ABC (Galicia)

«El caso de Rosalía es digno de estudio, ha hecho el disco del año»

▶ El dominicano inicia mañana en Sancti Petri (Cádiz) su nueva gira por España, ‘Entre mar y palmeras’

- NACHO SERRANO MADRID ÁNGEL GONZÁLEZ ABAD BURGOS

Qué viejos tiempos, cuando en España la música latina era una cosa exótica que nadie sabía bailar sin hacer el ridículo. Ya lo dijo hace años don Juan Luis Guerra: «En 1990 nadie bailaba merengue en vuestro país, yo tuve que enseñarles». En aquel año el cantante dominicano era un artista reconocido al otro lado del charco, pero fue aquí donde se descubrió a sí mismo como una estrella internacio­nal, donde aprendió a estar un mes entero de gira llenando plazas de toros un día tras otro, y apareciend­o en la tele día sí día también, y además colándonos letras más lúbricas que las del reguetoner­o más calenturie­nto. «Lo que sucedió en España en los noventa fue uno de los momentos más importante­s de nuestra carrera artística, cada concierto era una gran fiesta, con las canciones coreadas de arriba abajo y un público entregado que nos coronaba de favores», rememora a ABC días antes de regresar con su banda 4.40.

El autor de éxitos siderales como ‘Ojalá que llueva café’, ‘Burbujas de amor’ o ‘La bilirrubin­a’ vuelve con fe renovada después de una plaga bíblica que «ha demostrado la fragilidad del hombre que confía en sus propias fuerzas». «¡En un momento dado la fe tenía más valor que toda la plata y el oro del mundo! Y en realidad es así, pero a veces no nos damos cuenta. Solo seremos mejores si permitimos que el amor de Jesús nos gobierne, y esto solo sucede cuando lo aceptamos como Señor y salvador de nuestras vidas».

Con la pandemia ya superada gracias a las vacunas, Guerra aterriza en España mañana para cantarnos ‘Entre mar y palmeras’, título de una gira «especial» que le tiene «colmado de expectativ­as y con el deseo de dar lo mejor» en cada concierto. El repertorio está basado en los clásicos más populares y canciones de ‘Literal’, un disco en el que acometió su reinvenció­n más ambiciosa. «Me gusta innovar, buscar sonidos nuevos, experiment­ar con sintetizad­ores y utilizar instrument­os de música clásica en bachatas y merengues. Eso me hace pasar horas en el estudio experiment­ando, hasta encontrar el sonido deseado», asegura este pope latino, admirador de la nueva ola urbana. «He visto la propagació­n del reguetón, pero sigue habiendo un espacio abierto para los demás ritmos latinos, incluyendo la salsa, la bachata y el merengue. La aceptación del género en el público anglosajón puede abrir una puerta para que otros géneros latinos entren, porque tenemos un folclore rico en ritmos bailables y alegres».

El radar de Juan Luis Guerra, siempre atento a todo lo que sobrevuela el espacio latino, ha captado en los últimos tiempos dos señales potentísim­as

«Me gusta experiment­ar y utilizar instrument­os de música clásica en bachatas y merengues»

procedente­s de España. «Rosalía es digna de análisis musical. Ha hecho el álbum del año tanto en producción, arreglos, sonido y por su hermosa voz», asegura. «Y a C. Tangana lo conocí en su participac­ión en los Grammy Latinos. Me pareció el momento estelar de la noche. Luego busqué su ‘Tiny Desk’ en YouTube y quedé impresiona­do, sobre todo con la forma genial con que supo mezclar patrones de bachata con flamenco. En su disco hay voces exquisitas y la participac­ión de mi querido Antonio Carmona, sus hijas y el sobrino Juan, ¡qué más se puede pedir!».

Cuando lean lo que Guerra dice sobre ellos, es probable que a Rosalía y Puchito les dé un buen subidón. Y es que pocas leyendas de la música latina provocan un respeto tan poderoso, incluso de megaestrel­las del calibre de Juanes, a quien puede verse en un reciente documental temblando de miedo cuando le presentó una versión que hizo de ‘La bilirrubin­a’. «Juanes es mi hermano menor», dice Guerra entre risas al recordar el momento. «Su versión me gustó mucho desde el primer momento que la escuché. Siempre está

tán siendo objeto de investigac­ión por parte del Protectora­do de Fundacione­s.

Que la Fiscalía decidiera archivar las diligencia­s de investigac­ión, tras las denuncias de Podemos y Foro Asturias, ha sido la otra excusa esgrimida por Iceta para no hacer nada al respecto. O para «mirar hacia otro lado», como le afearon desde la oposición asturiana. «Que la Fiscalía diga que no hay delito no significa que no haya irregulari­dades», dijo el PP. Una asociación de vecinos de Cudillero, convencida de que tanto la venta del Goya como la millonaria compra de un hotel o la adquisició­n de acciones a empresas relacionad­as con el presidente de la fundación son constituti­vas de delito, espera llevar el caso a los tribunales después del verano.

Tarde de celebració­n, día de regalos y abrazos. Morante de la Puebla cumplía veinticinc­o años de alternativ­a. Sus bodas de plata como matador de toros. De aquel Guerrero, de Juan Pedro Domecq, que le cedió César Rincón ante Fernando Cepeda en la vieja plaza de El Plantío, hasta ahora, con las dos orejas de su segundo toro, cortadas a sangre y fuego, pleno de valor y arte, toda una vida en maestro. La alternativ­a con apenas dieciocho años que no pudo ser en Sevilla, tantas tardes de gloria y pasión, la Puerta del Príncipe, la confirmaci­ón, las sombras de la retirada, la mano de Rafael de Paula… Ilusión de aficionado­s, la maestría de echarse el toreo a la espalda. Veinticinc­o años de calidad eterna, unas bodas de plata de renovada esperanza.

Claro que a la vez que se preparó tanta entrega de placas y abrazos, del alcalde, de las peñas y demás, a alguien se le debió haber ocurrido traer una corrida más acorde con todo lo que ha significad­o, significa y significar­á Morante en la Fiesta. El conjunto de El Torero dejó que desear.

Para conmemorar la efeméride salió Bombardero, sin estridenci­as. Dentro de sus limitacion­es tenía nobleza que Morante aprovechó en una faena de muleta en donde destacaron los naturales. Todo como muy sutil, sin molestar. Pero la presencia del torillo hizo que las buenas intencione­s se fueran diluyendo. El bajonazo tampoco ayudó.

Al cuarto lo recibió con una larga cambiada de rodillas. Había que correspond­er a tantas atenciones recibidas. Unos ayudados a dos manos como aperitivo. Hasta se descalzó Morante que quiso mucho más que el toro. Lo exprimió y en los medios, enfibrado. Provocando lo cuajó por los dos pitones. Faena de querer, de te vas a enterar, más que de exquisitec­es. Aún faltaba una serie con la derecha de encaje y sentimient­o. Al rematar esa tanda, el toro pegó un arreón, se lo llevó por delante, echándosel­o a los lomos y cayendo de muy mala manera. La caída fue muy fea. Se vivieron momentos de incertidum­bre. Aturdido se zafó de las cuadrillas que lo atendían y volvió al toro. Un mal trago que no estaba dispuesto a que le aguara la tarde. La estocada a ley, el gesto dolorido, y dos orejas pedidas con pasión que le abrían la puerta grande. Pasó a la enfermería, en donde le apreciaron un traumatism­o en la rodilla, y enseguida volvió a la plaza en su condición de director de lidia.

El segundo lucía cien kilos más que el que abrió plaza. Se le notaban en las carnes, que por delante andaba menguado. Urdiales, que también recibió sus abrazos particular­es por ser triunfador de la feria del año pasado, lo recibió bien con el capote. Un puyacito y a punto estuvo de derrumbars­e entre el cabreo del personal. Sacó al tercio al homenajead­o en un sentido brindis, a tenor del abrazo en el que se fundieron. Dio tiempo a que el toro se repusiera y permitió al riojano cuajar una faena plena de buen gusto. Desde los ayudados por bajo del inicio al ramillete de naturales, algunos profundos, largos y templados. Airoso anduvo en los remates que hicieron que todo acabara con mayor intensidad. La estocada y paseo feliz con la oreja conseguida. El quinto, que no estaba sobrado de nada, además desmochadi­to. No se dejó nada en el tintero Diego Urdiales en una porfía en la que no renunció a la calidad.

Una montaña rusa

Con el tercero, la tablilla del peso como una montaña rusa, esta vez hacia abajo, ciento cuarenta kilos menos. Terciadito, más aparente de pitones, y con pocas cosas buenas que señalar en los primeros tercios, a no ser la costalada que se pegó antes de acudir al piquero, de donde salió apuradillo de fuerzas. Las palmas de tango ya pedían ¡toros!, mientras Juan Ortega se entretenía en soplarle dos verónicas de lujo. Decidido se lo sacó a los medios, en donde surgieron naturales de buen trazo junto a enganchone­s. Todo muy desigual. Se le agradecier­on las pinceladas y la estocada de efecto rápido, pues hasta le pidieron la oreja. El sexto lo brindó Juan Ortega al público. Le vio algo, por lo menos más movilidad, que, sin embargo, no acabó de servir para que la faena levantara el vuelo. De nuevo muchas intermiten­cias, buena disposició­n y unos apuntes del mejor toreo que supieron a gloria.

No llegó la salida a hombros, andando se fue cojeando Morante, el fuego de los pitones le quemaba todavía el cuerpo.

A la vez que se preparó tanta entrega de placas y abrazos, deberían haber traído una corrida de toros más acorde

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