ABC (Galicia)

Farras tardías

Cuando alguien pronuncia eso de «la edad está en la mente» me atrapa la pena

- RAMÓN PALOMAR

Algunos optaron por asumir una juventud morigerada y luego, cincuenton­es, se lanzaron hacia la vida disoluta como un poeta de baratillo que se infla de absenta intentando que el licor fertilice un talento que jamás tendrá. Charlie Parker se lo dijo a un imitador papanatas: «Soy Bird pese a la heroína, no gracias a ella». Las farras de edad tardía son el fracaso del soso de la clase y una vergüenza universal porque cada edad precisa de sus trasiegos y no se puede, por dignidad, por elegancia, incluso por mera salud, recuperar el tiempo perdido ejerciendo de vicioso tripón. La sabiduría popular a veces acierta, sobre todo cuando nos indica que para hacer el ridículo siempre se está a tiempo. Pero algunos ignoran que su tiempo pasó y por eso chapotean en el bochorno constante de una existencia fracasada.

Si no viviste ni los ochenta ni los noventa cuando eras joven, con aquellos desparrame­s desbocados de alegre inconscien­cia a puerta cerrada en los garitos de gatos pardos, permanece quieto ahora porque si descubren tu caduca y patética condición se van a reír de ti en el universo entero. Cuando alguien pronuncia eso de «la edad está en la mente» me atrapa la pena. Vale, bien, de acuerdo, mantener cierta actitud ayuda, pero la edad no perdona y practicar paracaidis­mo, espeleolog­ía o barra libre noctívaga a ciertas edades me temo que revela un vacío considerab­le. Usted tiene todo el derecho a sentirse joven, pero si actúa como un mozalbete superada la frontera del medio siglo, usted sufre un grave problema de infantilis­mo. Un desacato de juerga berniesca (de Tito Berni, digo) se puede tolerar si es fruto de la merluzada veinteañer­a, que a esas edades el cerebro es una pulpa mantecosa y desorienta­da, pero observar a un grupo de maduros en esos trances aplasta nuestra sensibilid­ad. Y luego, lo de siempre: oiga, si a usted le va la senda lúbrica, al menos tenga las agallas para pagarse de su bolsillo la fiesta, pero lo malo viene cuando encima cometen sus abusos con la pasta que mana del chanchullo.

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