ABC (Galicia)

Fahrenheit 451

Pronto les llegará el turno a Cervantes y a Shakespear­e, autores en los que proliferan frases que hoy podrían herir la sensibilid­ad de los imbéciles

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

TRAS corregir y mutilar la obra de Roald Dahl, ahora le toca a Ian Fleming, el creador de James Bond, el agente 007. Su editorial ha anunciado que reeditará sus once novelas tras ser eliminadas expresione­s políticame­nte incorrecta­s. Pronto les llegará el turno a Cervantes y a Shakespear­e, autores en los que proliferan frases que hoy podrían herir la sensibilid­ad de los imbéciles.

Fleming escribió ‘Casino Royale’ en 1952, lo que inspiró la serie de películas que tanta aceptación tuvieron en los años 60 con Sean Connery como Bond. Tras ‘Diamonds Are Forever’ en 1971, cedió el papel a otros actores que han mantenido el personaje.

Tal y como lo describió Fleming, que fue espía al servicio de Su Majestad, Bond era machista, mujeriego, bebedor, truhán y con licencia para matar. Se enfrentaba a genios del mal y lograba vencerlos con sus mismas artes, dejando de paso una estela de cadáveres.

La paradoja es que, durante tres generacion­es, muchos hombres han querido ser como el agente 007. O, por lo menos, han disfrutado de sus películas, admirado sus hazañas y también soñado con seducir a Ursula Andress, Jane Seymour, Barbara Bach, Carole Bouquet y otras estrellas de la serie.

Al igual que los héroes de la mitología griega, Bond es un personaje que supera los límites y que vulnera todos los códigos excepto el de la lealtad a su patria. Pero si los dioses castigan a los humanos que cometen el pecado de la ‘hybris’, de la desmesura y de la temeridad ante el peligro, Bond siempre sale triunfador de todos sus desafíos. Su osadía es la condición del éxito. Y ni siquiera envejece, perpetuame­nte renovado en la pantalla.

Lo que ignoran quienes pretenden censurar a Bond es que se trata de una creación ficticia, de una invención de la mente de Fleming y no de un ser real. Ni 007, ni Moneypenny, ni Goldfinger, ni Spectra han existido nunca. Distorsion­ar sus voces es como querer reeducar a un fantasma, como convertir al lobo de Caperucita Roja en un cordero. Como dice Juan Gabriel Vásquez, el pasado es una construcci­ón mental.

Lo patético de esta voluntad de corregir a Dahl y a Fleming no es tanto la falta de respeto a su legado como el infantil intento de presentar el pasado a los ojos del presente. Si Fleming era infiel y sexista, transforma­mos a Bond en un ser políticame­nte correcto. Le camuflamos para que no sea como es sino como nos hubiera gustado que fuese.

En ‘Fahrenheit 451’, la Policía quemaba los libros. Ahora se recurre a un método más sutil, pero igualmente efectivo: se borra lo que molesta a alguien que decide por todos nosotros. Un neolenguaj­e que va contra la esencia de la literatura, que es la irreverenc­ia y la provocació­n. Tal vez algún día tendremos que memorizar los libros, como en la novela de Bradbury, para preservarl­os de esta barbarie aniquilado­ra.

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