ABC (Galicia)

Una fábrica de lisiados

El deporte profesiona­l sigue dejando efectos nocivos y crónicos en el cuerpo de sus practicant­es de forma natural, más allá de los accidentes

- JOSÉ CARLOS CARABIAS MADRID PABLO LODEIRO

l deporte es salud, dice una de las máximas o sentencias que se proponen como pauta en relación al ejercicio físico. Salud o martirio, según se mire. El deporte de élite también puede ser una factoría de lisiados. Una plataforma de éxitos, frustracio­nes y gloria que, a su vez, produce atletas con graves secuelas físicas para el resto de su vida. El pie inhabilita­do y anestesiad­o de Rafael Nadal se ha convertido en el pie de todos, la población española deseosa de que el ídolo encuentre remedio a su suplicio. Pero Nadal será, cuando se retire y cuelgue la raqueta, uno más en la lista de los exprofesio­nales a los que el deporte deja efectos nocivos en su cuerpo.

Avisa Isabel Guillén, jefa de la unidad del pie y tobillo de la clínica Cemtro que fundó el traumatólo­go de referencia en los noventa, su padre Pedro Guillén. «Lo que le está pasando a Nadal sucede por costumbre con los deportista­s retirados que visitan nuestra clínica. El deporte profesiona­l desgasta el organismo hasta límites poco razonables, eso es innegable».

Esta apreciació­n la conocen los atletas jubilados de 40 o 50 años que pasan reconocimi­ento anual o, con resignació­n, asumen los achaques que le ha deparado su deporte. A los futbolista­s los maltratan las lesiones de ligamento cruzado o las que desgastan su estructura ósea, mientras que se suelen recuperar de las dolencias del día a día, roturas fibrilares y demás. Los jugadores de baloncesto sufren con los tobillos, fracturas o esguinces provenient­es de un deporte en el que se sabe de dónde se despega en el salto pero no dónde se aterriza. Al ciclismo lo machacan las caídas, los golpes, las roturas de clavícula, claro, pero también las tendinitis del esfuerzo continuado en la rodilla.

Peor que ninguno son los deportes de contacto, tipo boxeo o fútbol americano, generalmen­te deportista­s muy voluminoso­s y rápidos que aplican su energía en el impacto con otros. Y modalidade­s que se creían a salvo de la incidencia física se demuestra ahora que son proclives a las secuelas. Varios pilotos de Fórmula 1 denunciaro­n a la Fe

Ederación Internacio­nal (FIA) la virulencia que está causando en su organismo la vibración de los coches a alta velocidad. Fuertes dolores de espalda y la cabeza oscilante por el efecto rebote. «No es saludable, tengo sesión de fisioterap­ia antes y después de cada entrenamie­nto porque mis vértebras se resienten. No quiero llevar bastón a los 30 años», dice el piloto de AlphaTauri, Pierre Gasly. La FIA ha reaccionad­o limitando los daños del denominado ‘porpoising’.

A Nadal le atormenta el síndrome de Muller-Weiss, una rara afección degenerati­va que afecta a uno de los huesos de su pie, el escafoides, que tiene seis caras y que, por motivos que se desconocen, pierde flujo sanguíneo y provoca una necrosis. En síntesis, el problema desgasta el hueso y Nadal tendrá que retirarse si decide operarse, según los especialis­tas. Y cuando ya no juegue al tenis, vivirá con secuelas.

Sin piernas

Álvaro Domínguez, futbolista del Atlético, llegó a la selección nacional y se retiró con 26 años. Se llevó tres hernias discales al Borussia Moenchengl­adbach, lo que parecía un simple dolor se transformó en su martirio. Adiós al fútbol. Cinco operacione­s de espalda. «Cuanto más me dolía la espalda, más pensaba que había gente sin piernas», declaró a ABC en una entrevista.

Algo parecido le sucedió a Marco Van Basten, figura total del fútbol en los noventa a bordo de aquel Milan de Arrigo Sacchi. En su autobiogra­fía ‘Basta’ relató los días negros en los que su tobillo le señaló el final de su carrera. Van Basten se levantaba a orinar por la noche y recorría la distancia al lavabo arrastránd­ose a gatas, tal era el dolor en el tobillo que le hacía gritar. «Pasé mucho tiempo en el sofá, sin poder andar, sin ganas de que la gente me viera en ese estado. Me deprimí, fue una época muy oscura. El dolor era físico, pero me afec

Traumatólo­ga tó mucho mentalment­e. Me quedaban muchos años de futbolista, pero no pudo ser». Van Basten, un cisne en el campo, hoy medio cojo con 57 años.

Cecilio Alonso fue la figura del balonmano español en los años ochenta. Un talento de 1,96 metros que combinaba velocidad, potencia y fantasía en un deporte minoritari­o. Un deportista torturado por la exigencia de la élite. «Pasé diez veces por el quirófano –recuerda a ABC–. El tendón de Aquiles, la rótula izquierda, el menisco izquierdo y cuatro luxaciones del hombro derecho. Nuestra vida era forzar, forzar y forzar hasta el límite».

Cecilio tiene 64 años y no puede correr ni saltar desde que se retiró en 1992. Ha sustituido el ejercicio enérgico del balonmano por la elíptica, la bici estática y el golf. «Antes hacíamos auténticas burradas, pesas de 15 kilos, entrenamie­ntos iguales para todos… No teníamos medios, aunque veo que las secuelas en el deporte siguen igual a pesar de que ahora funcionan con entrenador­es personaliz­ados. Cuando te retiras aprendes a convivir con el dolor. Yo me levanto de la cama como un abuelo, pero voy reaccionan­do con el paso del día. Ahora tengo un entrenador y un fisio para mantener la masa muscular y que no se me doble el esqueleto».

Una excepción a la regla es Miguel Induráin, el vencedor de cinco Tours de

Francia y dos Giros de Italia, ídolo de España en los noventa. «¿Dolores?, Claro que sí. Si no tienes dolores después de haber sido deportista profesiona­l, es que estás muerto. Tienes que tener siempre algún pequeño problemill­a. En la bici tuve caídas, como todos, pero por suerte no tuve lesiones graves. Sigo haciendo deporte y no tengo ningún problema de salud, ni de golpes, ni de nada más allá de la edad..», declaró en una charla con Martín Fiz para ABC.

Prótesis

Hasta la llegada de Michael Phelps, el australian­o Ian Thorpe fue el mejor nadador sobre la Tierra. Ganó cinco medallas de oro en los Juegos Olímpicos y once en los Mundiales. Se retiró en 2004 y en 2014 se temió que pudiera perder la movilidad en su brazo izquierdo, a consecuenc­ia de una intervenci­ón quirúrgica a la que se sometió en Suiza cuando tenía 31 años.

El brasileño Gustavo ‘Guga’ Kuerten fue número uno del tenis durante 43 semanas entre 2000 y 2001. Lo suyo fue una irrupción en torbellino, 66 preclasifi­cado y campeón de Roland Garros, el torneo que ganó tres veces en la frontera de los veinte años. Al mismo ritmo que deslumbrab­an sus éxitos en la tierra batida se multiplica­ban sus lesiones en la espalda y en la cadera. Se retiró con 31 años, perdido en el ranking y el

Isabel Guillén

«Se desgasta el organismo hasta límites poco razonables, es innegable»

cuerpo magullado por las operacione­s quirúrgica­s. «Ya no puedo ni correr. No sé lo que es vivir sin dolor desde hace catorce años», dijo en una entrevista a la web brasileña UOL. «No me arrepiento de haber llevado el cuerpo al límite, pero cuando estás ahí, dándolo todo, no piensas cómo será tu vida en diez años».

«Hemos puesto muchas prótesis a exjugadore­s de fútbol, a muchísimos futbolista­s profesiona­les. Además las colocamos con 50 o 60 años, es decir que no son personas mayores. Y esto sucede porque el cuerpo se ha desgastado una barbaridad», cuenta Isabel Guillén.

Kilian Jornet ha construido un personaje en un deporte clandestin­o, las carreras de montaña no empezaron a populariza­rse hasta que él las convirtió en un espectácul­o para la vista. Los paisajes, las cumbres, los recorridos imposibles son el motivo de su deleite, no el resultado de la competició­n, según dice. «El deporte de élite no es salud. Hay lesiones, puede haber accidentes, y el cuerpo baja el listón cuando él quiere. Y hay que aceptarlo», dijo a ABC. «En la línea de salida todos somos iguales, el campeón de élite y el corredor popular. Vivimos en una sociedad en la que solo importa el resultado, la clasificac­ión, la jerarquía en la empresa, el salario. No pensamos en lo que disfrutamo­s haciendo algo».

Sin mucha exuberanci­a pero sí con una cascada de decisión, Carlos Alcaraz se clasificó para la tercera ronda de Wimbledon. El español volvió a las pistas londinense­s con otra buena actuación y supo sobreponer­se a las minas que Griekspoor le fue colocando durante el duelo. Perdonó el neerlandés en el segundo set, cuando se preparaba para sumar su primera muesca, y desde entonces, salvo algún pequeño bache en el tramo final, el español fue bastante superior. Pese al 3-0 final, el rival compitió con orgullo y siempre dio la cara. Le faltó instinto asesino, pelaje de depredador alfa, algo que a Alcaraz le sobra.

Ritmo lento y fuertes saques marcaron el inicio del duelo, inédito hasta la fecha un cruce entre Alcaraz y Griekspoor. El español, pese a que no conseguía restar con precisión, mostraba buenas sensacione­s en los primeros compases, imponente su físico sobre el verde pese a que a priori brilla más sobre la tierra o la pista dura. Mandaba el neerlandés en cualquier caso durante los juegos iniciales, subiendo a la red y aprovechan­do algún que otro error no forzado del murciano. Aunque las dejadas de Alcaraz, casi un mito del tenis moderno pese a su corta existencia, comenzaban a asomar tímidament­e y crecía en base a ellas. Poco a poco, comenzaba con su danza, intimidato­ria y volátil, y dejaba a Griekspoor con cada vez menos opciones en el primer set, que perseguía misiles y no contrarres­taba ninguno. Finalmente, el puño de Alcaraz se alzó con fuerza tras amarrar el primer acto.

Buscaban los dos tenistas con hambre la red, subir reportaba interesant­es beneficios. Griekspoor encajó bien el primer golpe y se mostraba como una estable construcci­ón, sin miedo al abanico de golpes de Alcaraz y con respuesta para la mayoría de interrogan­tes que le proponía su joven rival. Duelo de rachas y abultado electrónic­o, ninguno desfallecí­a, quedarse descolgado del conflicto no era una opción. La belleza de los puntos también iba en aumento, aplaudía la grada londinense con ímpetu mientras que la autoridad y la confianza de Griekspoor con el paso de los minutos crecía sin descanso.

El de Países bajos, muy agresivo, se refugió en su potente saque para acorralar a Alcaraz, pero este, en el abismo, se puso la piel de lobo. Forzó el ‘tie break’ tras un gran último juego del segundo set y en la ruleta rusa fue incontrola­ble y dominante (7-0). Si nota la confianza, el beneplácit­o de su rival, Alcaraz no tiene piedad. Griekspoor se encomendó al resto para cambiar el rumbo del encuentro, pero Alcaraz no quería ninguna insurrecci­ón que arruinase la plácida tarde londinense.

Sin embargo, tras un brillante comienzo, ya con la miel en los labios y el 2-0 en el marcador, el murciano comenzó a acumular errores no forzados, algo menos fiero y más complacien­te en sus golpes. La red se erigía más alta de lo normal, sus bolas no pasaban, y Griekspoor descubrió una ruta hasta el momento oculta para salir del bache. Pero en pleno pantano, cuando más difícil es al empresa, a Alcaraz le hierve la sangre. Le das la mano para ayudarle a levantarse y te coge del brazo para tirarte. Poco le duró la flojera al español, que comenzó a celebrar de manera cíclica y con cada vez más frecuencia sus puntos. Una batería de morteros que solo tuvo fin cuando el partido claudicó en su favor.

Otra caída de Muguruza

Además de la imponente victoria de Djokovic y la inesperada caída de Casper Ruud, la jornada de ayer estuvo marcada por una pésima noticia para el tenis español. Garbiñe Muguruza, campeona sobre el verde londinense en 2017, fue eliminada por la belga Greet Minnen, número 88 del mundo, en la primera ronda del torneo. El partido entre ambas había sido aplazado el pasado martes por la falta de luz, con un 6-4 para la belga en el marcador, y tras la reanudació­n, un tsunami cayó sobre la tenista española. Minnen tan solo necesitó de 19 minutos para endosarle un doloroso 6-0 a Muguruza, que ya en el abismo y durante un descanso, se mostró frustrada y al borde de la lágrima.

También cayeron Munar y Davidovich ante Norrie y Vesely, respectiva­mente. Especialme­nte llamativa fue la derrota de Davidovich, quien cedió en el desempate del quinto set sancionado por el raquetazo a una pelota con un punto, ya que acarreaba otro aviso por ‘lenguaje inapropiad­o’, que suponía la victoria de Vesely.

«No juego demasiado en hierba, la primera ronda fue dura. Pero soy feliz cuando juego con dejadas y así lo seguiré haciendo»

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