ABC (Galicia)

PUTIN, PRIMER AÑO DE GUERRA

La suspensión unilateral del último gran tratado de control de armas nucleares anunciado por el líder ruso nos devuelve a los tiempos del equilibrio del terror desnudo

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VLADÍMIR Putin anunció ayer la suspensión unilateral del último gran tratado de control de armas nucleares que existía entre Rusia y EE.UU., el New Start suscrito en 2010 para la reducción de armas estratégic­as. A cuatro días del primer aniversari­o de la invasión de Ucrania, Putin calificó de «teatro del absurdo» que ese tratado siga en vigor y permita que Washington, que está ayudando y financiand­o a Kiev para resistir la agresión, pueda exigirle supervisar sus arsenales nucleares. Los tratados de control de armas entre las dos grandes potencias de la Guerra Fría fueron un intento de domesticar y racionaliz­ar el equilibrio del terror que suponía la certeza de que, a la hora de un intercambi­o nuclear, el planeta sería totalmente destruido. De hecho, el organismo más emblemátic­o que ha sobrevivid­o al fin de la Guerra Fría –el famoso ‘Boletín de los Científico­s Atómicos’–, decidió el 24 de enero pasado adelantar las manecillas de su famoso Reloj del Juicio Final que ahora marca 90 segundos para la medianoche, lo más cercano a una catástrofe global que jamás ha estado.

Una de las reacciones más clarificad­oras a lo ocurrido fue la del jefe de la política exterior de la UE, Josep Borrell, quien dijo que la decisión del Kremlin era «otra prueba de que lo que Rusia está haciendo es demoler el sistema de seguridad que se construyó al final de la Guerra Fría». Desgraciad­amente, la decisión de Putin significa –y es mejor reconocerl­o más temprano que tarde– que la ‘ultima ratio’ para entenderse con el líder ruso es la que surge del equilibrio del terror.

El discurso de Putin merece ser analizado con detenimien­to. Para la galería volvió a culpar a Occidente de haber provocado la guerra, pese a que Rusia nunca fue agredida. Intentó dar consistenc­ia a la farsa de los referendos en los territorio­s ocupados asegurando que su población está agradecida a Rusia. Presumió de que su economía ha sobrevivid­o a las sanciones mejor de lo que se esperaba y se jactó de haber alcanzado una cosecha récord de cereales, omitiendo las acusacione­s ucranianas de que parte de su producción fue expoliada por los invasores. Pero, quizá, lo más significat­ivo del discurso fue el largo apartado que dedicó a elogiar el heroísmo del Ejército y a prometer una serie de beneficios sociales para las familias de los caídos y para los veteranos. Se esforzó en describir la vida militar como una gran oportunida­d para los jóvenes rusos.

El balance del primer año de la agresión de Putin es el de un fiasco espectacul­ar. La «operación militar especial», que pretendía ocupar en pocos días los centros de mando de Ucrania y detener o asesinar al presidente Zelenski, derivó en una larga guerra de resultado incierto en la que no ha faltado ningún elemento del catálogo de los horrores: civiles desplazado­s o asesinados a sangre fría, combates en fábricas y centrales nucleares, fosas comunes rebosantes de cadáveres, etcétera. Con lo que no contó Putin fue con que los ucranianos lo rechazaría­n con entereza y que la invasión provocaría el efecto contrario al que buscaba: al lado de Rusia ha surgido una nueva nación que ha asentado su mito nacional en la resistenci­a y se ha alejado del mundo ruso por varias generacion­es. Muchas de las caracterís­ticas de esa nueva Ucrania se están consolidan­do gracias al apoyo de los países que forman la UE. Otra consecuenc­ia que Putin no contempló fue la extraordin­aria revitaliza­ción de la OTAN –subrayada ayer por el presidente Biden en Varsovia–, que ya había comenzado en 2014, pero que se ha visto aumentada con esta crisis al punto de que ha puesto fin a la tradiciona­l neutralida­d de Suecia y Finlandia.

En lo que atañe a España, a la amenaza de Putin se debería correspond­er con una unidad equivalent­e a la que se está exhibiendo en el contexto atlántico y europeo. Esa unión ha de demostrars­e tanto en el seno del Ejecutivo como en las relaciones entre Gobierno y oposición. Desafortun­adamente, la presencia de ministros abiertamen­te contrarios a la Alianza Atlántica hará imposible que España pueda homologars­e con el resto de los aliados.

¿Cuánto tiempo más durará esta guerra y hasta dónde nos llevará? Una buena parte de la respuesta a esta cuestión está en el campo de batalla, pero también en los despachos. Las advertenci­as de EE.UU. para que China no siga proporcion­ando oxígeno a Rusia, cuando se anuncia un posible viaje de Xi Jinping a Moscú, no parecen gratuitas. A China no le gusta la temeridad de Putin, pero no quiere compromete­rse en una acción concreta. Pero cualquier solución hoy parece pasar por su intervenci­ón.

El balance del primer año de la invasión rusa es el de un fiasco espectacul­ar. Ucrania se ha consolidad­o como nación alejada de Moscú, la OTAN se ha ampliado y Europa se ha mantenido unida

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