Un discurso del presidente de Túnez abre la caza al inmigrante subsahariano
Un avión con cientos de repatriados salió ayer de Túnez hacia Costa de Marfil. Miles están a la espera
En Túnez, un país tradicionalmente acogedor con el extranjero, se ha desencadenado la ‘caza’ al inmigrante. Tras un reciente discurso lleno de retórica de su autoritario presidente, Kaïs Saïed, que prometió «medidas urgentes» contra la inmigración ilegal subsahariana, se ha desatado una ola de racismo, con persecuciones y detenciones.
«¡Hay hordas de subsaharianos amenazando nuestra identidad!», proclamó el presidente el pasado 21 de febrero. Desde entonces, los taxistas evitan subir a personas de raza negra. Los propietarios no les alquilan casa, en el autobús nadie quiere sentarse a su lado y en las tiendas se les vende de mala gana. Esta ola de racismo está siendo denunciada por periódicos internacionales, como ‘Financial Times’, ‘Le Monde’ y los principales diarios italianos, así como por asociaciones de derechos humanos.
Según el presidente Kaïs Saïed, las «hordas de inmigrantes ilegales» son fuente de «violencia, crímenes y actos inaceptables» que tienen la pretensión de cambiar la composición demográfica de Túnez para difuminar su carácter «árabe-musulmán». Incluso, acusó a personas no identificadas de haber recibido dinero para «asentar» a africanos subsaharianos en Túnez.
Aquella ‘primavera árabe’
Las sombrías perspectivas a las que se enfrenta Túnez hacen añicos el experimento democrático del que fue el más progresista de los países de la llamada ‘primavera árabe’. Ya es solo un viejo recuerdo aquel movimiento de protesta, iniciado en diciembre del 2011 en Túnez, que echó al presidente Ben Ali, y que se extendió por el mundo árabe para reclamar justicia social, libertad y respeto de los derechos humanos.
Hoy Túnez, un país de emigrantes hacia Italia, no soporta a las decenas de inmigrantes libios obligados a escapar de la guerra civil de su país. Y rechaza también a los 21.000 subsaharianos (la mayoría irregulares) que huyeron de la inestabilidad favorecida por la pobreza, crisis políticas y terrorismo islámicos en naciones como Sudán, Chad, Níger, Burkina Faso, Malí...
La Unión Africana, con sede en Addis
Abeba (Etiopía), ha condenado esta semana el discurso del presidente de Túnez, por su contenido de «odio y racismo». En un comunicado, la UA expresó su «profunda conmoción y preocupación por la forma y el contenido del discurso del presidente». El Gobierno tunecino dice que son «acusaciones sin fundamento».
Pero la realidad es que el Gobierno de Saïed ha emprendido una política de expulsiones, desatando un clima de racismo y xenofobia, que, más allá del color de la piel es una guerra desesperada de pobres contra pobres, según denuncian grupos de derechos civiles.
Ante esa ‘caza al negro’, el viaje de vuelta de muchos subsaharianos ya ha comenzado, aunque otros tantos sueñan con alcanzar Italia. A la embajada de Costa de Marfil en Túnez, acuden marfileños para pedir ayuda y regresar a casa. «Estoy asqueada», dice a ‘La Repubblica’ Ines Nguesson, de 30 años, que lleva a sus dos hijos de la mano. El marido se quedó sin trabajo y «el dueño del apartamento que alquilamos nos echó de inmediato. Es un tunecino que vive en Italia. Qué tristeza, debería entender el destino de un emigrante. En cambio, le pidió a su hermano que nos pusiera en la puerta». Por su parte, ‘Le Monde’ ha informado que «la planta baja de una residencia de inmigrantes marfileños y malienses fue saqueada y parcialmente incendiada por dos jóvenes tunecinos. La Policía intervino, pero los inquilinos se vieron obligados a abandonar el local a petición del propietario, para evitar ser objeto de nuevos ataques. También en las afueras de Sfax, en el este del país, varios migrantes fueron atacados por grupos de jóvenes. Ocho resultaron heridos, algunos con cuchillos». Ayer, saló rumbo a Costa de Marfil un avión con los primeros 145 inmigrantes repatriados. A la espera quedan otros 1.300.
Los ataques no solo se dirigen contra inmigrantes irregulares, sino también contra los que están legalmente establecidos en el país, según el investigador sobre Túnez en la Universidad de Siracusa (Nueva York), Mohamed Dhia Hammami. Afirma que el presidente Saïd está «convirtiendo a los africanos subsaharianos en un chivo expiatorio».
Represión contra los críticos
Las tensiones se producen en medio de una dura crisis económica y una creciente represión contra los críticos, que acusan al presidente de tomar el poder ilegalmente después de que suspendiera el Parlamento en 2021, anunciando entonces que gobernaría por decreto. Saïed había sido elegido con gran mayoría en los comicios del 2019. Hoy tiene en sus manos todo el poder, gracias a una Constitución que hizo aprobar en referéndum en julio del año pasado, con una participación del 30%, y por las que redujo los poderes del Parlamento.
Destaca el ‘Financial Times’ que «al menos doce figuras de la oposición han sido arrestadas en las últimas semanas, incluidos jueces, políticos, activistas, empresarios y el director de una importante estación de radio independiente. Las acusaciones en su contra van desde amenazar la seguridad del Estado hasta estar detrás de los recientes aumentos de precios». Túnez, con 12 millones de habitantes, se enfrenta a problemas económicos cada vez más profundos. La inflación subirá al 9,5% de media en 2023, según la agencia Fitch. Y la guerra de Ucrania ha disparado el precio de las importaciones, lo que provoca escasez de productos básicos.
La situación, con paro juvenil masivo, crisis económica atroz e inestabilidad política endémica, son condiciones que favorecen una ola migratoria hacia las costas de Italia (la isla de Lampedusa está a 370 kilómetros de Túnez). Es un problema para el Gobierno Meloni, que envió en enero a sus ministros de Exteriores e Interior en una misión que buscaba frenar esa ola migratoria.
«¡Hay hordas de subsaharianos que están amenazando nuestra identidad», proclamó días atrás Kaïs Saïed