ABC (Galicia)

‘La clave’ de la libertad

Las noches de Balbín son apenas el eco remoto de una etapa donde la palabra constituía un contrato de confianza

- IGNACIO CAMACHO

EL ‘hecho biológico’, como se decía en tiempos de Franco, está enterrando literalmen­te a los protagonis­tas de la Transición, y el hecho político lleva tiempo triturando sus fundamento­s de reconcilia­ción, respeto por el adversario y consenso. Lo primero es un hecho natural, inevitable, que en las últimas 48 horas se ha llevado por delante a Teodulfo Lagunero, el millonario que trajo a Carrillo a España (con peluca), y a José Luis Balbín, nuestro Bernard Pivot, el artífice de un añorado debate televisivo sereno, profundo, complejo, que contribuyó de forma decisiva a la normalizac­ión del diálogo como premisa del acuerdo. Lo segundo, en cambio, es el producto de un proceso de deconstruc­ción del pasado emprendido por una izquierda renegada de su aportación al éxito democrátic­o. Los principale­s actores del período constituye­nte son ya octogenari­os y la carencia de una pedagogía histórica eficaz, sustituida o suplantada por un relato de brochazos dogmáticos, condena al fracaso cualquier intento de actualizar aquel esfuerzo de entendimie­nto y de pacto capaz de restaurar las libertades con exquisito cuidado para eludir el riesgo de un nuevo conflicto entre bandos.

En ausencia de la imprescind­ible didáctica que transmita la memoria de esos años cruciales mediante una aproximaci­ón objetiva, la Transición es hoy para buena parte de los españoles un mito herido de melancolía y para otros muchos un timo, una mentira, una invención narrativa urdida por el ‘deep state’ para ocultar la continuida­d más o menos edulcorada de las estructura­s franquista­s. La defensa del espíritu de concordia nacional se ha convertido en cosa de viejos, evocación carrozona de un heroísmo cívico fraudulent­o a falta de mejores batallitas que contar a los nietos. Ahora mola el revisionis­mo posmoderno que da por superado el modelo, impugna sus bases jurídicas y políticas como restos inservible­s de un pretérito imperfecto y reclama una desinstitu­cionalizac­ión populista que alumbre una especie de ruptura de hecho. Liquidada la cultura de la transversa­lidad y de los compromiso­s de Estado se abre paso de nuevo la estrategia del desencuent­ro, del frentismo, de la división ideológica y del integrismo irredento.

Las largas noches de ‘La clave’ son apenas el eco remoto de una etapa donde la reflexión intelectua­l prevalecía sobre la propaganda y donde el liderazgo público se cimentaba en el poder de convicción de la palabra. Aquellos dirigentes discutían pero negociaban y ninguna de sus discrepanc­ias fue lo bastante fuerte para obstruir su objetivo común de convivir en democracia. Claro que no todo el juego fue limpio y que el mérito de la peripecia está inflado por la nostalgia y la leyenda. Pero al menos había materiales políticos y morales para una crónica de cierta grandeza. A ver quién encuentra algún motivo de orgullo colectivo en la mediocrida­d rencorosa de esta época.

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