Cuentos y cuentas universitarias
Si todos somos excelentes y sobresalientes, ninguno lo somos
HUBO un tiempo que parece remoto en el que preocupaba en España no tener a ninguna de nuestras universidades entre las cien mejores del mundo. Era la época del ministro Wert, aquel que habló en el Congreso de la necesidad de españolizar a esos niños catalanes que ahora no tienen derecho ni a que se cumplan sentencias que les garantizan el 25 por ciento del temario en castellano. Por aquellos años se publicaban tribunas sobre qué hacer para conseguir que alguna universidad se codeara con la élite mundial, básicamente anglosajona, con creciente presencia de Asia. Fue entonces cuando Wert cogió por el codo una noche en Sevilla a un amigo y le dijo lo que le había negado un rato antes en presencia de rectores que le peloteaban en cenas y lo plantaban en reuniones con prensa: que siguiera ahorrando para mandar a sus nietos al extranjero a estudiar.
Hubo intentos fallidos, como aquello de propiciar campus de excelencia, una pifia en cuanto se amplió su número, como hacen ahora con los sobresalientes de los niños. Si todos somos excelentes y sobresalientes, ninguno lo somos. Y aquel borrador de reforma que encargó Wert a una comisión de sabios para meterlo en un cajón. Ay, esas cosas que hizo el PP de la mayoría absoluta, en un ejemplo de cobardía frente a anunciadas movilizaciones de rectores que odiaban la idea de vincular la financiación con resultados. Qué ordinariez esforzarse, parecían pensar años antes de que la izquierda disparara contra la meritocracia.
Hace unos días, el Consejo de Ministros aprobaba el proyecto de ley del sistema universitario. Sabemos que los alumnos podrán no acudir a exámenes si hay huelga, se primará la contratación de mujeres y se dará más pasta a las universidades con lenguas cooficiales, además de que se pasará a fijos a miles de eventuales sin selección rigurosa. Nada de eso mejorará la posición de las universidades en las clasificaciones mundiales, como la de QS hecha pública hace unas semanas. Por cierto, ni un pequeño titular sobre el fracaso, que esto no es Eurovisión. Quizás el desinterés volvió cuando llegó a presidente del Gobierno un señor con una tesis doctoral con dudas sobre plagio.
Mientras unos desprecian el discurso de la meritocracia –sin rubor por primar la endogamia–, la demografía nos deja con menos cantera de universitarios, los espabilados le van viendo color a la FP Dual y quien puede, sí, se va a estudiar fuera de España a que, en ocasiones, le den clase profesores excelentes españoles, denostados aquí.
Pero qué más da, aunque luego venga la realidad de un título devaluado a poner la empleabilidad en su sitio. Qué escándalo no tener en cuenta esos años de estudios superiores. Total, a Tezanos le han preguntado estos días por los aciertos de Narciso Michavila en sus predicciones electorales y las críticas a las del CIS y, como todo argumento, se ha despachado con que no es un catedrático. Qué importa el mundo real, ese que analiza bien Michavila y al que da la espalda la universidad.