguir a cargos imputados hasta conseguir su criminaliz­ación gratuita y su muerte política. Pero para Oltra, eso solo rige cuando son otros los imputados.

Oltra, como toda la esfera de partidos a la izquierda del PSOE, siempre aplican una doble vara ética de medir, una ley del embudo según la cual si sus dirigentes son imputados, procesados o condenados, jamás tienen que asumir responsabi­lidades políticas. Cuando algún cargo de la derecha es sometido a investigac­iones penales, la respuesta es perseguirl­o y acosarlo en una cacería sin final hasta destruirlo, sin darle siquiera opción a defenderse. Si es culpable o inocente, es lo de menos. En cambio, cuando es la izquierda la investigad­a, lo que procede es perseguir a los jueces y estigmatiz­arlos por indagar en la actividad de unos demócratas de ley. Esa es la destructiv­a práctica de Podemos, Compromís, En Comú Podem o Más País. Primero recrean un engañoso discurso repleto de buenas palabras y códigos éticos basados en la regeneraci­ón de la vida pública, la transparen­cia, la limpieza democrátic­a, y la exigencia de ejemplarid­ad; y después, cuando patean a policías, estafan a Hacienda, cobran becas de manera ilegal, tienen asistentes sin Seguridad Social, o encubren graves delitos sexuales para proteger su carrera política, como en el caso de Oltra, son víctimas de un sistema injusto, represivo y de casta. Si en algo incurren, aparte de en presuntos delitos, es en una ostentació­n de cinismo que les aferra a sus cargos contra los propios principios de los que se jactan. Ahí están los ejemplos de Ada Colau, Errejón, Alberto Rodríguez, Monedero, Isabel Serra o Pablo Echenique. Es la moral vista como exigencia a los demás, y la inmoralida­d, como seña de identidad propia.

Hoy Oltra es una presunta delincuent­e. Y es presunta pese a que ella jamás utilizó esa expresión cuando acusaba, con pruebas o sin ellas, a dirigentes del PP, alguno de ellos ya fallecido como Rita Barberá. A Oltra le correspond­e la misma presunción de inocencia que siempre negó a sus oponentes. En su conducta hay indicios de relevancia penal cuando, usando su cargo, maquinó una red con una docena de funcionari­os para encubrir y tapar la agresión sexual de su exmarido a una menor de 14 años tutelada por la Generalita­t. Usó su despacho para crear un manto de impunidad sobre un asunto tan turbio que avergonzar­ía a cualquiera que se autodenomi­nase feminista. Técnicamen­te, la menor dependía de Oltra. Pero este tipo de delitos sexuales solo parece adquirir gravedad cuando no es un alto cargo de la izquierda el implicado. Cuestión de ideologiza­ción del Código Penal. Es sencillo lanzar soflamas sobre cómo ha de ejercerse la política, cómo ha de ser la sociedad, o cómo debe actuar la oposición. Lo difícil es dimitir cuando se hace todo lo contrario a lo que se piensa. No tendrá fácil Yolanda Díaz conformar su proyecto político. Ha sido fotografia­rse con Colau o con Oltra… y ser imputadas. Podrán presumir de sonrisas, pero ya no de ejemplarid­ad por muy absueltas que lleguen a estar.

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