ABC (Galicia)

La estampa de Morante

Recoger el Premio Nacional de Tauromaqui­a vestido de corto es un grito callado contra la incultura

- ALBERTO GARCÍA REYES

LA estampa es la sublimació­n del cuerpo. Pansequito cantaba hablando, casi desmayado, acompañand­o su eco abrasivo y arriscado con movimiento­s mansos. El dolor envuelto en una caja de bombones. Morante torea andando, casi exánime delante de la fiera, acompasand­o la verónica sobre la violencia del toro con una danza corporal hipnótica. El miedo guardado en un bargueño de marfil. Cuando un artista tiene una estampa, ha logrado trascender sus virtudes técnicas. Por eso no sólo se canta con la voz ni se torea sólo delante de un toro. Panseco cantaba con los rizos de su pelo, con el pañuelo de su chaqueta, con los andares, con el puño cerrado durante sus espasmos palpebrale­s. Y sobre todo cantaba cuando estaba callado. La diferencia entre el que canta bonito y el que canta bien es la estampa. Morante torea con las patillas, con el sombrero, con la orden durante la lidia, con el toro en el arrastre. Y sobre todo torea cuando se queda quieto en el salón de su casa. Torea con el halo.

Hay mucha gente que puede y que sabe, pero todos esos caben en la estrechez de una descripció­n.

Los indefinibl­es escasean. Si cualquier otro hubiese ido a recoger el Premio Nacional de Tauromaqui­a vestido de corto, tal vez le habríamos catalogado como un personaje pintoresco. Pero Morante se lo puede permitir porque no necesita llamar la atención fuera de la plaza. Él sabe que con esas hechuras, incluido el cetro, sólo se puede uno poner delante del Rey si tiene estampa. Se nos acumulan en la memoria las pasarelas de la farándula con vestimenta­s impostadas. Fantoches. Panseco se ponía zapatos de colores para cantar por seguiriya porque nadie se fijaba en los zapatos cuando partía su queja en mil cristales. Morante puede recoger un premio vestido de corto ante un ministro porque lo que el público ve de él es un torero de época, no un hombre. Por eso ese gesto tiene tanto valor. Porque es una defensa callada del toreo, como la música de Bergamín para Rafael de Paula. El gitano de Jerez va con sombrero a comprar el pan. Ese es el mito de Juncal diciéndole a Búfalo que le deje los zapatos tan limpios como para que en el charol se refleje su faena. El escenario desnuda. Hay que tener mucha enjundia para salir ahí a reivindica­r una cultura sin que la ropa queme. Pansequito estaba en su féretro el otro día vestido como si fuese a arrancarse por soleá. La muerte aflata el cuerpo, pero no la categoría. Morante hizo el paseíllo hasta los Reyes, se destocó sólo cuando estaba delante de Felipe VI y desfiló por delante del ministro con todos los siglos de la tauromaqui­a colgando de los botones de su chaquetill­a. Los premios debilitan a quienes no saben qué son. Pero el toreo es progreso. La Maestranza recién enjalbegad­a es progreso. Pansequito cantándole a Morante aquello de «sé que dicen que lo mío es de locura». El torero dándole un muletazo profundo por bulerías al silencio final de Panseco. La verdad contra la impostura. La naturalida­d contra la incultura. La vanguardia es un espectro. Es sólo de los que no tienen cuerpo, de los que tienen estampa.

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