ABC (Galicia)

«Ya se acabó, ya maté a las tres, jajaja, ya están las tres para enterrar»

▶ABC reescribe el triple crimen de Valga a través de los mensajes del acusado de matar a su exmujer, su exsuegra y su excuñada, delante de sus hijos, en 2019 ▶Mañana arranca el juicio. Piden para él la prisión permanente revisable

- PATRICIA ABET SANTIAGO La noche antes

Son las 7.26 de la mañana del 16 de septiembre de 2019. El móvil de Sandra Boquete recibe un mensaje de su expareja, José Luis Abet, padre de sus dos hijos. «No sabes bien lo que hiciste». Media hora más tarde, se lo encontrarí­a en la puerta de casa. Según los niños confirmaro­n ante la Guardia Civil, su padre había dispuesto su vehículo de forma que Sandra no pudiera salir con el suyo por el portalón. «Lo pegó» detallaron. El mayor de los hijos, de 7 años, también relató que su padre estaba «enfadado», que su madre les pidió que se metiesen en el coche y cerró por dentro cuando lo vio, y que Abet se acercó y empezó a «darle patadas» a la puerta del conductor. «Papá llevaba una pistola en la mano» recordó claramente.

Son los momentos previos a un crimen que desencaden­ó una espiral de sangre y dolor imposible de digerir. Sandra fue la primera víctima en caer esa mañana. Poco después, Abet acabó también con la vida de su exsuegra, María Elena (58 años), y de su excuñada Alba (27 años). Todas fueron tiroteadas a bocajarro, sin titubeos. Mañana el acusado se sentará en el banquillo de la Audiencia provincial de Pontevedra para enfrentars­e a la pena de prisión permanente revisable por el triple asesinato. A punto de que el juicio con tribunal popular arranque, ABC accede al sumario del caso para reescribir, a través de los mensajes y audios de Whatsapp que Abet cruzó con su entorno, las claves de uno de los peores casos criminales de la historia de España.

Asesinatos premeditad­os

«Voy a necesitar más de una pistola»

Valga, una población pontevedre­sa de apenas 6.000 habitantes, fue el lugar en el que esta pareja formó su familia. Cuando la relación se rompe, Sandra se queda con los dos hijos —7 y 4 años en el momento de los asesinatos— en la vivienda, propiedad del abuelo materno de los pequeños. Abet se muda y duerme en el coche durante un tiempo porque la relación con su familia no era buena. Es entonces cuando empiezan los problemas por un préstamo que la pareja había solicitado, posiblemen­te para costear varios negocios de congelados fallidos que el acusado promovió. Los mensajes en los que le exige a Sandra que «lo saque del préstamo» muestran un tono misógino y violento que no tardó en poner a su primera víctima en alerta. Tanto que en los exteriores de la casa familiar apareciero­n cámaras de seguridad tras la separación. Además, Sandra evitó denunciar a su expareja aun cuando los niños le contaron que habían tenido que dormir alguna noche en el coche durante el tiempo de custodia que le correspond­ía a su padre. Ella, reconocerí­a su entorno, lo temía. Además de los mensajes amenazante­s que Sandra recibió durante meses, en la causa obran otros whatsapp que evidencian que Abet tenía armas en su poder semanas antes de cometer los crímenes. Lo descubre un mensaje que se intercambi­ó con un primo, que le había conseguido trabajo en una fábrica, y que le mandó una fotografía con un anuncio de una subasta pública de armas. «Vamos a tener que ir» comenta Abet, ante lo que su interlocut­or le contesta diciéndole que «pero si tú ya tienes una pistola». El acusado contesta que «va a necesitar más» porque tiene mucho que hacer con ellas. Al mismo tiempo que conseguía el arma —se cree que pudo comprarla en el mercado negro portugués el verano previo a las muertes— Abet contrató los servicios de un chamán para echarle mal de ojo a su expareja y por extensión a su familia política. Está acreditado que Abet realizó varios pagos de 300 y 500 euros por sus servicios a este ciudadano nigeriano con sede en Pontevedra , pero los resultados no llegaban y el hombre empezó a desesperar. La respuesta del brujo fue aconsejarl­e la compra de un camello para realizar un sacrificio mayor, que finalmente no se produjo porque en ese momento Abet ya había decidido tomarse la justicia por su mano. Sobre esta extraña relación deberá declarar el propio hechicero, que en el causa figura como la persona en la que el procesado «confió para que hiciera diversos actos de magia o exorcismo» contra Sandra y que está citado como testigo por el conocimien­to directo que tenía de que Abet quería dañar a su familia de todas las formas posibles. «Voy a hacer algo muy sonado»

Las pistas que el presunto asesino fue dando en los meses y sobre todo en

las semanas previas a las ejecucione­s estallaron la noche antes del suceso. El acusado tenía turno de noche y los testigos, empleados de la fábrica, declararon que Abet les dijo en los vestuarios que «iba a hacer algo muy sonado». Estaba, recogen las declaracio­nes de la Guardia Civil, muy nervioso después de una conversaci­ón a gritos con su expareja. Tanto, que algunos de los empleados tuvieron que tranquiliz­arlo antes de que empezase su turno, a las 22 horas. Cuando abandonó la nave, a las 6 de la mañana, ya sabía que no regresaría a su puesto.

No tardó mucho en enviarle a Sandra la primera advertenci­a tras la bronca de la noche anterior, un mensaje al que la mujer debió responder con una imagen y que él zanjó: «Florecita te la voy a dar yo a ti». Es posible que en este momento, pasadas las 7.30 de la mañana, Abet ya estuviese en su coche de camino a Valga. Conocedor de los horarios de su expareja y de sus hijos, sabía que poco después de las 8 la madre salía con los niños en dirección a casa de la abuela materna, que se encargaba todos los días de llevarlos a la parada del autobús mientras su hija se iba a trabajar.

El volcado del móvil de Sandra revela que al encontrars­e con Abet en la entrada llamó a su madre, posiblemen­te asustada. No le dio tiempo a más, porque el testimonio de su hijo mayor y el análisis de la escena del crimen dejaron claro que su ex le descerrajó cuatro tiros fatales por la ventana del conductor, y con los niños sentados en los asientos traseros. Los disparos dieron en la cara, en la sien y en el cuello de la víctima y fueron letales. Tras rematar a la madre de sus hijos, Abet se fue sin mediar palabra con los niños, que después de unos segundos desconcert­antes salieron

9.45 HORAS Con un brazo en alto

La llamada de Abet activó rápidament­e a los agentes del cuartel de Milladoiro, que procediero­n a su detención en la entrada de la vivienda. Él no ofreció resistenci­a, tampoco arrepentim­iento. Mostró, dijeron, una enorme frialdad del vehículo y se escondiero­n en una suerte de cobertizo que la vivienda tenía al final del jardín. En ese momento las vecinas de dos casas muy próximas a la de Sandra ya habían escuchado las detonacion­es y salieron a mirar por la ventana. La noche anterior se había celebrado una verbena en el pueblo, pero algo les llamó la atención. Una de ellas vio pasar el coche de Abet, que a unos pocos metros se encontró con el de la hermana y la madre de Sandra, que acudían en su ayuda. Así que dio la vuelta y las siguió. Cuando María Elena y Alba llegaron a la entrada se encontraro­n a Sandra dentro del coche y corrieron a buscar a los pequeños, que salieron a su encuentro, pero ya tenían a Abet aproximánd­ose a ellas pistola en mano.

Uno de los menores declaró que la abuela materna tuvo tiempo de hacerle una señal para que se escondiese­n antes de encararse con el verdugo de su hija, que le metió un primer tiro en el muslo y la remató en el suelo, desde arriba. Después fue a por Alba. Tres disparos. Lo hizo delante de sus hijos, según recoge la investigac­ión, a los que se acercó para decirles que había hecho «lo que tenía que hacer» y que se quedasen allí hasta que llegase la Guardia Civil. En ese momento, abandonó la finca y cruzó la mirada con una vecina que levantó la persiana asustada por los disparos. Ellas fueron las primeras en atender a los pequeños.

En los treinta kilómetros que separan Valga de Pontemacei­ra, el lugar donde se deshizo del arma y de la munición, Abet tuvo tiempo de enviar tres audios. El primero lo mandó a las 8.22 horas, al teléfono del chamán. «Ya se acabó amigo, ya maté a las tres, jajaja, ya están las tres para enterrar. Ahora sí que ves, no hacen falta las veinticuat­ro horas ni camello ninguno hombre. Las maté sin camello, pues ya están las tres muertas, la madre, ella y la hermana. Ahora voy a pasar el resto de mi vida en el calabozo. Lo que Dios quiera». Seis minutos después, su primo recibió otra nota de voz. «Dile a Moncho que me dé de baja [su jefe], no vuelvo más pero a esta gente la quité de delante. Lo siento mucho pero tiene que ser. Ya sé que a lo mejor te ponen a ti de malo y te pido perdón». El último audio antes de llamar a la Guardia Civil desde la casa de su madre, en Ames (La Coruña) para entregarse, se lo envió a un vecino con el que tenía buena relación. Le contó que «a estas tres ya las saqué de delante». Su interlocut­or no tardó en reaccionar y le escribió pidiéndole que solucionas­e las cosas de otra manera. «Te lo pido por favor, que tienes dos hijos, no seas así» pero ya era tarde. Cuando los agentes llegaron a la casa familiar desde que hizo la llamada para confesar el crimen, José Luis Abet los esperaba con una mano en alto y abrazado a su madre y a su hermana con la otra. No preguntó por sus hijos.

Abet contrató los servicios de un chamán hechicero para que le echase «mal de ojo» a su mujer y a toda su familia política

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// ABC A la izquierda, el acusado a su llegada a los juzgados para prestar declaració­n por las muertes. Derecha, entierro de las víctimas
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El viaje de regreso «No hizo falta camello, amigo»

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