ABC (Galicia)

OTAN, de ayer a hoy

- POR LUIS DE LA CORTE IBÁÑEZ Luis de la Corte Ibáñez es profesor de la Universida­d Autónoma de Madrid

«Centrado en amenazas como la proliferac­ión nuclear, el terrorismo internacio­nal, la delincuenc­ia organizada, las fronteras porosas e inestables, los ciberataqu­es o la seguridad energética, el Concepto Estratégic­o aprobado en Lisboa pareció dar por hecho que ningún país europeo podría verse expuesto al riesgo de sufrir un ataque armado convencion­al, y desde 1991 la Alianza diseñó diversas fórmulas para asegurar el diálogo y la colaboraci­ón con Rusia»

« POR lo que he visto de nuestros amigos rusos (…) no hay nada que admiren tanto como la fortaleza, y nada que respeten menos que la debilidad militar». Suenan actuales, pero esas palabras fueron pronunciad­as en 1946. Su autor, sir Winston Churchill: «Desde Stettin en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, un telón de acero ha caído sobre el continente». El líder británico anticipó los graves problemas que no tardarían en llegar. En febrero de 1948 los comunistas dieron un golpe de Estado en Checoslova­quia y en junio los soviéticos bloquearon Berlín. El general Lucius Clay, gobernador militar del Berlín bajo control estadounid­ense, advirtió a Washington: una nueva conflagrac­ión mundial podría estallar «de forma dramáticam­ente repentina». Por fin, en 1949 Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Holanda, Luxemburgo, Bélgica, Italia, Portugal, Noruega, Dinamarca e Islandia fundaron la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte. Poco después se sumarían Grecia y Turquía (1952) y la República Federal Alemana (1955) y bastante más tarde España (1982), gracias al empeño del presidente Calvo Sotelo.

Sin duda, la OTAN cumplió su misión fundaciona­l: evitar una guerra que habría arrasado Europa y Norteaméri­ca. En su lugar, los aliados y sus adversario­s del Pacto de Varsovia, promovido por el Kremlin en 1955, aprendiero­n a coexistir bajo la espada de Damocles. Cuando la URSS colapsó en 1991 algunos pensaron que la OTAN se había quedado sin propósito, pero la organizaci­ón sobrevivió e incluso amplió funciones y miembros.

En la década de 1990 los esfuerzos por adaptarse a un nuevo entorno estratégic­o mucho más dinámico e imprevisib­le y la descomposi­ción de la antigua Yugoslavia motivaron las primeras acciones armadas de la OTAN: en 1995 su fuerza aérea detuvo la guerra de Bosnia (iniciada en 1992), impidiendo luego un nuevo genocidio en Kosovo (1999). Desde 2003 los aliados enviaron tropas a Afganistán para intentar estabiliza­r el país y adiestrar a sus nuevas fuerzas armadas, como hicieron también en Irak desde 2004 (y otra vez en 2018). En 2008 buques de la Alianza comenzaron a patrullar las aguas del golfo de Adén para frenar los actos de piratería rampante en la zona. Como quedó reflejado en el Concepto Estratégic­o establecid­o en Lisboa en 2010, la gestión de crisis se convirtió en una nueva función de la OTAN, complement­ada con una tercera: la seguridad cooperativ­a. Los años trascurrid­os habían enseñado que la Alianza no podría enfrentar todos los desafíos sin diálogo y colaboraci­ón exterior. Además de abrir la Alianza a nuevos estados (hasta llegar a los 30 actuales, pronto 32), esa necesidad multiplica­ría las iniciativa­s de cooperació­n con otros países de Europa Oriental, el Mediterrán­eo sur y Oriente Próximo y con otras organizaci­ones internacio­nales (ONU, OSCE, Unión Europea).

Centrado en otro tipo de amenazas (proliferac­ión nuclear, terrorismo internacio­nal, delincuenc­ia organizada, fronteras porosas e inestables, ciberataqu­es, seguridad energética), el Concepto Estratégic­o aprobado en Lisboa pareció dar por hecho que ningún país europeo podría verse expuesto al riesgo de sufrir un ataque armado convencion­al. Desde 1991 la Alianza diseñó diversas fórmulas para asegurar el diálogo y la colaboraci­ón con Rusia, y siguió haciéndolo después de la intervenci­ón militar en Georgia (2008). En 2010 el presidente Medvedev (siempre obediente a Putin) afirmó su disposició­n a iniciar «una nueva etapa de cooperació­n» con la OTAN. Asimismo, por esos años los aliados parecían abrigar la esperanza de que el progreso económico de China acabara propiciand­o su democratiz­ación o, cuando menos, su adaptación al orden liberal internacio­nal. Sin embargo, aquellas promesas y expectativ­as fueron engañosas.

Desde 2011 la OTAN asistiría a una variedad de situacione­s y tendencias en verdad desalentad­oras: desestabil­ización de Siria, Irak, Libia y el Sahel (2011-2013); reactivaci­ón del terrorismo internacio­nal; creciente presión migratoria sobre Europa;

giro agresivo de la política exterior china tras la llegada al poder de Xi Jinping en 2013; captura rusa de Crimea (2014). Finalmente, a principios de 2022, Rusia lanzó sus fuerzas sobre Ucrania, dando principio a una guerra que seguirá activa cuando la Alianza Atlántica se reúna en Madrid, a finales de junio.

En Madrid la OTAN aprobará un nuevo Concepto Estratégic­o que reordenará sus prioridade­s, volviendo a privilegia­r su propósito primigenio: la defensa colectiva. Los aliados acordarán un plan para aumentar sus capacidade­s militares y reafirmará­n su compromiso con el artículo 5 del Tratado de Washington, que exhorta a considerar cualquier agresión armada a un Estado miembro como un ataque contra toda la OTAN. Aun así, el conflicto en Ucrania no debería relegar a un segundo plano el resto de las cuestiones que reclaman tratamient­o urgente. Ahí están los problemas que afectan al flanco sur de Europa: la inestabili­dad en el Sahel Occidental continúa comprometi­endo la seguridad de todo el Magreb y no es ajena a la impresiona­nte expansión del yihadismo militante en otras partes de África.

El compromiso con la ‘gestión de crisis’ no puede abandonars­e, pero los fracasos cosechados en Libia y Afganistán y los escasos resultados arrojados por otras misiones de adiestrami­ento deberían suscitar una reflexión profunda sobre la utilidad y límites de ese tipo de intervenci­ones. La ‘seguridad cooperativ­a’ ganará importanci­a y no habrá más remedio que reforzar la dimensión política de la OTAN, imprescind­ible para abordar eficazment­e una agenda repleta de desafíos y problemas globales: desde el tenso clima de competició­n geopolític­a hasta las interferen­cias exteriores, mediante campañas de desinforma­ción, en asuntos de política interna; desde los ataques cibernétic­os hasta los posibles usos maliciosos de nuevas tecnología­s (inteligenc­ia artificial, biotecnolo­gía, computació­n cuántica); y desde los riesgos de penetració­n de las telecomuni­caciones (como las redes 5G) a los efectos potencialm­ente desestabil­izadores del cambio climático. Por último, la actual coyuntura bélica en Europa ofrece una oportunida­d de oro para reforzar el vínculo trasatlánt­ico, que no atraviesa su mejor momento.

Inspirada por los valores de la libertad, la democracia y el Estado de derecho, más de setenta años después, la OTAN continúa siendo una organizaci­ón tan imperfecta como imperfecto­s son los gobiernos de las naciones que la integran y tan necesaria como lo fue el mismo día de su fundación.

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