Putin, tronante y patético
En las casi dos horas que duró su perorata no detecté ni una sola sonrisa o muestra de asentimiento entre los generales
SI la visita de Joe Biden a Kiev fue concisa y contundente –«apoyaremos a Ucrania todo lo que podamos y el tiempo que sea preciso», dijo–, la alocución de Vladímir Putin a su pueblo y al mundo fue tan tronante como patética. Comenzó presentándose como la víctima: «Sabíamos que el Gobierno neonazi de Kiev preparaba una masacre de los nuestros y tuvimos que intervenir con una operación militar especial para evitarla». Primera mentira de acusaciones a Occidente en general, y a los Estados Unidos en particular, de querer destruir Rusia, su régimen y sus habitantes, para acabar con una baladronada: «Rusia es invencible militarmente», aludiendo otra vez sin citarlas a las armas nucleares tácticas. Y contradecirse al advertir a su pueblo de los muchos cambios que había que hacer en prácticamente todo, desde la educación a los medios de producción, pasando por la economía y la búsqueda de nuevos socios.
Fue la única novedad de su discurso, aunque importante. Oír a Putin defendiendo «la pequeña y mediana empresa» era algo que, yo al menos, creí morirme sin haberlo oído en labios del que es el más fiel sucesor de Stalin. Claro que, para finalizar, volvió a elogiar su régimen y su estilo de vida, la religión incluida, llegando a pedir un minuto de silencio por los caídos en esa «operación militar especial», violando todas las normas divinas y humanas.
Las cámaras enfocaban a los asistentes en la inmensa sala. Todo el que es algo en Rusia hoy en política, economía, Ejército, cultura o sociedad, es decir, los enterados, estaba allí, escuchando con atención. Pero en las casi dos horas de perorata no detecté ni una sola sonrisa o muestra de asentimiento. Sobre todo, entre los generales cargados de medallas y los ministros con trajes hechos a medida. Delataban preocupación, aunque nadie dejó de aplaudir en la ovación final. Que Putin agradeció modestamente.
¿Cómo interpretarlo? Para mí, empieza a estar desesperado. Su primera equivocación fue creer que lanzando sus columnas de tanques hacia Kiev en una semana tenía allí un gobierno títere. Pero los ucranianos no sólo resistieron, sino que lograron reconquistar buena parte del Donbáss, la región más prorrusa, donde se concentra hoy la lucha. Su segundo error fue creer que Europa no se pondría de acuerdo en el apoyo a Ucrania, y lo que ha conseguido es que cierre filas tras ella y se disponga a prestarle cuanta ayuda necesite, excepto la intervención directa, al creer que bastará para expulsar a los rusos, dada la superioridad de su equipo militar. Sobre todo, la norteamericana. Y si Biden dice que no dejará caer a Ucrania, Putin sabe que quien caerá será él. Y un Putin derrotado puede ser más peligroso que uno victorioso. Individuos como él no son invencibles, como alardean, sino impredecibles, como le vimos y oímos ayer. O sea, crucen los dedos, como hacen los yankis para atraer la suerte.