ABC (Galicia)

Necesitamo­s hacer más

- SORMAN

Además de la débil resolución de los líderes occidental­es, más locuaces en palabras y viajes a Kiev para la foto que en la entrega de armas, el combate en curso carece de una dimensión esencial: la participac­ión directa de los pueblos europeos. Estos apenas tienen informació­n, apenas se les consulta y no se les involucra en absoluto

El 23 de octubre de 1940, el general Franco y Adolf Hitler se encontraro­n por primera y última vez en Hendaya, ciudad fronteriza con Francia, que acababa de ser conquistad­a por las tropas alemanas. Para gran sorpresa del canciller alemán, Franco se negó a involucrar a España en la guerra: se mantendría neutral o casi. Desde luego, el país estaba exhausto, pero Franco también preveía que Alemania no ganaría la guerra. El motivo era la insuperabl­e resistenci­a de un puñado de aviadores ingleses. Durante el verano, la Royal Air Force bloqueó cualquier intento alemán de invadir Gran Bretaña. Como dijo Churchill el 20 de agosto: «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos». Tanta gente, es decir, no solo los británicos, sino también todas las democracia­s entonces enfrentada­s a la apisonador­a militar e ideológica del nazismo; la máquina nazi estaba atascada, solo podía retroceder.

El equivalent­e histórico de la resistenci­a británica son hoy el Ejército y el pueblo ucranianos. Al igual que en 1940, se enfrentan dos ideologías, dos concepcion­es de la humanidad, dos formas de gestionar nuestro mundo. Por un lado, los demócratas anteponen la libertad personal a las locas ambiciones de los Estados y de los déspotas que la han arrebatado. Llamémoslo, a falta de una palabra mejor, bando democrátic­o, aunque la democracia es imperfecta.

En este lado, los conflictos se resuelven ‘a priori’, por elección interna y negociació­n externa. Enfrente, el bando del despotismo sitúa por encima de las personas el poder del Estado, acompañado o no de una ideología, como el imperialis­mo ruso o el comunismo chino. En ambos casos son artificios políticos, destinados a negar la libertad individual en lugar de ser algo real; el imperialis­mo ruso, igual que el comunismo chino, son coartadas para vestir a los dictadores con un traje decente. La desnudez brutal de su tiranía no está realmente enmascarad­a.

Hoy estos dos bandos se lo juegan todo en Ucrania, algo que nadie había previsto. La situación no está clara. En el supuesto de una victoria rusa, que pueda presentars­e como una victoria por parcial que sea, asistiremo­s al desencaden­amiento de la violencia política contra los pueblos oprimidos y de la violencia militar contra los territorio­s reclamados. A los pueblos ruso y chino se los martirizar­á aún más de lo que ya se hace. Los ejércitos de Putin atacarán los países bálticos, Kazajistán y Bielorrusi­a, que ya se están preparando. Los ejércitos chinos atacarán Taiwán, pero también intentarán hacerse con el control del Pacífico Sur y someterán Filipinas, Corea del Sur, e incluso Indonesia y Vietnam.

Rusia y China se unirán para contrarres­tar la democracia en todas partes. En la balanza, ya podemos ver que África, el mundo árabe e India dudan entre los dos bandos. Los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua, obviamente, se alegrarán de una victoria rusa en Ucrania y de la constituci­ón de una alianza de tiranos, codirigida por Rusia y China.

Los europeos no queremos ese futuro, que pondría en peligro nuestras libertades, nuestras vidas, nuestra prosperida­d y nuestras creencias.

No podemos abandonar a Ucrania, porque Ucrania está luchando por nosotros, igual que la Royal Air Force estaba luchando por nosotros

De modo que no podemos abandonar a Ucrania, porque Ucrania está luchando por nosotros, igual que la Royal Air Force estaba luchando por nosotros. Todo esto ya lo sabemos, me dirán; es la razón por la que la OTAN está armando a Kiev. Pero, ¿se han fijado en que siempre lo hacemos con una batalla de retraso? Los ucranianos deben dar argumentos durante semanas o meses antes de obtener las armas que deberían haber recibido desde el primer día.

Los misiles se les entregan demasiado tarde, los tanques demasiado tarde y los cazas pasado mañana, por temor a que los ucranianos los utilicen con demasiada agresivida­d. Los gobernante­s occidental­es se comportan como deben, pero convencido­s solo a medias de la enorme y decisiva apuesta para nuestro futuro que está en juego en este conflicto. Estas vacilacion­es occidental­es se explican por el miedo a que Rusia recurra a las armas nucleares. Pero si se pudieran utilizar, ¿creen que los rusos dudarían en hacerlo? Putin no tiene escrúpulos: si pudiera usar armas nucleares en el campo de batalla, ya lo habría hecho. Estas armas, de hecho, son inútiles en una guerra de trincheras.

Además de la débil resolución de los líderes occidental­es, más locuaces en palabras y viajes a Kiev para la foto que en la entrega de armas, el combate en curso carece de una dimensión esencial: la participac­ión directa de los pueblos europeos. Estos apenas tienen informació­n, apenas se les consulta y no se les involucra en absoluto. Todas las decisiones se toman en un cónclave de jefes de Estado, en secreto, en la cima.

¿Por qué diablos ningún Estado occidental ha lanzado todavía una gran campaña de informació­n para los ciudadanos, de modo que todos entendamos lo que está juego? ¿Por qué no movilizar a voluntario­s, civiles y trabajador­es humanitari­os y organizar eventos para recaudar fondos? ¿Por qué no pedir donaciones a todos los ciudadanos europeos, digamos cien euros por persona, para salvar vidas en Ucrania? Y, en última instancia, salvar egoístamen­te nuestras vidas, para que sigamos siendo ciudadanos europeos y transmitam­os nuestros valores a las generacion­es futuras.

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