ABC (Galicia)

«Cuando el PSOE pacta con los independen­tistas sus votantes entran en ambivalenc­ia»

El politólogo, habitual en los medios, defiende la equidistan­cia y la necesidad de cambiar de opinión

- Prof. titular de Ciencias Políticas en la UC3M y autor de ‘Democracia de trincheras’ (Península) DANIEL TERCERO BARCELONA

Lluís Orriols escribe un libro, ‘Democracia de trincheras. Por qué votamos a quienes votamos’ (Península), para explicar el tribalismo electoral. Inevitable, con ciertas dosis.

—¿Cuál es el motivo que le ha llevado a escribir un libro de trincheras?

—La sensación de que el ambiente en España está cada vez más polarizado, que hay más confrontac­ión, como lo defino en la obra: de trincheras, de los míos contra los tuyos. Explico por qué se forman estas trincheras desde los procesos psicológic­os de los ciudadanos que fomentan esta creación de trincheras. Me alejo de las estrategia­s de las élites, de las que también digo algo, pero intento marcar distancias de lo que hacen los partidos y centrarme en la psicología de los ciudadanos. Explico por qué los ciudadanos cavamos trincheras. Sabemos aún muy poco de cómo funcionamo­s las personas a la hora de entender la política, interaccio­nar y participar. Y votar.

—Pero no trata el asunto de las trincheras como algo negativo.

—Exacto. Las trincheras en política son inevitable­s. Los ciudadanos conformamo­s identidade­s en torno a los partidos y acabamos cavando trincheras de buenos y malos. La ciudadanía se aproxima a la política con sus emociones, sus identidade­s. No es posible tener una política basada en la racionalid­ad, en ciudadanos, digamos, asépticos que se aproximan a la política haciendo cálculos de coste-beneficio. No es posible. Ciertas dosis de trincheras son buenas para la democracia. La identidad, además de ser algo inherente al ser humano, genera efectos beneficios­os en ciertas dosis para el buen funcionami­ento de la democracia.

—¿No teme que este argumento sea utilizado política o partidista­mente?

—Es algo que me sorprende mucho. Se espera que el ciudadano no tenga identidade­s ni emociones en política. Y eso no es cuestión de defenderlo o no defenderlo, es cuestión de que la materia prima en política y en democracia somos los ‘homo sapiens’, los ciudadanos.

No podemos dejar de ser ‘homo sapiens’ en el momento en que vamos a votar. Tenemos nuestra parte racional, pero también muchos elementos de identidad grupal y emocional que no podemos apartarlos de la carga en política. Si queremos entender cómo funciona la democracia, cómo funciona la política, o incorporam­os estos elementos más emocionale­s e identitari­os o no vamos a entender nada.

—Entiendo, entonces, que usted cree inevitable el sesgo político.

—Sí, sin duda. Ciertas dosis de sesgos, de estereotip­os, son inevitable­s. Inevitable­s en la esfera política y en otras facetas de nuestra vida, como en el fútbol o la identidad nacional. No podemos presuponer que el ser humano es de una manera que no es. Tenemos la nostalgia ‘boomer’, como si antes se votara con la razón y ahora, no. Se vota desde las vísceras. Ha aumentado la polarizaci­ón, pero antes no éramos tan racionales como creemos.

—¿Qué es el votante ambivalent­e?

—Uno de los héroes de la democracia. Es ese votante que tiene un vínculo emocional efectivo con un partido político y, por lo tanto, su tendencia es a justificar­lo todo, pero en ocasiones entra en ambivalenc­ias porque es incapaz de racionaliz­ar de todo. Muchos votantes conservado­res entran en ambivalenc­ias por escándalos de corrupción en el PP y muchos socialista­s son del PSOE pero también son españoles y cuando el PSOE pacta con los independen­tistas, como la rebaja del Código Penal, entran en este estadio de ambivalenc­ia. Lo bueno de entrar en este estadio es que se es un poco más crítico, a no creer siempre todo lo que dice el partido, a tener percepcion­es menos sesgadas... Genera efectos beneficios­os para la democracia. La ambivalenc­ia es la antesala del cambio.

—¿Tenemos un votante ambivalent­e por la reforma de la ‘ley del sí es sí’?

—No lo creo. En este tema, cada uno está interpreta­ndo la cuestión desde su punto de vista. El elemento más generador de ambivalenc­ias es la cuestión nacional. Una de las grietas más importante­s que tiene el PSOE es con el nacionalis­mo. Cuando la cuestión identitari­a nacional entra en escena. Les genera muchísimas ambivalenc­ias entre votantes que se sienten socialista­s, pero que también se sienten españoles.

—¿Qué partido político polariza más?

—Es difícil hacer un análisis sistemátic­o. El rechazo que tienen Podemos hacia Vox y Vox hacia Podemos es mucho mayor que en el resto. Pero la polarizaci­ón está presente en todos los partidos.

—A los gobiernos, ¿qué les va mejor, tensión o tranquilid­ad ambiental?

—Los que necesitan tranquilid­ad son los que lideran de forma cómoda la competició­n y las encuestas. Campañas de baja intensidad. Da igual que se esté en el gobierno o en la oposición. Polarizar quiere decir aumentar la percepción de los que son buenos y los que son malos. Y aumenta las motivacion­es para participar. Es un agente movilizado­r.

—¿Qué papel juegan los medios?

—Son responsabl­es de estructura­r la competició­n política. Tenemos que entender qué categorías se están poniendo encima de la mesa, qué trincheras son las que están activadas. Yo, que participo en medios de comunicaci­ón, lo veo de forma muy gráfica cuando en las tertulias políticas quieren pluralismo y se buscan representa­ntes de partidos, en lugar de buscar distintas sensibilid­ades ideológica­s, por edades, etc. La gente se polariza en torno a los partidos. Y los medios de comunicaci­ón son agentes de construcci­ón de realidades.

—Se define como equidistan­te y alaba los cambios de opinión en política.

—El equidistan­te es aquella persona que se sale de la trinchera y se le acusa de ser cómplice de la trinchera opuesta. Por eso empatizo con esta gente que también es necesaria. Hay que defenderlo­s. Hay que evitar al equidistan­te se le llame traidor o colaboraci­onista con el enemigo. Y esto va ligado con el cambio de opinión. Hay una tendencia a no cambiar de opinión, porque cambiar de opinión parece que es un síntoma de debilidad, como admitiendo que uno tiene contradicc­iones, que el mundo no es monocolor, que es más complejo que el mundo homogéneo y endogámico que solemos construir. Y esto, obviamente, no nos gusta y renunciamo­s a cambiar de opinión. Incluso cuando cambiamos de opinión intentamos racionaliz­arlo: las circunstan­cias. Pero no cambiar de opinión es un problema porque hace difícil controlar a los gobiernos, porque el control a los gobiernos se basa en el cambio de opinión. Por lo tanto, que haya gente que cambie de opinión es algo bueno para nuestra democracia.

Trincheras políticas «Conformamo­s identidade­s en torno a los partidos y acabamos cavando trincheras de buenos y malos»

Cambio de opinión «No cambiar de opinión es un problema porque el control a los gobiernos se basa en el cambio de opinión»

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// GORKA GARIN Lluís Orriols en Barcelona

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