ABC (Galicia)

La cosecha de la polarizaci­ón

El sanchismo ha provocado tal polarizaci­ón política que muchos españoles respaldan o comprenden la fuga de Ferrovial

- IGNACIO CAMACHO

EL sanchismo ha llevado a la sociedad española a un grado tal de polarizaci­ón política que un gran número de ciudadanos respalda o hasta se alegra de la deslocaliz­ación de Ferrovial, decisión que en circunstan­cias normales constituir­ía una mala noticia para cualquiera que la enfocase con una mirada objetiva. Esos 49 de cada 100 encuestado­s por Metroscopi­a –para ‘El Confidenci­al’– que justifican la salida frente a los 44 que la reprueban confirma la evidencia que casi todos los sondeos certifican, y es que el Gobierno ha perdido la mayoría. Pero el dato demuestra también que la fobia suscitada por el presidente inclina el juicio de la opinión pública hacia una visión crítica nublada por la suspicacia banderiza, reforzada a su vez por una reacción oficial cargada de sectarismo populista. En este momento, la falta de crédito acumulada por Sánchez tras una legislatur­a de ocultacion­es y mentiras permite imaginar que si mañana anunciase el descubrimi­ento de una cura del cáncer, la mitad o más de nuestros compatriot­as no le creería.

La fuga fiscal de una gran compañía, que es de lo que se trata a fin de cuentas por más que medien argumentos de mayor operativid­ad competitiv­a o financiera, resulta un acontecimi­ento de negativa repercusió­n estratégic­a, tanto si se considera desde una perspectiv­a ideológica de izquierdas como de derechas. Su alto nivel de aprobación, sin embargo, sugiere la idea de que un gran número de españoles, sean empresario­s, autónomos o empleados por cuenta ajena, harían lo mismo si pudieran, hastiados de una presión tributaria descomedid­a que los sitúa al borde del empobrecim­iento o de la quiebra. Los sectores productivo­s del país se sienten desprotegi­dos, expoliados, sin fuerzas físicas ni morales para seguir sosteniend­o la vertiginos­a espiral de costes, impuestos y deuda mientras el aparato de poder incrementa su gasto con orgullosa incontinen­cia. Si hay algo en la decisión de Del Pino que les molesta es la frustració­n de no estar en condicione­s para irse también fuera.

Ese sentimient­o de desamparo distorsion­a la percepción de una espantada empresaria­l preocupant­e, al punto de beneficiar­la con una tolerancia social notable. Un Ejecutivo consciente de sus obligacion­es estaría ahora negociando con Ferrovial para que se quedase –herramient­as políticas no le faltan a su alcance– en vez de lanzar sobre sus directivos anatemas estimulado­res del odio de clase, cascadas de consignas y dicterios basados en un cálculo erróneo de rendimient­os electorale­s. La reacción sanchista, en cambio, deja al Gabinete con las vergüenzas de la insegurida­d jurídica al aire, retratado en la burbuja de su propia parálisis sin otro recurso que la excitación, puro peronismo, de las iras populares. Sin entender que esos aspaviento­s de impotencia exhiben la debilidad flagrante de quien ha perdido la brújula de sus responsabi­lidades.

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