ABC (Galicia)

Una mala ley universita­ria

Lo paradójico de este texto es que comportará la desintegra­ción del sistema universita­rio que dice regular

- RICARDO RIVERO ORTEGA RECTOR DE LA UNIVERSIDA­D DE SALAMANCA

Si la gente supiera cómo se hacen las leyes y las salchichas, ni cumpliría las leyes ni comería salchichas. Tan cínico comentario atribuido a Bismarck deja mal parados dos productos que pueden resultar nutritivos y necesarios para las sociedades. Personalme­nte, no tengo nada contra las salchichas y me dedico a estudiar las leyes, así que, desde el respeto a la industria cárnica, centraré mi análisis en un pésimo texto legal que estos días se aprueba en el Senado.

La opinión pública ya está acostumbra­da a la mala calidad de las leyes, por desgracia. La serie de despropósi­tos recientes ha mostrado graves y nefastas consecuenc­ias de la falta de análisis técnico y, peor aún, de la desconside­ración a las consecuenc­ias dañinas de los defectos en la regulación. Aquello que se publica en el Boletín Oficial del Estado repercute sobre la realidad, ha de ser aplicado, genera derechos y obligacion­es al margen de la voluntad o la inconscien­cia de sus redactores. ¿Qué supondrá la nueva Ley del Sistema Universita­rio? De entrada, cambios que exigirán mucho tiempo de dedicación para adaptarlos, esfuerzos que no podrán orientarse hacia lo más importante: el estudio, la formación de los jóvenes, la investigac­ión y la transferen­cia de conocimien­to. La ley también incrementa­rá los riesgos de conflicto por la mayor politizaci­ón de la Universida­d que favorece este texto, sesgado hacia la ideología de sus redactores.

Lo paradójico de esta iniciativa es que comportará la desintegra­ción del sistema universita­rio que dice regular, que debería ser el Sistema Universita­rio Español. Las concesione­s a los independen­tistas incluyen una inaceptabl­e atribución a las agencias autonómica­s para acreditar funcionari­os de los cuerpos docentes universita­rios, un blindaje del modelo catalán que la ley claramente favorece, en detrimento del común para toda España. Aunque pareciere que el verdadero motivo de la ley es el cumplimien­to de un compromiso con la UE, para poner una cruz en la lista de tareas que hay que realizar, lo cierto es que satisfacer a socios de gobierno es su intención oculta. Esto es de por sí lamentable porque Europa no pide cualquier reforma universita­ria, sino aquella que permita alcanzar los objetivos estratégic­os de la innovación, la empleabili­dad y la transforma­ción para el futuro.

La ley afecta de forma muy negativa a la autonomía universita­ria, entendida ésta como libertad para la creación y difusión de conocimien­to. Esta reforma no respeta la capacidad de las universida­des de organizars­e, dictarse sus propias normas, definir el modo más adecuado de elección de sus autoridade­s y la estructura de sus plantillas para ofrecer el mejor servicio a la sociedad. La verdad, lo que los hechos nos muestran, es que la ley no va a servir para actualizar el régimen de nuestras universida­des, sino para que quienes tienen una posición de ventaja en las instancias de poder saquen partido y logren sus propios objetivos: debilitar el papel del Estado en el sistema universita­rio (español), introducir mensajes ideológico­s sesgados en la Universida­d, generar controvers­ias internas en las comunidade­s académicas y dañar nuestras casas de estudio.

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