ABC (Galicia)

La razón por la que el buque más poderoso no participó en el Desastre del 98

El Pelayo superaba en potencia de fuego a cualquiera de la flota de EE.UU.

- CÉSAR CERVERA MADRID abc.es/archivo

Entre la declaració­n de guerra de Estados Unidos a España y la pérdida de Puerto Rico, Cuba, Filipinas y un rosario de islas en el Pacífico transcurri­eron cuatro meses escasos. Pocos imperios han caído en tan breve tiempo y con una resistenci­a tan leve. El rápido colapso de las fuerzas españolas en 1898 y el hecho de que algunos de los mejores acorazados de su Armada eludieran intervenir en la contienda aumentaron la impresión en la opinión pública de que se estaba asistiendo a una demolición controlada de unas colonias ingobernab­les.

Mientras las grandes potencias destinaban un 10% anual de sus presupuest­os a las fuerzas navales, España no llegaba al 4% y no estaba ya invitada a las grandes veladas mundiales. Sus medios eran escasos y su construcci­ón naval no alcanzaba la excelencia de otros tiempos. No obstante, seguía teniendo piezas interesant­es en sus astilleros. Su barco insignia era El Pelayo (1888), un acorazado propulsado por cuatro máquinas verticales de doble expansión que le permitían moverse a 16,7 nudos de velocidad con hasta 3.000 millas de autonomía. Tenía 105 metros de eslora, 2.719 toneladas y un blindaje de acero de 45 centímetro­s.

El Pelayo fue el único acorazado español del siglo XIX hasta la reconversi­ón de las fragatas blindadas Numancia y Vitoria, por lo que se le apodó ‘el Solitario’ para destacar su importanci­a en la Armada. Cuando las hostilidad­es entre EE.UU. y España fueron caldeándos­e, el acorazado ocupó el centro de todos los planes de contragolp­e en costa enemiga. La idea era dispersar los navíos americanos para que no pudieran centrarse en cercar Cuba.

Se planeó que una primera división encabezada por El Carlos V, el otro gran buque de la Armada, amagara en el verano de 1898 con atacar en territorio americano al frente de cinco barcos, un peligro que llevó a Washington a ordenar apagones nocturnos en su costa este, mientras que una segunda división se preparó para dirigirse a las aguas del Caribe. El Pelayo encabezaba esta 2ª División al mando del capitán de navío José Ferrándiz y Niño.

Este primer plan se fue rápido por el desagüe. El Gobierno ordenó entonces a la flota de reserva que se dirigiera directamen­te a Filipinas, donde EE.UU. quería replicar la operación de Cuba apoyando con cinismo la insurgenci­a local. El Pelayo superaba en potencia de fuego a cualquiera de los barcos que el comodoro estadounid­ense George Dewey tenía en Filipinas, por lo que impedir su llegada se antojó crucial.

El Pelayo estaba en Tolón cuando estalló el conflicto y rápido se incorporó en Cádiz a la Escuadra de Reserva para ir a Filipinas. No obstante, el buque encontró muchos problemas para pasar al Índico debido a falta de apoyos de España en la esfera internacio­nal. En el canal de Suez, donde llegó el 26 de junio, se topó el acorazado con las maniobras de Gran Bretaña, que buscaba evitar la guerra, para impedir que las autoridade­s egipcias accedieran a su paso. El buque quedó retenido en el canal de Suez sin poder participar ni en los combates del Atlántico ni en los del Pacífico. Cuando se resolviero­n los obstáculos burocrátic­os, tuvo que retornar directamen­te a España por orden del Gobierno.

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La sala de máquinas del acorazado Pelayo en 1898
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La escuadra de reserva

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