ABC (Galicia)

El PSOE teme a Pedro Sánchez

El 19-J ha servido para confirmar que el sanchismo ha entrado en su agonía, larga pero inevitable. Y además ha acreditado cierta inflexión hacia el bipartidis­mo, supuestame­nte fenecido, y la reafirmaci­ón del centro político, tradiciona­l base de las mayorí

- POR JULIÁN QUIRÓS

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

EL presidente del Gobierno lleva toda la semana amagando su respuesta al humillante fracaso del domingo pasado en Andalucía. Es una persona resistente, de eso presume, pero que sin embargo soporta mal las contraried­ades, y su cara de hondo malestar durante la última ejecutiva federal del PSOE no era tanto la de alguien a quien los fotógrafos logran cazar fuera de sí, como la del césar narcisista que quiere dejar claro a los suyos que le han defraudado profundame­nte, que le han fallado, que los hace responsabl­es directos de no ganarle unas elecciones, a él, que todo lo puede y todo lo merece. Que su decepción es inmensa y que en definitiva puede pasar cualquier cosa en lo que resta de legislatur­a. Sánchez ha logrado interioriz­ar entre los supervivie­ntes del PSOE un pánico contenido a su figura, a sus reacciones, a sus decisiones imprevisib­les; en forma de cabezas cortadas sobre la tapia de La Moncloa, a modo de escarnio, sobre todo después de la crisis de julio del 21, cuando segó sus lazos con todos aquéllos ilusos que podían creerse con ciertos derechos adquiridos: Ábalos, Calvo, Redondo y los otros.

Aznar despertaba respeto y temor reverencia­l, sí, pero se sabía con exactitud lo que quería y lo que le gustaba, y por tanto cómo debía procederse. Lo de Sánchez es distinto; nunca está claro del todo la línea a seguir, por dónde tirar, y además no se trata de mantener la coherencia de una política, sino de evitarle desaires al líder. El bruxismo conlleva dentellada­s atroces. Todos los ministros socialista­s están políticame­nte castrados; los veteranos por supuesto (Marlaska, Robles, Ribera), pero también quienes tocaron el cielo hace unos meses sin más mérito que el capricho presidenci­al, hasta el punto de que el español medio todavía no se ha aprendido ni sus nombres («está aislado de verdad, no sale de los jardines de La Moncloa, nadie le influye de manera constante, coge alguna idea suelta, ocurrencia­s, de Barroso o de otros, vale, pero ahí todos obedecen sin más, incluyendo a Bolaños, y a lo único que atiende es a los datos que le va mandando Tezanos»). En definitiva, los cargos del partido saben que pueden ser relevados en cualquier momento, sin explicacio­nes, y ser sustituido­s hasta por el mismo caballo de Calígula.

El pasado domingo las urnas confirmaro­n el cambio de ciclo. Ya no cabe la vuelta atrás, porque la coyuntura económica contribuir­á al bandazo, aunque Feijóo se equivocará si traslada el resultado andaluz tal cual a las generales. No habrá mayoría absoluta del PP según los parámetros actuales, pero sí una victoria holgada, quizás incluso por encima de los 150 escaños; Vox puede perder fuelle pero seguirá siendo imprescind­ible. Antes tocará pasar por las primarias de mayo del 23, donde se verá el suelo del Partido Socialista, hasta dónde llega el tsunami, y si es capaz de mantener algo de su poder en comunidade­s y ayuntamien­tos.

El 19-J ha servido para confirmar que el sanchismo ha entrado en su agonía, larga pero inevitable. Y además ha acreditado cierta inflexión hacia el bipartidis­mo, supuestame­nte fenecido, y la reafirmaci­ón del centro político, tradiciona­l base de las mayorías parlamenta­rias. El PSOE, alentando el miedo a Vox, y los de Abascal, cultivando su oposición radical a los populares, han empujado a sus electorado­s hacia el centro, proporcion­ando una victoria histórica al PP andaluz. Los españoles, tras tantas incertidum­bres generadas a partir de la irrupción de la nueva política, parecen apuntar a que ya no quieren más aventuras. Vox sale de Andalucía en situación de desconcier­to y le obliga a una importante reflexión; la izquierda del PSOE ha hecho el ridículo y acredita que tras la fuga de Pablo Iglesias carece de líder, y lo de Yolanda Díaz va a morir antes de nacer; el partido sanchista se está hundiendo y veremos si el PSOE es capaz de volver a ser algo.

Ahí cabe entender la respuesta exterior del Gobierno al resultado andaluz, en forma de medidas anticrisis. Más de lo mismo. Sánchez escucha a Tezanos: 200.000 votantes socialista­s se han ido con Juanma Moreno, apoyo prestado que toca recuperar. Por tanto, nada de rectificac­ión. Bajo la falsa creencia de que los motivos del desastre son económicos; el Covid, la inflación, la carestía de la luz y la guerra de Ucrania. Es un error, esas serán las causas que le harán perder las elecciones generales y quizá las autonómica­s de mayo, pero de momento no pesan lo suficiente, el lastre del bolsillo todavía está madurando. El PSOE de momento naufraga por su política de pactos; por sus inasumible­s acuerdos con los independen­tistas catalanes y los herederos del terrorismo vasco. Y porque el sanchismo, al fin, ha sublimado el podemismo, haciendo suya la estrategia y la agenda de Pablo Iglesias, que finalmente Sánchez ha asumido como propia. Limosnas, en lugar de variar la política económica. Repartir pedreas para los afectados de la crisis en vez de girar de manera radical la gestión presupuest­aria. Nuevo gasto público, necesario como paliativo, sin acometer al mismo tiempo un ajuste fiscal a fondo para poder sostener el país a flote, con una deuda desorbitad­a que será cada vez más difícil de financiar sin la ayuda europea. Y echarse a las barricadas, atrinchera­rse, intentando mantener el vergonzant­e idilio con ERC y aumentar el control de institucio­nes rebeldes; el Tribunal Constituci­onal, el INE y la semipúblic­a Indra siguen el rastro del CIS, el CNI, la SEPI y otros, mientras se pone la proa sobre entidades que intentan mantener su autonomía, como la Airef o el Banco de España.

Y en medio de todo eso, una confusión enorme en los cuadros dirigentes, que no saben bien cómo actuar ni qué decir, sin discurso reconocibl­e. Y con el vértigo sobre qué será lo próximo que quiera emprender el presidente del Gobierno. El clima de vulnerabil­idad es tan alto que resultan inevitable­s las especulaci­ones sobre las aspiracion­es del césar, incluso la «barbaridad» de no presentars­e a la reelección. Asegura estar «muy cómodo con los equipos», pero su palabra carece de crédito incluso en sus filas, que no dejan de manejar presuncion­es sobre sus hipotético­s deseos, ciertament­e complicado­s, como saltar de un tren a otro, sea a las institucio­nes europeas o a la secretaría general de la OTAN. Lo de menos es que supongan intencione­s irreales, estrambóti­cas; lo importante es que se le dé verosimili­tud porque se ha asumido que su móvil principal pasa por satisfacer sus intereses personales y que toda su gestión la determina el cálculo particular, hasta el punto de cambiar la política exterior sobre el Sahara si así se gana el favor de Estados Unidos y favorece su futuro fuera de España.

El sanchismo ha sublimado el podemismo, haciendo suya la estrategia y la agenda de Pablo Iglesias

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