ABC (Galicia)

Vino El Juli y se cruzó Talavante

▶El madrileño cuaja dos faenas de perfecta ciencia y armonía, corta dos orejas y sale a hombros con un arrebatado Alejandro en la tarde de su resurrecci­ón

- ROSARIO PÉREZ OLIVENZA (BADAJOZ)

La voz de la ‘señá’ Manuela se oyó hasta en La México, donde entonces no sabían que el que iba a nacer sería rey. «¡Que viene El Juli!», dijo la madre. Eran las siete y media de la tarde del 3 de octubre del año de Naranjito. Y vaya si vino... A revolucion­ar la Fiesta como figura de época que ahora celebra su 25 aniversari­o de alternativ­a. En el lugar donde se le encontrarí­a caso de que llegara el fin del mundo, como él mismo advirtió en el pregón de la Feria del Toro, arrancó los motores de una temporada que no será una cualquiera. No todos los días se cumple un cuarto de siglo tirando del carro taurino como la Osa Mayor de las siete estrellas en el hemisferio norte.

Más fino que nunca –y no es frase hecha– apareció en la arena Julián. Las arrugas de la taleguilla lo delataban: sesenta y siete kilos... después de ganar una apuesta a su banderille­ro de confianza y a su apoderado en tiempo récord. Todo lo opuesto a su toreo: qué despacito lo hizo. Al ralentí el saludo al primero. Y marcando los tiempos en el variado quite: chicuelina­s, farol y dos medias a la cadera. No hubo brindis entonces. Para él mismo fue este Soberbio, que así se llamaba el de Garcigrand­e, cuya embestida leyó como si le hubiera parido una vaca de la ganadería charra. Privilegia­da su mente, que a estas alturas no es noticia. Como el animal no andaba sobrado de fuerzas, alzó la faena por alto. Sin enmendarse. El que se desmoronó fue el toro... «Ooohhh». Tranquilid­ad, pareció mugir El Juli, que puso la calma en una templadísi­ma faena. A derechas lo cosió con maestría. Cuando arrancó la música,

tomó la zurda, por donde había que tirar de ciencia para cogerle el pulso. Qué listo. Cómo midió los tiempos. El tiempo justo, como aquel programa televisivo. Sabía El Juli que el pitón era el otro, y allí que regresó. Echaba la plaza humo en los circulares en ambos sentidos. Y ardió mientras se dejaba lamer toda la testostero­na en unas luquecinas en las que no se movió del sitio.

Una oreja había cortado a aquél, pero la figura que no ha perdido un gramo de afición quería más. Ni para un análisis picó al cuarto, mansísimo en varas. Ahora sí brindó al pueblo donde vive. Menuda obra dedicó. Lo enredó en redondos genuflexos y ya erguido, vertical, lo crujió por abajo. Cantó el graderío un cambio de mano torerísimo. Qué belleza. Barría el lomo del toro en los de pecho, se adornaba en las trincheril­las con ese plus de poso. En la fila de atrás sólo se oía una expresión: «Qué cabrón, qué cabrón». Con toda la admiración, que el lenguaje del toro hay que entenderlo. Cuando el tal Salvaje se rajó, lo sujetó cerca de las tablas mientras desentraña­ba el hilo del misterio, que no era otro que no soltar la madeja y llevarlo siempre cosido. Literalmen­te atado a unas manos que deletreaba­n la difícil facilidad de los genios. Pero el animal, con unas lujosas hechuras por cierto, se puso andarín para matarlo y la media requirió del descabello, lo que enfrió la cosa a una única oreja.

Calentó la tarde Talavante con una faena que atrapó al personal desde los lances lentificad­os hasta el final por bernadinas cambiándol­e el viaje. Explosiva había nacido con dos pendulares de rodillas y una improvisad­a arrucina. Locura en los tendidos y loca la pieza, sin un orden establecid­o, pero con la emoción desbordada. Otra vez Talavante era Alejandro ‘Magno’, apasionado y volando naturales al ralentí con el estupendo Emperador. Hasta en los molinetes imprimió suavidad. «Ha resucitado antes del Domingo de Resurreció­n», se oyó. Una pasión de Semana Santa reinaba entonces y la doble pañolada asomó por la presidenci­a.

De vacío se había ido en el anterior, una bala en banderilla­s. Humillaba en las telas este Fantasioso, pero gazapeaba y se revolvía a veces como esos victorinos de antaño. Un peligro sordo que no todos vieron en una labor de mucha entrega, pero a la que faltó estructura. A cámara lenta fue la estocada, aunque se hundió trasera y tendida y necesitó del verduguill­o.

Mientras saludaba Alejandro, se vivieron momentos de tensión en el tendido con aficionado­s que buscaban aún su localidad. Hasta el tendido 6 tuvo que ir la Guardia Civil. Calmado ese sector, la bronca arreció en el 2. El grito de «¡que te vote Txapote!» calló bocas antes de un arriesgado tercio de banderilla­s con el tercero, con más querencia al callejón que a la muleta. Se empeñó Emilio de Justo en llevárselo a los medios y ahí le robó una meritoria serie, sin dejar que perdiera la tela de vista. Y otra más arrebató a los pies de la enfermería, donde el sexto –de buena condición pero desfondado tras un volatín– quiso mandarlo en una voltereta de órdago. Durísimo el golpe. Todos miraban el cuello del torero después de su gravísima lesión hace un año. La suerte no le acompañó al de Torrejonci­llo, que se marchó dolorido mientras sus compañeros eran aupados a hombros.

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// FIT El Juli, en un desplante con el primer toro de Garcigrand­e
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// FIT Talavante, por bernadinas al quinto

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